En lo que dura un poleo
Escribir por no dormir, por compartir, por no partir.
Alargando el tiempo libre sin horas de sueño enmedio; de noche puedes ser tú mismo, puedes hacer cosas que por la mañana estarían peor vistas. La noche nos da licencias que hacemos trizas en tu cama, que se convierten en polvo cuando amanece.
Si hiciera falta silencio para escribir, no estaría escribiendo en el bar de la esquina, ese que está cerca de las doce de la noche.
Si les miro me parece increíble que al apartar la vista se conviertan en mil voces sin sentido. Intento captar las conversaciones, pero una ola las trae y otra se las lleva.
Escribir sin ganas al principio, por practicar, por hacer algo, por gastar tinta, por rescatar una frase de mil, por suspirar tranquilo, por relajarme, esperando que el poleo se enfríe, porque no cierran el bar, porque quiero.
¿A dónde va ese autocar? ¿A dónde va esa mujer? ¿Y el ciclista? Ese coche quizá viene del aeropuerto, del que viniste el día que no te vi.
Hemos nacido para reconocer rostros, para mirar a los ojos de alguien que se cruza en nuestro camino de repente. Tal vez por miedo, o por curiosidad, pero lo hacemos, es difícil evitarlo: Es en esos momentos cuando no hay tiempo para pensar, cuando te puedes sentir inseguro; pero también cuando somos libres de una manera primaria y salvaje; en un segundo todo lo aprendido queda suspendido en el aire mientras caemos a cuatro patas y empezamos a olernos. |