Si a la vida la pudiéramos instalar en dimensiones de un paraje, esté sin duda se asemejaría al desierto más extenso o al más profundo de los mares. Pero eso también dependería de la mentalidad de cada persona; quizás para algunos sería la montaña más alta cuyo pico se esconde tras las nubes, el bosque más intricado, la selva más sombría, el campo más fértil, el lago más transparente… o el más luminoso de los cielos, con sol, con luna, con estrellas, y quizás con nubes.
¿A dónde quiero llegar? Aún no lo sé… desde mi vastísimo océano no encuentro el faro que me guie a un puerto seguro. Todavía sigo esperando al sol en ese desierto sumido en la penumbra. Ubicar la luz en el cielo, me daría la certeza de buscar mi lugar en el mundo.
Supongo que no puedo quedarme a esperar que la mejor o la peor de las suertes se cruce por un camino inexistente en aras de rozarme un poco, pero…
¿Se puede escoger un rumbo al azar, sabiendo que podría tener un mal término?
Que puedo decir, es obvio que debo moverme.
Ya decidí librarme de los molestos equipajes, no es fácil viajar con un peso extra y que no sirve de nada, en cambio llevaré lo más importante… yo.
Sin sueños… cierto, sin motivos… también, solo sé lo que no quiero, sé lo que me falta, y en el largo sendero a lo desconocido, solo me acompaña la creencia… la creencia de encontrar algo real, antes del final de la jornada.
Aunque me he quedado ciega de tanto que miré al cielo en busca de una luz, estoy consciente de los peligros de un camino a oscuras, pero… como los pájaros aletargados en invierno, sé que es hora de volar al llegar la primavera.
Que difícil es comenzar de nuevo.
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