05:00 horas.
La noche ya casi moría, las luces del amanecer aún no surgían por el oriente para iluminar las calles de la ciudad. Era esa hora mágica de tonos grises, de luces sin sombras, de fríos húmedos.
El mensajero caminaba arrastrando la pierna herida. El brillante sudor empapaba su frente por el esfuerzo. Buscaba un escondite sabiendo que era inútil, ya lo habían encontrado una vez, podrían hacerlo de nuevo. Necesitaba descansar, aunque fuese un momento. Sabía su destino, algo no extraño para un mensajero, la mayoría terminaba mal, la mayoría no duraba mucho. “EL MENSAJERO NO ES IMPORTANTE”. El lema que por los siglos de los siglos su grupo había hecho cumplir volvía a su cabeza mientras se sentaba en el sucio suelo de la calle. No era la primera vez que pasaba por un riesgo así, en varias ocasiones había sido torturado, humillado y hasta amenazado, pero nunca había comunicado su mensaje a nadie que no correspondiera, nunca había fallado una misión. Nunca quizás hasta ese momento.
El mundo se volvió blanco y negro, más gris de lo que ya era en ese momento. No oyó los pasos acercarse, nadie hubiese podido, pero sintió la presencia de los Persecutores antes de distinguirlos entre las sombras. Eran tres, por lo general siempre eran tres. Esta vez eran dos hombres y una mujer. Se acercaron al mensajero y se quedaron de pie formando un triangulo.
-Sabías que pasaría tarde o temprano-. Dijo uno de los Persecutores.
El mensajero cerró los ojos e intentó ponerse de pie pero cayó nuevamente al piso. Dio un hondo y doloroso suspiro y apretó la pierna herida.
-No es necesario llegar más lejos-. Dijo la Persecutora.
El mensajero abrió los ojos y miró la calle más allá de los tres que lo rodeaban.
-Ninguno de nosotros llegará más lejos-. Dijo, expresando algo que parecía una sonrisa.
Los tres Persecutores giraron a ver la figura de un hombre que se acercaba a unos cientos de metros de distancia.
-Estamos de suerte-. Dijo el Persecutor dos.
-Al contrario-. Dijo el Persecutor uno.
-Somos tres, él uno solo-. Insistió el Persecutor dos.
La Persecutora miró al mensajero y lo levantó tomándolo del cuello.
-¿Es alguna broma? ¿Él es a quien debes dar el mensaje?
-Soy sólo un mensajero, sólo a quien este dirigido el mensaje puedo entregárselo. Sea quien sea, esté donde esté.
La Persecutora acercó su boca a la del mensajero y la cubrió, como un beso, sin serlo.
-No entiendo-. Dijo el Persecutor dos, ansioso de demostrar sus capacidades-. Sólo es uno, no importa de qué lado esté.
A lo lejos la figura que se acercaba se detuvo aún antes de poder distinguirse entre la oscuridad. Los observaba, los sentía.
-Debemos irnos, ahora-. Dijo el Persecutor uno.
-Necesito más tiempo-. Dijo la Persecutora, dejando su beso un instante y retomándolo.
-No hay tiempo, ya sabe que estamos acá-. Dijo el Persecutor uno cada vez más nervioso.
La Persecutora soltó al mensajero y este cayó pesadamente al sucio suelo, desmayado.
-Inútil-. Dijo la Persecutora, frustrada.
-Sigo diciendo que él es uno sólo-. Repitió el Persecutor dos, sonriendo a la figura lejana.
El recién llegado comenzó a caminar lentamente hacía ellos.
-No, nos iremos ahora-. Dijo el Persecutor uno.
-Pero…-. Comenzó a alegar el Persecutor dos, la voz seca, grave y el tono cortante de la respuesta del Persecutor uno la hizo temblar.
-Es un Exiliado.
El Persecutor dos miró a sus compañeros, al mensajero en el suelo y de nuevo la figura que se acercaba. Su seguridad desapareció. Las ansias de demostrar su poder se esfumó como las cucarachas al encender la luz, buscando rincones oscuros e inaccesibles.
Cuando el Exiliado llegó junto al mensajero no había rastros de los tres Persecutores, habían desaparecido con la misma sutileza con que habían llegado. El Exiliado tomó la mano del mensajero y lo ayudó a sentarse mientras este recuperaba la conciencia.
Con los ojos medio abiertos y a duras penas, el mensajero vio el rostro del Exiliado. Cuando las miradas de ambos se cruzaron, una voz en la cabeza del Exiliado murmuró una palabra, una sola palabra, el MENSAJE.
El Exiliado abrió la camisa del mensajero y miró su espalda. Dos grandes cicatrices paralelas y verticales corrían desde poco más abajo de la base del cuello hasta la altura del abdomen del mensajero. Volvió a mirarlo a los ojos.
-¿Puedo hacer algo por ti?-. Preguntó el Exiliado, con voz grave y penetrante.
-El mensajero no es importante-. Respondió el otro, y sus ojos se cerraron.
El Exiliado se puso de pie y dio media vuelta para alejarse del cuerpo del mensajero volviendo por donde había llegado. Necesita buscar respuestas, mientras el MENSAJE en su cabeza tomaba miles de formas y se convertía en cientos de opciones. Al día siguiente alguien encontraría al mensajero muerto, nadie podría determinar su identidad y su cuerpo desaparecía misteriosamente antes de los estudios para determinar las causas de su muerte. Un equipo de limpieza desparecería cualquier potencial testigo, desaparecerían los informes o cualquier recuerdo del hallazgo. Así sería, el Exiliado estaba seguro, una de las dudas era a qué bando, de todos los posibles, correspondería ese equipo de limpieza. |