GRACIAS A ANAPOLAR, ORIGEN Y FUENTE DE ESTE TEXTO.
Ayer salí a pescar recorriendo los brazos, plenos de meandros, de mis islas solitarias. Un brillante dorado estaba en la parrilla al mediodía. Entre el canto de los pájaros, el aleteo de los patos, y unas pocas bandurrias en el cielo, almorcé contemplativo ante el esplendor de la belleza.
Me vino a la memoria un profundo texto de “ANAPOLAR” titulado “Envidia”. ¡Vaya a saber por qué caminos intrincados del espíritu llegué a este punto! Me recosté pensativo sobre el tronco de un ceibo en flor.
No sé si entre sueños, o en plena vigilia, me encontré de pronto sobre el pico de una alta montaña. Desde allí se veían ciudades, aldeas, incontables hilos de caminos entrecruzados. Y desde abajo subía el inmenso grito de la existencia humana: sobrecogedor.
Y pensé en la poderosísima Envidia: una ladera casi siempre escondida, o adornada de infinitas formas, de todo corazón humano. Y ensimismado la palabra interior salió sola: “Ay, Islero, cuánto has sufrido y sufres por la potentísima Envidia!”.
“La Envidia es el sufrimiento por el bien de los otros”. Sentencia archisabida pero poco meditada.
¡No arranques de tu corazón esa ladera, aunque sea de forma lenta pero con manos maestras, y vivirás una existencia sombría y dolorosa!
Envidia, sí, envidia mucho, y se te carcomerá el espíritu, y solo quedará un limón.
Cuando a los cuenteros o cuenteras los alaben, muérdete las entrañas, de pura envidia, y te convertirás en un erizo.
Envidia también a tus hijos, a tu esposa, a tus amigos. Y no te olvides de los padres. Oh, sutilísima e increíble senda! Si los amas...¿cómo es posible? Envídialos y te verás partido en dos.
No te amilanes frente a los que triunfan, reciben honores, poseen virtudes. Admíralos, porque no puedes hacer otra cosa, pero envídialos, y vivirás llorando. ¡Ay, islero, ¿escuchaste la intimidad de muchas clases de quejas? Detrás, agazada, y tal vez con flores, está la Envidia.
Este enorme Poder todo lo corroe; todo lo entristece; todo lo llora.
Para colmo, hay muchos tipos de envidias; y nadie escapa a ellas, ni los individuos ni los pueblos. Detrás de muchos tipos de flores, suelen estar ellas, operantes. ¡Piénsalo, Islero!
Pero no te atrevas a hablar de “pecado”, ni de “culpas”; son categorías que te quedan demasiado grandes. Ni infieras estúpidas moralinas; tampoco moralejas zonzas. En tal caso, no has entendido nada de un movimiento secretísimo del corazón humano. Por suerte, hay otros infinitos movimientos que llevan a distintas metas, muy lejos de estas formas de tristeza y sufrimiento.
La palabra interior se calló. Miré hacia el horizonte quebrado por las montañas. Una tormenta oscura, nubes que se atropellaban con estruendos, y fuertes relámpagos, estaba cerca. Cosa extrañísima: entre los relámpagos pude deletrear su escritura: ¡Viva la Envidia!
Me restregué los ojos. Las flores del ceibo sonreían. Estaba nuevamente en la belleza de mis islas.
Pasó una canoa con un grupito de niños cantando: “Gurisito costero”.
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