En un abrir y cerrar de ojos
Por: Ivan Szymanski
Todo comenzó un día como cualquiera, frente a la puerta de mi oficina se encontraba la larga fila de personas, las cuales siempre buscaban una solución poco real a sus problemas, queriendo que la autoridad resolviera hasta el mas mínimo detalle sobre su vida, recordaba casi como si fuera ayer el primer día de este odioso trabajo, madres solteras pidiendo que el gobierno pagase los alimentos de sus hijos, que si un vecino escuchaba música a altas horas de la noche, que si un cónyuge era maltratado, que si el policía no había querido aceptar su soborno y se había quedado sin automóvil. Esto y más era cosa de todos los días, problemas que no interesaban a mi humilde pero bien acomodada oficina ubicada justo a un costado del palacio municipal bajo el nombre de 12° magistratura.
Al otro lado del cristal de la oficina, observo cómo dos señoras, no precisamente de la clase a la que suelo atender, esperan con cierta desesperación, sus movimientos, su voz, su porte, me indica que esta visitante no va a ser igual que las demás.
Escucho la voz de mi secretaria al otro lado de la puerta, dándole la bienvenida a nuestras nuevas visitantes, marca la extensión que conectará con mi teléfono. Lo oigo sonar, dudo en contestar. –Hola Cari que se te ofrece- licenciado se encuentran aquí las señoras de Guzmán y esperan ser recibidas por usted—
Unos instantes las dos señoras tomaban sus lugares dentro, una con un porte elegante, de traje negro con blanco, labios rojos. La miro sorprendido. La segunda una mujer rechoncha pero no menos hermosa que la primera y al igual que ella usando un traje obscuro.
Pregunto sus nombres, los cuales niegan a proporcionar, me distraen los ojos de la primera mujer, grandes y negros como la obsidiana, su piel blanca como la leche, escondiéndose bajo la extensa y bien peinada cabellera negra. Me tiene totalmente hipnotizado. Pero eso no es lo más interesante que sucedió durante su visita, sino la historia que traían consigo, en la cual contaban como un día como hoy pero hacia unas semanas habían comenzado a ver una gran movilización de gente cerca de su domicilio, ¡qué digo de gente, de avionetas, camiones, motos!, al ser un suceso tan extraño en su comunidad un día por la noche decidieron salir a la pequeña porción de bosque que las separaba de todo ese barullo. Acercándose por un costado pudieron ver como de un segundo a otro aparecía una avioneta en el cielo que aterrizaba en una pista escondida delimitada tan solo veladoras, se acercaron los hombres que se encontraban en la parte posterior de la camioneta, armados hasta los dientes para transportar los paquetes desde la avioneta hasta el camión. Oyeron un estallido desde lejos, un segundo después se encontraban bajo una inmensa lucha a fuego cruzado entre elementos de la federal y los misteriosos hombres que parecían a cada instante ser más. Ahora su vida corría peligro y debían de abandonar el lugar.
La segunda mujer, la rechoncha, pregunta disimuladamente si yo no sabría cómo se enteraron los federales de una operación tan bien planeada. Comienzo a sudar, relaciono el apellido.
En un abrir y cerrar de ojos tenía una bala nueve milímetros justo entre las dos cejas, las mujeres salen, se despiden de mi secretaria, y me dejan abandonado a la suerte, para ser encontrado tan solo 10 minutos después por la misma persona quien tan amablemente abrió la oficina para su salida. Ahora pienso que la corrupción no es una opción, sino una obligación, que tonto fui.
|