En mi infancia, nunca logré entender a los adultos, me parecían personas incomprensibles, poco inteligentes, unos tantos déspotas y soberbios, o por lo menos lo eran conmigo, de seguro que se aprovechaban de mi falta de experiencia. Yo los suponía personas sabias, con una vasta experiencia en muchos ámbitos; adultos que poseían un juicio más neto de la vida, cuyas sapiencias podían educarme y aplacar mi impresión hacia la vida.
Ahora que he saltado esa valla delirante de la adolescencia, se me concedió unos ojos nuevos; gracias a mi independencia solitaria de libros e irónicas melancolías veo la vida con un asombro menos torpe, y me sigo impresionando y preguntándome infinitas cosas. La esencial diferencia entre las dos impresiones: la de mi infancia y la de ahora, es el amor y la verdad que sostiene esta impresión que lo obtuve o lo robé de los pocos adultos genios que existen entre las perpetuas paginas de oro que yace en los libros.
Sin embargo, sigo preguntándome porque los adultos han vivido mucho y saben demasiado poco, se supone que se vive para aprender. Me refiero al aprendizaje vital que consiste en saber dar valor a las cosas, en juzgar con sabiduría y justicia, en amar, etc. No me refiero al aprendizaje innato de la sobrevivencia animal, o de la destreza vil para saciar el hambre; o el básico aprendizaje de domar los problemas… me refiero a aprender la sabiduría, al cual todos los seres humanos tenemos acceso, sin excepción. Debo consideras que hay una adultos excepcionales. Bla bla,….
|