(Cuento infantil)
Estoy en mi apartamento, en el piso mil quinientos del edificio de nunca acabar. Ahora no me siento bien: Desde hace una semana me ha venido atormentando ese algo que se esconde tras las puertas y se sienta en todas las ventanas, que a veces me ahoga y ocupa casi todo el lugar.
Estoy encerrada con mi secreto, y la ansiedad me lleva a cometer una acción desesperada: abro lentamente la ventana y me paro en el borde. Estoy a un paso del vacío y a otro de la locura... en un segundo tomo una decisión y me lanzo a ese abismo. En el aire la sensación es sublime; miro hacia abajo y veo algo que aún no puede ser el suelo, pues se mueve ondulante y muy despacio. Cuando voy en el piso 409 caigo sobre eso, y tras asegurarme que aún estoy viva, me entero que la cosa sobre la que caí es un enorme dragón negro. Estoy en la cola, y camino sobre él para alcanzar su cabeza. Se mueve mucho, así que le grito que se detenga, porque tengo que contarle mi secreto. Pero el dragón está muy ocupado y preocupado porque va a perder la competencia: participa en una carrera en la que el ganador alcanzará el dominio absoluto y la supremacía del cielo. Entiendo que no puede hablar conmigo, así que salto de él... de nuevo el vacío y caigo sobre el caparazón azul de una tortuga enorme. Empiezo a caminar y me voy hacia su cabeza, y al estar muy cerca, le digo que vengo a contarle un secreto, pero la tortuga es una indiferente: Simplemente no quiere escucharme. Sólo quiere oír el canto de la sirena que está sentada en la otra orilla de éste mar de flores imaginarias...
Tras darme cuenta de todo, caigo al mar, la indiferencia de la tortuga me enferma; Y antes de un segundo, pasa un pez espada que me lleva por éste mar que más bien parece un cielo denso... Trato de acercarme a su cabeza, y le pido que por favor me deje contarle mi secreto, pero se niega. Está harto de guardar los secretos de éste mar profundo, y el secreto de lo que esconden los corales, y de lo que ven y contra quienes conspiran los delfines. Y entonces le digo que no los guarde, que me los cuente para que esas cosas no le atormenten, pero mi proposición le indispone: No seguirá hablando con alguien que le hace propuestas tan necias, y mucho menos le contará sus cosas.
Me bajo de la aleta de quien no quiere verme, y me siento junto a la libélula que busca su juventud perdida en el fondo del mar... le pido el favor que me lleve a tierra, y sin problemas acepta. Como puedo me subo en su abdomen, y le ruego me deje contarle mi secreto. De inmediato se niega, porque éste sería un secreto guardado para siempre en la eternidad, pues se iría con ella para la otra vida, y ya nadie tendría acceso a él, ni siquiera yo misma, y entonces sería como si nunca hubiese existido. Lo pensé mejor, y decidí no decirle nada... Sobrevolamos la ciudad y desde arriba veo tu calle, así que le pido que me deje por aquí. Tras una corta despedida, y cuídate mucho, y todo va a estar bien, y te deseo mucha suerte, se aleja de mí un poco más sonriente que cuando la vi por primera vez.
Camino por el callejón oscuro y al fin llego a tu casa. Toco la puerta, y abres casi inmediatamente. Te digo que vengo a contarte mi secreto... y en realidad no necesitas que yo diga algo, tú lo dices primero con una sonrisa de complicidad, ya lo sabes todo, has sabido desde siempre que tú eres mi secreto, y que has estado ahí, escondiéndote tras las puertas y sentándote en todas las ventanas... Tú eres mi secreto... eres mi fiel e inseparable amigo imaginario.
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