Ella había venido de allá, cruzando el océano Atlántico, en barco.
Sumida en la pobreza más austera, comiendo pan duro mojado en leche días y días tormentosos de invierno en alta mar. Llegó a las costas de del Plata donde el sifilítico Pedro de Mendoza, quería encontrar una cura milagrosa herbórea para curar su cruel enfermedad terminal.
Ella era luminosa, como todo lo que hizo en su vida.
Planto dos hijos. Crió un árbol. Cosechó 4 nietos.
Hablaba cuatro idiomas foráneos. Pero igual se hacia entender con todos, su comunciación era un afán de andentrarse en estas tierras benefactoras.
Luego de un tiempo aprendió a leer, y todo lo que caía a sus manos lo leía con fervor. Hasta los libros pornográficos que guardaban sus nietos.
Ella me cuidaba de mi madre, la censora, por reflejo.
Me cocinaba tortilla de arroz con huevo, a las 12 del mediodía y yo volvía de trabajar a las 17 hs.
Ella sostuvo en sus manos trémulas a dos de mis hijos. Y para el tercero había partido.Igual me encantaba y la comía con avidez, a la tortilla.
A ella que dejó todo para encontrarse con algo desconocido, que cubrío mis necesidades más básicas de amor y ternura infinitas sin mezquindad, a ella , este beso, a mi abuela Celia.