Odio el ritual semanal de ir a comprar el mandado. Yolanda siempre es quien hace las compras, ya que no le soy de suficiente confianza para dejarme escoger mandado (aparentemente sopas instantáneas y comida congelada no es considerado como mandado) yo solo soy la compañía.
Afortunadamente enseguida del supermercado hay una librería muy modesta, donde disfruto mucho ir a perder mi tiempo leyendo, viendo que libros nuevos hay, encontrar algo diferente, aprender algo nuevo etc.
Paseando ausente de realidad, entre los modestos pasillitos de esta modestamente encantadora librería, entreví a una muchacha sentada el modesto piso de esta modesta librería, leyendo ensimismada uno de sus modestos libros.
Como quien trata de ver una mariposa, muy silenciosamente para no espantarla, decidí observarla fijamente entre los libros. Apenado me sentí como un muy pervertido voyeurista, pero francamente era mas mi curiosidad. ¿Quién es esta atrevida? ¿Qué hace en el piso? Hay algo de ella que me idiotiza. No lo puedo describir. Me siento magnetizado.
Mas allá del hecho que esta liberal ha decidido descaradamente hacer lo que su corazón le decía (que con eso ya había ganado la mitad del mío), esta revolucionaria tenía algo en sus ojos. Un nostálgico brillo. Sus finos dedos cambiaban de hoja con la gentileza de una caricia. De cierta manera casi podía sentir su respiración, y me hacia sentir bien; como el sonido de el agua corriendo. No puedo evitar que vengan a mi mente las ideas más cursis. Sacudo la cabeza y sigo observando.
Llevaba unas botas aguadas café, con las cintas desabrochadas. La mezclilla ceñida de sus piernas tenía dos grandes hoyos en las rodillas y estaban metidos dentro de las botas. Una camiseta blanca de tirantes, con un brassier negro. Su piel me dejó estupefacto, blanca y frágil, pero, guerrera a la vez, un contraste que un no lograba descifrar. Así que decidí observar, solo un poquito mas.
Aquí, damas y caballeros, fue donde cometo mi más grande error.
A medida que levante mi mirada, fui notando el desmadre de su pelo; una ondulada melena rubia. Mi primera impresión fue “su pelo es un desastre”. Pero a medida que lo observaba, me fui hundiendo cada vez mas en cada línea ondulada de sus rubios, me perdía en una y encontraba otra que le continuaba. Como algo bello que no puedes comprender y mucho menos explicar, trate de mirar a otro lado.
La sensación de observarla hasta quedar ciego era constantemente abatida por el miedo de que se diera cuenta. Pero era difícil no hacerlo, así que me deje llevar por el deseo de hacer lo más duradera esta visión.
Pasé a fijarme en la fineza que delineaba su cara. Rara vez he podido explicar el significado de perfección. La dificultad para describirla, me hacer recurrir en resumir que me hacía sentir como la canción mas lenta y conmovedora que haya escuchado. Casi podía ver mis dedos tocando sus mejillas y muy apenas rozando con mi dedo pulgar sus labios, lo suficiente para sentirlos. Mi corazón late, se quiere salir.
Mi primer instinto es tumbar los anaqueles, libros y todo lo que hubiera en mi camino hacia ella tomarla por el cuello y besarla. Confundir respiraciones. Morder su labio inferior. Mirarla directo a los ojos y quedarme quieto.
Rápidamente maquino un plan maquiavélico para satisfacer mi curiosidad.
Tomo un libro cualquiera, me armo de valor y salgo de mi escondite. Me acerco a ella. Mi corazón esta dándole batazos a mi pecho; pero lo contengo. Justo cuando estoy enfrente de ella, lo dejo caer. El sonido la hace voltear a ver el libro, mis vans rotos y posteriormente (naturalmente) a mi. Su mirada me penetró totalmente. Pese al muy diseñado plan, no puedo evitar quedarme congelado, me siento como un venado en una carretera con la certeza de que voy a ser atropellado. ¡No! ¡Habla rápido, haz algo! y tartamudeo los primeros sonidos.
- Ppeerd... Este... Es que yo… es… espero no haberte asustado (¡Eso! ¡Que sutileza! soy un idiota).
- Ah, no te preocupes.
Me respondió la más angelical voz, con el aire de una juguetona ternura. Como es de esperarse, me quedo estupefacto; boquiabierto.
- Grr… Gracias (¡Si, por si lo dudabas, si, si soy un grandísimo idiota!).
Y salgo caminando olímpicamente a través de la librería. Me detengo en la entrada. Cosquilleó en mi cuerpo desde los pies a las orejas, esa picazón de voltearla a ver una última vez. Inevitablemente volteas y descubres que te está viendo extrañada. Te regala la más generosa de las sonrisas y se vuelve a ensimismarse en su libro.
Duré dos semanas ido. Era lo único en lo que podía pensar. Recreaba en mi mente una y otra vez esa última mirada.
Aun voy a esa misma librería. Todas las semanas en el mismo día y mas o menos a la misma hora, en la obligatoria ida al mandado. Me siento en el piso a leer libros esperando que se aparezca. No la he vuelto a ver.
Pero ahora no puedo esperar para ir a hacer las compras.
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