Me puse a leerle las líneas de la mano para salvar la incomoda situación de que hacía varios años que no nos veíamos y no teníamos mucho para decirnos. Me pareció que él también se aflojó un poco con ese gesto mío. Tenía las manos sudorosas cuando se las agarré pero, ni cinco minutos, ya las había normalizado mientras yo le parloteaba mentiras e inventos sobre las líneas curvas que se ramificaban hasta los dedos. Parecen raíces le dije, y ahí soltó una carcajada larga y se acordó cuál era la forma mas sencilla para comunicarnos.
Anoche tuve un sueño con vos Amalia - De haber tenido los veintipico que tenía la última vez que estuvimos en un cuarto juntos, mis manos hubieran lanzado un baldazo de sudor. En cambio seguí como si nada haciéndome la interesada en sus sueños.
- Nunca estudié psicología al final. Me cambié un año después a otra carrera que también terminé abandonando. -
- No te lo digo por eso sonsa! sólo quiero contarte mi sueño que viene al caso de las manos y las raíces. - Yo ya lo sabía, pero no sé porqué siempre le respondí de esa forma entre irónica y burlona. De todas formas le presté atención porque hurgando esos dos minutos en mi memoria, no había nada parecido a que el Timidón (como le decía Celeste después de que le conté que tardó mas de seis meses en invitarme a bailar) contara algo sobre su intimidad nocturna.
- ¿ Y qué soñaste? -
Siempre que tiene pensado hablar mucho se prende un cigarro y mira la sábana un rato como si fuera a sacar el texto de un guión impreso en la cama de los hoteles. Desde chico ya tenía esa manía de no mirar a los ojos cuando habla y por mas cargadas que le hicimos en la adolescencia, para Ignacio era imposible mirarnos a los ojos si de hablar en serio se trataba. Estábamos tomando una cerveza en la habitación del hotel donde se estaba quedando esos días en Campana, antes de volverse a su casa.
- Yo vivía en la casa de Fran, esa de los muebles grandes y viejos que siempre estaban llenos de tierra desde que la tía murió (antes de la muerte de la tía, la pobre siempre les iba a limpiar la casa a los dos muchachitos huérfanos, para que no se los comieran los piojos, decía ella). Entonces aparecías vos bajo la parra del patio, con las manos cortadas y lastimadas, escondiendo algo que apretabas contra tu pecho. Te juro Amalia, era tan real! tan real que me largué a llorar cuando me desperté. Después saliste corriendo y yo te seguí porque quería saber que tenías en las manos. Te seguí y cuando te alcancé me lo mostraste sin demasiada molestia. - Ahí se quedó callado, para darle suspenso, como tanto le gusta cuando es él el que cuenta algo.
- ¿Y? ¿Qué era lo que tanto escondía? - Me hice la tonta, la que no lo sabía.
Entonces me tomó la cara entre sus manos. Mirándome con ojos melancólicos y en medio de un ensordecedor silencio. - Tenías una raíz entre tus manos. No sé qué significara. - Después me pidió permiso porque tenía una cita política con una dirigente de la zona, Clarisa.
Salimos juntos del hotel y nos despedimos. Ahora ya debe estar volando rumbo a Grecia, donde vive desde hace siete años con su hijo.
No me besó; ya no nos besábamos por lo menos desde hacia una década. Entre nosotros dos había un rara, rarísima, amistad. ó, lo que es lo mismo, un gran amor abortado. Y lo de la raíz sólo tiene explicación en el cuento de la Mussu, que se lo leí una vez quince años atrás y pensé que no me había escuchado. Aparentemente lo tiene mas presente que yo, porque hasta me parecía estar leyendo las hojas de mi profesora de litaratura cuando lo miraba a él.
Raíces somos los dos: "siempre llevando las cosas para arriba, asegurándonos de que los demás estén bien, dándoles nuestro amor al que lo quiera, pero nosotros somos como una raíz, siempre sola debajo de la tierra". Por eso ya desde chicos nunca nos sorprendimos de tener tantas parejas, de querer ocultar con cada cuerpo la oscuridad que hay en el entierro solitario de los que somos casi "físicamente incapaces de recibir nada".
Yo salí del hotel apurada también, porque a la noche venía Marcos a casa y todavía tenía un desastre de libros y cartas viejas desparramadas por toda la casa. |