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Por las noches cuando toda la ciudad dormía, entre las sombras de las casas que se proyectaban sobre el pavimento de las calles, acompañado de los últimos sonidos de la cotidianidad del día que daba paso a otro, caminaba sin rumbo Claudio. Esa noche nuevamente cumplía el ritual que lo venía repitiendo los últimos nueve años. Como poseído por una fuerza indomable todas las noches, luego de que el reloj marcaba las doce, salía de su casa y se enrumbaba por las calles desiertas atiborrado de un abrigo que lo cubría del frío. Era un hombre solitario. Vivía sólo desde que su madre murió, no tenía más familia. Para la edad que tenía, treinta y cinco años, la soledad le resultaba ciertamente desagradable y le dejaba como resultado un carácter taciturno, una personalidad inclinada a la melancolía y buscadora de misterios no develados.

Los últimos años los había vivido entre su trabajo como profesor de música en una escuela fiscal y su práctica continua del arte musical. En la adolescencia, en el conservatorio de música, estudió contrabajo y flauta, tocaba ambos instrumentos con verdadero dominio, demostrando una habilidad sobresaliente en la ejecución. Siempre fue reconocida su manera de tocar, especialmente el contrabajo, del que nunca se separaba. La flauta, igualmente, la ejecutaba con particular sentimiento. Dentro de su repertorio constaban composiciones suyas, melodías que en sus años de estudio y luego ya como profesional compuso con verdadera dedicación, poniendo en práctica toda su capacidad creativa. No había nada que hacer, Claudio, era un artista en el sentido amplio de la palabra, contaba con esa sensibilidad que detentan los verdaderos creadores de belleza, con el sentido de la perfección que impacta en la sensibilidad de los seres humanos.

Huérfano de padre a temprana edad, sus primeros años de vida transcurrieron en compañía de la familia de su madre. Su abuelo materno, músico y bebedor empedernido, sería, con el paso de los años, la influencia más directa en cuanto tiene que ver con sus inclinaciones artísticas e igualmente determinante en su forma de abordar la existencia como una aventura en la que el espíritu busca el sitio verdadero, donde la esencia humana de rienda suelta a sus instintos. La relación con su abuelo materno, ciertamente, no fue continua, de hecho su abuelo vivía en la capital, mientras Claudio residía en una provincia al norte, pero a pesar de esto las veces que Claudio visitaba la capital se entrevistaba inevitablemente con su abuelo compartiendo su afición musical y aún más las vivencias del viejo que eran muchas y especiales.

El tiempo haría que un triste acontecimiento una más a Claudio y a su abuelo. Este acontecimiento fue la muerte de la abuela de Claudio. El viejo al quedar sólo se decidió por ir a vivir con la madre de Claudio en la provincia, al norte de la capital. Llegó el abuelo derrotado por la melancolía. Su mujer había sido su eterna compañera. Nunca se separaron hasta que la muerte de ella dejó un vacío en la existencia de abuelo, y él asumía que nada ni nadie lo llenarían. En el ocaso de la vida, el abuelo había decidido dejarse llevar por lo acontecimientos como un barco a la deriva.

Ya en casa de la madre de Claudio, el viejo se dedicó a estar largas horas sentado con la mirada perdida en el jardín de la casa. Claudio lo observaba sin ser visto, en su interior sentía nostalgia por aquel ser que estaba destinado a esperar solamente que la muerte llame a su puerta. Lo observaba e interiorizaba el dolor que sentía ese hombre que ahora estaba a punto de cruzar el umbral que separa la vida del otro estado de profunda ausencia que significa la muerte. Mientras lo miraba, Claudio se imaginaba que aquel, que ahora era un ser indefenso, débil, hundido en la espera de nada mas que no sea la esperanza de encontrar a su amada al otro lado de la vida, en otros tiempos fue un hombre alegre que andaba con la música acuestas sembrando la alegría en otros seres que se congraciaban con sus interpretaciones. Para Claudio este contraste le dejaba la sensación de que los seres humanos viven varias vidas en una; que la existencia con el pasar de los años tiene que enfrentarse a dejar en el camino cosas, sensaciones, lugares, seres que ama. Todas estas ideas lo hundían en la melancolía. Pero en seguida pensaba que todo esto en realidad hacía parte de la existencia, que era ineludible en el camino. El viejo ausente del tiempo, con la mirada perdida susurraba alguna melodía que en su memoria rondaba como parte de algún recuerdo. Por momentos sus ojos se inundaban de lágrimas que por algún motivo no rodaban por su rostro cubierto de surcos que el paso de los años había marcado.

En estas circunstancias resultaba difícil para Claudio poder compartir con su abuelo. Las veces que intentaba iniciar un diálogo, la actitud esquiva y poco receptiva de su abuelo hacía que desista de su intento. Su interés por comunicarse con él tenía por lo menos dos razones: por un lado tenía el propósito de sacarlo de ese estado de ausencia existencial en el que había caído desde la muerte de la abuela; y por otro, desde que llegó el abuelo a casa de su madre, se había puesto la firme determinación de conocer, de labios de él mismo, el secreto que envolvía la interpretación de un instrumento musical. Antes de la crisis, el viejo ya le había hablado, con palabras que a Claudio le parecieron proféticas, sobre lo oculto que conlleva la ejecución del instrumento musical. Muchas veces oyó decir al abuelo que entre el músico y el instrumento se producía un ensamble que iba más allá de lo físico, que se producía una fusión de vitalidad, por que en palabras del abuelo, al igual que el músico emite energía que produce su existencia; el instrumento tiene su propia vida, tiene existencia autónoma. Le había dicho el abuelo que en alguna ocasión escuchó como su contrabajo le hablaba y le decía en lenguaje de sonidos que necesitaba que lo limpiara. En otra ocasión le compartió que su contrabajo le había pedido que guarde silencio al momento de ejecutarlo, por que necesitaba alimentarse del silencio del músico para poder vivir a plenitud su vida de madera y cuerdas hecha sonido.

Llegó, como todo lo ineludible, la muerte del abuelo. En sus últimas horas de existencia había hablado a Claudio con estas palabras: “ la vida, ahora me doy cuenta, es un camino que tiene un final al que llegamos cansados dejando atrás las alegrías y las tristezas que nos alimentaron, dejando atrás, como cuando una melodía termina, los sonidos que hicieron que nuestro espíritu vibre. Pero para que la música de nuestro espíritu vibre es necesario, a veces, guardar silencio y dejar que los sonidos que se anidan en nuestro interior más íntimo exploten en forma de una cadencia que se expande en el pentagrama de la existencia. Permítete entonces escucharlos, y cuando los escuches hallarás la razón profunda de la presencia del humano en la tierra. Guarda entonces momentos de silencio profundo, y deja que tus manos pulsen las cuerdas invisibles que producen los sonidos que acompasan tu aliento.”

Luego de la muerte del abuelo, Claudio encontró que su percepción por las cosas cotidianas se había transfigurado. Ahora estaba siempre atento a las señales que en todo momento le brindaba la existencia y los acontecimientos que vivía a diario.
A partir de entonces por las noches se sumergía en el silencio insondable que le había descrito el abuelo en su última conversación, como método para llegar a descubrir el misterio de la existencia. De esta forma Claudio intentaba hacer que su vida se distanciara de la frivolidad en la que a su parecer estaban sumergidas las mayorías de las existencias, en medio de una sociedad preocupada más de la forma que del fondo de las cosas y de los acontecimientos, en medio de una humanidad que, como un tren de alta velocidad, se dirigía al destino incierto que le ofrecía el consumo, la guerra, la injusticia y el abandono de los valores que alguna vez fueron parte de la esencia del ser humano.

Viviendo este trance, Claudio sufrió la pérdida irreparable de su madre. A estas alturas de su vida todo dolor lo asumía con una aceptación propia de alguien que admite los hechos como acontecimientos, eslabones de una cadena interminable de circunstancias que conforman el pequeño lapso de tiempo que hacemos parte de la vida.

Claudio enterró a su madre. Su vida ahora estaba destinada a encontrar el secreto del cual su abuelo le había dejado algunas pistas. Días y noches ejecutó sus instrumentos, todos los días descubría nuevas sensaciones , nuevos sonidos que le daban la certeza de que algo dentro de sí intentaba salir a la luz. Siguiendo el consejo de su abuelo practicaba en silencio total, y se sumergía¬¬¬¬ ¬¬¬¬¬¬¬¬en momentos de meditación esperando la revelación de esa cadencia que se deslizaba en su interior más profundo. Una y otra vez, hasta que una voz en su interior le habló, le dijo que en las calles de la ciudad, en las madrugadas, se escondía un silencio que era parte de sus creaciones y en el que se guardaba parte del suyo que había escapado. Era necesario recuperarlo para llegar a sentirlo íntegro y abrir las puertas al estado del reencuentro consigo mismo.

Desde entonces Claudio todas las noches se atiborra su abrigo oscuro y se enrumba por las calles de la ciudad en busca del silencio perdido.






Pablo Arciniegas Avila.




Texto agregado el 12-01-2009, y leído por 1035 visitantes. (0 votos)


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