Le enseño mi cámara y mi pase de prensa al gorila de la puerta. La pesada puerta de acero me deja entrar en lo que, innegablemente, solía ser un almacén, ahora, el bar más cotizado de la ciudad; es increíble lo que una barra, unos sillones y luces pueden hacer.
Cuando me piden cubrir estos eventos, me piden de 6 a 8 fotos, así que, en media hora mi trabajo esta terminado y puedo aprovechar la barra libre. Este trabajo me ofrece las más interesantes oportunidades de conocer gente importante, ir a conciertos, entrar a los lugares sin hacer línea y, lo más importante, poder pistear sin gastar. Pero solo es un trabajo plataforma, me gusta, pero, mi verdadera ambición es ser un fotógrafo profesional, abrir mi propia galería, tener mi propio changarro, podrirme en dinero, viajar por el mundo etc. pero es un largo camino que recorrer, así que heme aquí.
Después de terminar mi labor, decidí que era hora de consentirme con una helada. Mi empleo puede llegar a ser muy agotante (una vez tuve que explicarle a un tipo porque no podía salir tirando dedo: “trabajo para el Diario… en la sección de sociales… es la piñata de tu sobrinito… ¡idiota!”).
Sentado en la barra, veo a lo lejos unas piernas que reconozco; blancas, largas, finas y exquisitas. Lena. Una aspirante a modelo que, trabaja como edecán (trabajo plataforma, según ella), en presentaciones de productos, exhibiciones de autos etc. cualquier evento donde se requiera una cara bonita. En realidad, su nombre es Helena, pero alguien le dijo que Lena sonaba mas exótico, así que así se presenta.
Siendo yo fotógrafo de eventos y ella edecán, es muy común que nos topemos. Somos muy buenos amigos, hasta eso. Siempre bromeamos de cómo nos haremos famosos el uno al otro, ella posando y yo detrás del obturador, “algún día” nos decimos. También platicamos de todo un poco, novias, novios, trabajo, familia etc.
- ¡Lena! –le grito (la única manera de comunicarse con el volumen de las bocinas) y la saludo de lejos-.
La veo que gira y manda el lacio rojo para atrás. Me sonríe. Se acerca hacia mí, un tacón a la vez, casi en cámara lenta. No creo conocer a una mujer más hermosa, pero, nuestra relación siempre ha sido como futuros colegas, de respeto. Demonios, el solo tratar de excusarme me delata, no puedo mentirme a mi mismo, la deseo, pero le tengo pavor.
- ¡Momo! (Nunca entendí bien porque me llama así, espero que no sea porque suena mas exótico) Ay, que bueno que te veo, ya no aguanto los zapatos – toma mi corona y se la toma mientras se descalza-.
- ¡Dos coronas! – le grito al cantinero- .
- ¡Ay perdóname! No quise…
- No, no te apures, te todos modos, te iba a invitar una, al cabo son gratis ¿si puedes, verdad?
- Si, la presentación fue mas temprano, ya salí, nomás decidí quedarme a la fiesta.
- ¿Con quien vienes? – le pregunto mientras sirvo las cervezas en los tarros, evitando voltear para que no descubriera, mi artimaña para saber mis posibilidades con ella. Pero su silencio me hace voltear, para encontrarla viéndome con una mueca, “¿crees que no sé que haces?” me dijeron sus ojos (jamás cuentes tus técnicas de galantear a una mujer hermosa)-.
- Estoy sola… ¿Por qué preguntas?
Me dice mientras muerde un popote que tomó de la barra. La tomo por los brazos y la echo a la barra. Le arranco el vestido, ella hace lo mismo con mi camisa y nos besamos como si no hubiera un mañana. Bueno, en realidad no, pero era lo único que podía pensar, esa imagen una y otra, y otra, y otra…
- ¿Momo? Momo, ¿Por qué la pregunta?
- Ah, este… - reacciono - nomás, quería saber (adiós galantería).
Lena es alguien con quien puedes tomar a la par, nunca me ha puesto un “pero” a una cerveza. Ya no sabia si trataba de emborracharme, o yo a ella, pero yo solo veía como le regresábamos vasos a vacíos a “Lucas” (ni idea de cómo se llamaba el cantinero, pero Lena le empezó a decir así, después de 3 cervezas y un tequila). Ella se carcajeaba, yo me carcajeaba más fuerte. Yo pedía cerveza, ella pedía tequila. Yo pedía cubas, ella Martini (¡Bendita barra libre!). Posteriormente, platicas de borrachos. Así que ahí me ven deshaciéndome en explicaciones, como se debe lograr una buena iluminación al fotografiar. Lena, con una cara como si estuviera explicándole el significado de la vida, absorbe cada palabra que le digo.
- En fin, y ya es todo lo que quiero decir de eso… hablemos de otra cosa. – le replico, mientras hundo la cara en el tarro-.
- Esta bien, y… bueno… emmmm… ¿Qué tal te va con el portafolio? ¿Has tomado algo interesante?
- Pues, de hecho si, tengo nuevo material, del cual tengo 3 que creo que son muy buenas, pero, no sé, no son exactamente, como lo digo, muy mercadeables.
- Quiero verlas.
Reí mientras le hundía la nariz de nuevo a la cerveza.
- Es en serio, quiero verlas.
- ¿Si? No lo sé, no sé si te gusten, están medio…
- Nunca he visto tus fotos, excepto las del periódico, pero esas no cuentan – pone su mano en mi rodilla, y naturalmente siento un escalofrío en todo el lado izquierdo- tú sí has visto una pasarela mía.
Titubeé como por dos segundos, hasta que me tomó de la mano y salimos corriendo (no había necesidad de correr, pero con ese pisto encima no piensas las cosas muy bien). Le hicimos la parada al primer taxi que vimos y lo montamos. Ella sentada en su lado viendo por su ventana, yo del mío, haciendo lo mismo. El pavimento brillaba y la noche se sentía húmeda. El olor que entraba de las calles al taxi, una caricia fría y delicada con olor a suelo mojado. Perfecta.
- Llovió…-se dijo para si misma Lena-.
La miré lentamente y, acaricié su meñique, que parecía perdido en el asiento vacío entre el de ella, y el mío. Ella voltea, y me ve, directo a los ojos, quita su mano y se voltea apenada, yo hago lo mismo. Estúpido, “ver tus fotos” no es código de “llévame a tu departamento a coger”. Ella me mira de reojo, yo hago lo mismo. Me llevo mi pulgar a mi boca y lo mordisqueo para tratar de calmar la desesperación. ¿Cuánto falta para llegar? ¿Se habrá ofendido? ¿Por que ver mis fotos ahora, si nos conocemos hace meses?
Al fin, llegamos al 501 de la calle “blah”, mejor conocido como “hogar, dulce hogar”. Subimos las escaleras hasta la puerta de mi departamentito, y cada escalón pienso si recogí o no. Temblando saco las llaves, hurgoneo con la cerradura y al fin cede. Entramos a oscuras y nos hacemos camino hasta la sala, o mejor conocida como “oficina”.
- Son algo… pues… -digo titubeante-.
- Ya enséñamelas…
Jalo la cadenita y se hace la luz, descubriendo así, a tres fotografías de 27x41 pulgadas. Tres mujeres desnudas. Una de ellas esta recostada en una cama fumando un cigarrillo, posando unos muy coquetos lentes oscuros grandes (como los que se usaban en los 60’s). Otra con una blusa azul holgada, caída de un hombro, descubriendo un pecho, y, la última, estaba sentada en una silla, traía unos tacones rojos y un collar de perlas, con los labios pintados rojo vino.
Asombrada, sin palabras, lo único que hace es mirar. Mordisqueo mi pulgar atrás de ella, si sigo, a este paso, solo quedará el hueso. Se acerca a las fotografías, recargadas cómodamente en la pared.
- ¿Estas mujeres quienes son?
- Una cajera, una maestra de secundaria y una mujer que conocí en el autobús.
- ¿Te las cogiste?
- No, por supuesto que no. Les pedí que posaran. Mira, sé que muy probablemente pienses que soy un pervertido, pero no es así –me acerco hacia ella, hacia los posters y me pongo en cuclillas- la verdad es que, hay algo en ellas. No sé como describirlo, lo mas cercano a ponerlo en palabras seria “clásico”, “ternura” y “pasión”. No encuentro otra manera de decirlo. Sus cuerpos son hermosos, y no lo digo en el sentido “playboy” de la palabra, hablo una belleza ordinaria, del tipo que descartamos todos los días, por ensimismarnos en otras cosas…
Me interrumpe con un beso y, me tira al suelo. Tiene el beso mas gentil que he tenido la oportunidad de sentir. No apresura ninguna caricia. Su respiración acelerada desbarata mis sentidos. La siento sobre mis piernas y beso desde su quijada, lentamente pasando por su cuello, hasta llegar hasta a su escote. Con la yema de su dedo índice, arrastra una caricia desde mi frente hasta mis labios.
- Son hermosas… -susurra
Hicimos el amor en el piso de la oficina, junto a la ventana.
Después de dormitar unas horas, la veo de pie enfrente de la ventana; frágil, expuesta totalmente hacia la noche. Las luces de la ciudad creaban el perfecto reflejo de ella en el cristal. Su abdomen, delineaba una “s” alargada entre la luz y las sombras. Su pelo largo en cola de caballo, caía sobre su espalda, pero permitía ver las paletas de su espalda, trazadas con fineza sobrehumana. Sus pechos se veían en un claro-oscuro, seductores y maternales. Mi primer instinto fue buscar mi cámara lo más silenciosamente posible. La tomo, la enfoco y disparo. Al oír el “click” volteó.
- “Portentosa”… - le digo-.
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