BAJO TIERRA
Caminé lo equivalente a medio día hasta llegar a él. El duro trayecto en descenso, agrietó mis zapatos.
El polvo del camino serpenteado, ensució mi vestido.
Traté de verme bien ante él a pesar de aquella contaminada multitud, que acudía presa de entusiasmo y temor a refugiarse un par de horas en aquellos agujeros de concreto.
No me sentía igual a todos ellos, sin embargo, estaba ahí por él.
Es mi amigo y a veces más que eso.
Algunas veces se convierte en mi amante, otras en mi confidente. Y casi siempre en aquél cómplice de sueños efímeros guardados en esas cuatro paredes; Sueños que encerramos y abandonamos a su suerte. Por nuestra voluntad, y a pesar de ella también.
Estar ahí con él en medio de las tinieblas, aún de día. Me sumergía en otra realidad.
Me apartaba de mi mundo. Escapando de mis pesadillas, de mis miedos. Ahí nadie me encontraría. Es el último lugar donde podrían buscarme.
Porque él no existe en mi universo. Es un hombre sin rostro, no forma parte de mi pasado, ni de mi presente, y menos de mi futuro. Aún así, es mi sombra compañera.
Es mi amigo y a veces, menos que eso.
Me encontré con él a mitad del camino, no lo veía en muchísimo tiempo. Sólo quería decirle que me lleve pronto a aquél lugar. A ese laberinto y averno, vuelto mi único refugio de existencia interrumpida.
Las almas vagaban alrededor. No soportaba tanta tristeza y estupor. Me partía el corazón ver como miles de ojos inquisidores clamaban por sus familias. Por alguien que se acordara de ellos. Pues no todos bajan al Infra mundo.
Yo necesitaba descender de vez en cuando. Desde la primera vez que fui, la cual fue mera curiosidad. Aquél inocente fisgoneo me llevó a él. En un momento de mi vida difícil realmente. Cuando no quería dar la cara a nadie. En ese entonces, mi familia, amigos y demás no eran la compañía que necesitaba.
Lo encontré a él. Lejano a todo lo que me rodeaba. Extendió su mano, la tomé sin pensarlo dos veces y me recosté en su cama, derramé muchas lágrimas en su almohada. Me refugié en su pecho. En sus caricias sin alma. Hasta que la noche me avisaba que debía partir, de nuevo a mi mundo.
En ocasiones, su sombra asomaba por mi ventana, recordándome no olvidarlo. No del todo. No por siempre.
Cuando estaba con él. Olvidaba mi vida en la tierra, mis metas postergadas. Lo jodida que es la vida y cómo duele crecer. Y sólo era yo. Sin máscaras, sin maquillaje, sin ropas caras, sin títulos, sin familia. Tan sólo yo.
Las drogas dejaban de ser alucinógenos de conciencia y se convertían en un secreto más entre los dos. Me sentía maligna a su lado, y eso me gustaba. Jugar a ser otro. A ser ese sujeto al que no le importa nada.
El es sólo un fantasma. Sé que a veces le gusta serlo, pero muchas otras quiere ser más.
Pregunta por mi vida en la tierra y se llena de mis experiencias como si fuesen suyas. Ya que su status aquí es limitado. El aguarda impaciente un retorno sin fecha.
En esta oportunidad, mi alma estaba en paz. Sonreí al verlo frente a mí, corrí a encerrarme con él.
Quise abrazarlo y me detuve en el intento. Todo era ya familiar, habían cambiado ciertas cosas pero su esencia permanecía en el ambiente.
-Vamos, entremos de una vez. Detesto ver todas esas almas lamentándose.
-¿Por qué lo dices?
-¿No escuchas los llantos?
-No.
-Es que ya debes estar acostumbrado.
-Si, debo estarlo.
-¿Has preparado algo para mi visita?
-Ya lo verás…
El viento traía consigo un olor a azufre, a sudor y muerte. Por eso nos encerrábamos, para apartarnos de aquellas almas vagabundas. Que rogaban por un poco de atención. Arrepentidas de sus pecados. De no poder ascender a ese mundo que yo aborrecía la mayor parte del tiempo.
En medio de ésta, mi otra rutina esporádica. Nos tocábamos, hacíamos el amor. Reíamos.
Compartíamos más de una confidencia. Y el más grande de todos los misterios: Contaminar nuestros cuerpos. De sustancias ilícitas, prohibidas. No sucedía siempre, pero cuando pasaba me gustaba sentirme así: sucia, nociva. Porque muy en el fondo sabía que sólo era uno de tantos placeres más. No era verdad. No era real.
El tampoco lo era.
-Tengo una sorpresa para ti.
-¿Y esta vez qué será?
-Sólo cierra los ojos.
-Está bien, lo haré.
-No los abras aún. Me resiento si lo haces.
Permanecía desnuda recostada en un rincón de la cama. Se acercó a mí con una sonrisa partícipe.
En manos llevaba un espejo roto con dos gramos de cocaína esparcidas, lo arrimó sobre las sábanas a mi completa disposición. Con un naipe tomó un pequeño puñado y lo colocó en mis fosas nasales lentamente.
Aspirar el fármaco indebido y sentirlo dentro de mi cuerpo, matando suavemente mis vacíos inconstantes me causaba cierto sosiego.
El me entendía, a veces necesitaba olvidar. Resulta más fácil cuando te ayudan a hacerlo. Le di un beso apagado para sellar nuestra infracción amoral.
Antes de mi partida me preparaba para la despedida. Como siempre, más que tristes eran repetitivas. En el sentido que cumplían el mismo patrón.
El ascenso era más que pagar una pena. Me rozaban pieles que ardían en llamas. Suplicando por ayuda. Rostros deformes, mujeres licenciosas, madres con niños en brazos, el silencio de estos inocentes que no entendían porqué aguardaban en esa interminable coladera, me dejaba un mal sabor en la boca.
No era justo en lo absoluto que pagaran por los pecados de sus padres. Maldita suerte la suya. Sólo cerraba mis ojos y aguardaba. Esperaba quieta, a través del gran portal para partir.
Una vez que los carceleros quitaban la cerradura que dividía nuestros mundos, me cegaba un colosal rayo de luz. Gritos clamando paz.
Tenía que correr con todas mis fuerzas, pues los brazos inmersos en llagas de mil almas impuras, rasgaban mis ropas para tomar posesión de mi lugar.
No se me permitía ver hacía atrás. Enterraba mis pasos en la tierra húmeda. Huyendo de vuelta a la gran orbe.
Imaginaba que él me veía partir, pero jamás quedó claro si podría verme en medio de la oscuridad.
Pensaba que él se llevaba la peor parte. Ya que al sepultarse el día, quedaría sumergido en su condena.
Al menos, durante algunas horas, ayudaría a hacer menos dura su penitencia. Le regalaría sorbos de vida. De mi vida. Para cubrir esos huecos de vacío que dejaba aquella interminable soledad.
-Ya es hora. Te debes vestir.
-El tiempo pasa demasiado rápido. A veces quisiera pasar la noche aquí, contigo.
-Sí, lo sé. Pero no es posible.
-¿Te volveré a ver?
-Yo veré la forma de comunicarme contigo.
-No estaría aquí si no significaras algo para mí.
Me coloqué mis ropas. Mis zapatos desgastados por el viaje. Miré su rostro. Grabé su recuerdo en alguna parte de mi memoria. Quizás ésta era la última vez. En cualquier momento dejaré de verlo.
Y él tendrá que armarse de valor, subir como el resto de nosotros. A este infierno llamado vida.
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