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TU ENTRAÑABLE BELLEZA INTERIOR


París, 14 de febrero del 2003

Recordada Mirella

Ha llegado un nuevo día, 14 de febrero y es una brisa helada la que me despierta y golpea mi rostro gritándome que hoy, día de San Valentín, me encuentro solo, que ya no disfruto de tu apacible y quieta presencia a mi lado. No he podido evitar una lágrima al recordarte y sólo maldigo el momento en que te arrancaron para siempre de mi vida. Es cierto, estoy solo, completamente solo. ¿Cómo haré para vivir sin ti, sin esa tu incomparable belleza interior?, ¿Cómo haré para olvidar los entrañables recuerdos que hasta hoy me envuelven?. Créeme que no lo sé. Es por eso que prefiero evocar al pasado, para ignorar este presente sin ti, para engatusar al futuro con un infinito desfile de imágenes que reviven apasionadas horas a tu lado. Siempre me gustaste, ¿sabes? Siempre noté en tu pequeña figura, una tranquila y casi inadvertida belleza. Pero tu eras algo más que una simple mujer hermosa, había algo que prevalecía sobre tu gracioso aspecto de inocente y traviesa jovencita: era, sin duda, esa entrañable belleza interior que encontré en ti. Lo noté por vez primera allá, en esa habitación tan pequeña donde el destino se empeñó en reunirnos. Habíamos conversado algunas cosas banales en aquellas citas iniciales y créeme que hasta entonces yo sólo veía en ti, a una muchacha que como tantas otras, se me acercaba en busca de un consejo profesional; se te veía tan jovencita y asustada, mientras yo en cambio transmitía la fría imagen de un hombre maduro, provisto incluso a veces de una odiosa y crónica seriedad. Éramos tan distintos, y aún así, bastó tan sólo hurgar en tu interior para percibir tan auténtica y maravillosa realidad. Te llegué a conocer tanto Mirella, invadí con tanto placer tu intimidad, toqué tu corazón tan vivamente... y mírame ahora...¡pobre de mí! viviendo sólo del recuerdo que me provoca tu figura plasmada en aquellas instantáneas que aún guardo y que cuelgan desde la ventana de esta fría habitación, tan sólo para permitirme gozar de tu pálida imagen, cada mañana al despertar. No es una, son varias. Tomadas desde diferentes ángulos, de frente, de perfil, en otras tendida y así muchas más; pero en todas, en todas, descubres ante mis ojos los mas íntimos y audaces resquicios de tu cuerpo, trasluciendo esa belleza interior con la que aún hoy, trasgredes día a día mis sentidos. Recuerdos, son sólo recuerdos, todos gratos, placenteros, plagados de imágenes, como las de aquel video grabado en esa pequeña habitación que nos cobijó tantas veces. Allí estás tu, tendida sobre esa sábanas blancas, casi desnuda, permitiéndome, silente y generosa, recorrer a voluntad, milímetro a milímetro, cada detalle tuyo; sé que sólo fueron unos minutos, pero estabas tan entregada a mi, que estoy seguro que en esos instantes los dos éramos parte del cielo. ¡Cómo disfruté de ti, de tu cuerpo, Mirella! ¿Recuerdas aquella habitación de paredes blancas, casi tan blancas como tu piel? Fue allí donde mis manos te tocaron por vez primera, fue allí donde aquella mañana entré por primera vez en ti. Estaba feliz, porque ningún hombre lo había hecho antes; fui el primero en sentir la humedad de tus entrañas con mis propias manos, con mi propio cuerpo; en cambio, ahora, todo eso se ha convertido en un lejano recuerdo.

Sé que si no estás a mi lado, no es por una decisión tuya y aunque no lo creas, eso por sí solo ya es un consuelo; quizás también sea por eso que guardo la esperanza de que regreses a mí, algún día, tal vez, cuando todos aquellos que nos separaron dejen a un lado esos absurdos prejuicios o cuando el tiempo se haya encargado de borrarnos de sus mentes. ¿Qué oscura razón los hacía volverse contra nosotros? ¿ Por qué no aceptaban nuestra sencilla felicidad? Si, claro, yo sé que ellos tienen respuestas para todo, yo sé, es más que muchos les darán la razón; y es que ellos no han querido a ninguna mujer de la forma en que yo te he querido, tan pero tan profundamente; porque lo mío y tu lo sabes fue un amor que llegó hasta lo más profundo de ti.

Y ahora, en el epílogo de la noche, mientras recibo con tu recuerdo el día de San Valentín, siento las crueles caricias de esta brisa helada del amanecer que me grita a la cara que tu ya no eres más mía. Es entonces que acude a mi memoria los recuerdos de aquel frío amanecer en que te perdí. Tu reposabas a mi lado, quieta y pálida, como solías quedar luego de recibir las infinitas caricias de mis manos, cuando de pronto ellos irrumpieron en nuestras vidas; tan brutalmente, tan cruelmente. Tan sólo entraron a nuestra habitación y sin decir palabra alguna te llevaron lejos. ¡Claro que luché! Pero fue en vano, me maniataron mientras veía como te alejaban mientras cubrían tu cuerpo con lo primero que encontraban cerca. Y pensar que la noche anterior, me habías ofrecido, como nunca antes, toda la complejidad de tu hermoso ser; noche celestial, noche gloriosa en lo que lo único que lamento es haber tenido que soportar la mirada morbosa de aquellos médicos residentes fijas sobre tu cuerpo. Aún así debes quedarte tranquila, pues créeme, yo fui el único que te tocó. Fue un corte en Y, que partía bajo tus senos y llegaba hasta tu región púbica, bordeando tu dulce cicatriz umbilical. La incisión del bisturí atravesó con suave precisión, piel, músculos y tejidos, desde el esternón hasta los intestinos; autopsia le dicen, yo le llamaría comunión. Fue un corte mucho más largo que aquel que te hice la primera vez, cuando me valí del pretexto de un by pass en la aorta, aquella lejana mañana, para tocar por vez primera tu corazón. La última noche a tu lado fue en cambio una noche especial, no me conformé tan sólo con un suave toqueteo; disfruté íntimamente de la textura de la superficie de tu corazón, gocé con la íntima satisfacción de acariciar tus aurículas, tus ventrículos, disfrutando cada una de tus arterias, de tus vasos coronarios... Podría describir cada detalle de nuestra última noche. ¡Ah que noche mi amor! Fue la culminación de aquel sueño que empezó aquel día en que por vez primera vi esas sensuales radiografías tuyas en mi consultorio. Desde entonces no he podido vivir sin desear tus entrañables intimidades. Es por eso que cuelgo esas placas en la ventana de mi celda. Es por eso que disfruto reviviendo frenéticamente cada segundo de aquel video de tu lujuriosa y erótica endoscopía.

Esa mañana, cuando aquellos señores de blanco, con el absurdo pretexto de que eras un cadáver te alejaron para siempre de mi, fue la última mañana que pasé a tu lado; desde ese momento, vivo solo entre estas cuatro paredes frías, esperando que llegue el día en que pueda volverte a acariciar. Mientras eso sucede, recibe en donde estés, el recuerdo de un hombre, que encontró en lo más profundo de ti, aquello que te hace diferente a tantas otras mujeres: esa, tu entrañable belleza interior.

Te extraña

Max.

Texto agregado el 09-04-2003, y leído por 469 visitantes. (1 voto)


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