El otro día se me ocurrió mirar hacia atrás. Mas que nada por saber si mi sendero errante, mi surco terraqueo, la cicatriz de mi vida, seguía estando ahí. Para ver si el espejo del tiempo me devolvía mi reflejo, y como de distorsionado estaba este.

Y me encontré con que lo que yo creía un par de pasos eran en realidad kilometros, y el sendero daba mas vueltas de las que hubiese imaginado. Y el espejo... el espejo me devolvió la imagen, de apenas un año de vida, de un yo mas inocente. ¿Mas atrevido? ¿Mas vivo?


De un tiempo en que creí en todo por nada, y deposité confianza a ciegas en cuantos me rodeaban, en que soñe un mundo y un ser humano distinto. Un tiempo en que yo era menos cínico, y aún creía ver gigantes donde tan solo había molinos. Y una parte de mi mismo se rio a carcajadas de su propio reflejo.

Porque despues de ese tiempo hubo uno de puñales en la espalda, de decepciones, de ilusiones que se desvelaban mas falsas de lo que uno esperaba. Y dejaron su marca sobre mi piel de niño, inocente.

Y mis cicactrices se rien, pues se consideran sabias, marcas de por donde no debe ir, diccionarios de los gestos que delatan el disfraz.

Volviendo la vista al frente, me di cuenta de la repugnancia que me producía el paisaje que atravesaba, de cuanto odiaba sus montes de basura, sus riós de alquitran y sus arboles de cemento. Y me di cuenta de que mi confianza descansaba ahora practicamente por completo en mi espalda (y las de quienes me acompañan en el viaje desde hace años), y combaba mis piernas ¿O las hacía mas recias?

Y mis cicatrices gritaban en mis oidos, urgiendome a recuperar la que había depositado en algunos compañeros, hoy algo alejados, pues habían reconocido los gestos en sus diccionarios, y los parecidos se anunciaban nefastos.

Ruego a dios por no estar en lo cierto, por ser yo quién esté enfermo y vea fantasmas donde no los hay, molinos donde tan solo hay gigantes y dulcineas vestidos de cuero.