Deprimido y solitario, decidí vivir plenamente mi duelo amoroso con una película. Mientras manejo hacia el videoclub, voy planeando la velada de autocompasión y lamentos. Llevo la consigna de rentar “Diarios de una pasión” (la película mas cursi conocida por el hombre), comprar lo equivalente a tres lonjas de dulces y papitas, dos caguamas y vodka.
La idea es hincharme de azúcar en mi sillón, criticar como no sucede en la vida real lo que nos ponen en las películas (en voz alta), escuchar canciones de Beatles y ahogarme en licor hasta caer como saco (al menos así, podría dormir por primera vez en días).
Entro y saludo al empleado del mostrador, lo cual solo me recuerda el hecho de que soy un ermitaño empedernido, que lo único que hace es ver películas y escribir idioteces en un blog (tal vez por eso me dejó). ¡Ya basta! ¡Ya es tiempo de dejar de lamentarte! Me despabilo y empiezo a buscar la cursilería hecha película. Apenas voy en la “C” de la sección de drama/romance, más o menos alrededor de “Casablanca” (excelente filme), cuando oigo unos quejidos que suenan como todo un espectáculo.
- ¡Mira! En esta sale ese actor que te gusta tanto – dice el novio, evidentemente tratando de venderle la idea de siquiera, considerar rentar… ¡lo que sea!-
- ¡Ay no! Ya la vi muchas veces.
- ¿Y que tal esta?
- Ay no, de balazos no.
- ¿Y esta?
- La verdad no me llama la atención.
- ¡¿Pues entonces cual quieres?!
- ¡Ay! ¡Pues no sé! ¡La que sea! Tú escoge.
No puedo evitar contener la risotada ante tan, tan, tan familiar escena. Tanto que me voltean a ver. Apenado me callo y sigo buscando mi película. Pero en realidad, escucho muy atentamente a la discusión (no es muy común que uno tenga la oportunidad de verse a sí mismo en alguien mas).
- Dijiste que no me ibas a estar presionando – dice la novia con una voz muy digna-.
- No te estaba presionando, perdón chiquita, pero es que me desespero poquito.
- Pero no es para que me hables así, siempre me haces lo mismo.
- No chiquita, pero es que… -suspira agobiado el novio (NOTA: las mujeres están locas)-.
- Sabes que… ¡Haz lo que quieras! ¡Ya me tienes harta!
Se va dejándolo con la palabra en la boca, solo para pararse en la caja registradora con una carota; obviamente no se va porque él la tiene que llevar a su casa (locas, pero no pendejas). Inevitablemente, ahí va el tarado del novio tras de ella, cabizbajo, como si al instante que le dio la espalda le hubieran puesto un yunque de collar. Lo veo frustrado tratando de contentarla para evitar una escena más grande. En realidad, siento lástima por el tipo. Me dan ganas de acercarme y decirle que no siga perdiendo su tiempo. Que lo que tiene que hacer es disfrutar su vida, sin tener que soportar las estupideces de otra persona… Soy un pendejo (me digo después de reflexionar bien mis propias palabras).
Suelto la película que traigo en la mano, y me salgo del videoclub son una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Ah! ¡Soy un pendejo! – grito carcajeando mientras brinco mi camino hacia mi automóvil-.
Ya no me siento deprimido y solitario (y duermo como un bebé).
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