Al principio, y al oír los extraños ruidos, salía apresurado de la casa para comprobar que del otro lado del muro sólo estaba la pared intacta, sin ninguna mancha o trazo.

Luego de muchas noches de insomnio y gracias a un golpe divino de clarividencia pude comprender que los lúgubres sonsonetes no provenían de este mundo, y que estaban actuando sobre mi pared hacía ya miles de años, debilitándola en cada zarpazo, desgranando su cemento, para poder entrar a esta dimensión. Con sólo imaginar los funestos fines, mi alma se estremecía perdiendo la luz que emana gracias a la vitalidad.

No sabía cuánto tiempo me quedaba hasta que las crueles uñas se hincaran en mi cuerpo, por eso había decidido no tener familia, para evitarles vivir mi calvario nocturno y un destino final terrorífico en manos de una criatura que no pertenecía a este mundo.

Ya soy muy anciano y el sonido cada noche es más claro, dejo estas notas para los futuros propietarios de la casa. Tengan cuidado y mantengan el oído cerca de la pared.