No fue, hasta que el trovador empezó a tocar un arpegio muy familiar, que empecé a pensar en ti. Me ausenté de la intensa plática con mis dos leales. Ellos siguieron discutiendo los planes de cómo dominaremos el mundo y yo pensando en todo lo que nunca te he dicho, que soy muy terco para reconocer que tienes razón en todo, el coraje que me tengo por haber sido quien nos destruyó, el odio a todo lo que me recuerda a ti, que no te supe enfrentar y me deje llevar por resentimientos, las ganas de gritarte solo para picarte la cresta, que extraño tus besos y hacerte el amor.
Mis sospechas fueron confirmadas con las primeras palabras de la canción. Te odio canción. Te odio trovador estúpido, ¿No sabes la magnitud de tus acciones? ¿No sabes acaso, los recuerdos que puedes evocar y sus consecuencias correspondientes? Sé que ese es tu trabajo, pero, ¿Por qué tienes que hacerlo tan bien?
Maldecirle me distrajo del martillazo que estaba por recibir, precisamente de los mismísimos labios del trovador (mi verdugo): “quiero que seas feliz...
aunque no sea conmigo…” rechiné los dientes y rompí mi cigarrito (que se creía muy seguro entre mi índice y el grosero).
Me siento perdidamente impotente, por que sé que es cierto, y tú no lo sabes. Más impotencia me da saber que genuinamente lo siento y que nunca lo había sentido por nadie más. Creerías que cuando descubres que verdaderamente amas a alguien estarías feliz, pero no. Te amo, pero no te soporto.
Al fin, acabó mi tortura con una ronda de aplausos. Al fin me podía dedicar a entumecerme con otra cerveza. A pensar en otra cosa que no fueras tú.
Su siguiente canción fue “Me cuesta tanto olvidarte”. Pagué y me fui.
- Te odio, estúpido trovador.
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