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Inicio / Cuenteros Locales / angelateo / Debra de los Infiernos. Capitulo XII (Final)

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XII
Llegó finalmente ante Debra de nuevo. Ella estaba más allá del bosque en esta oportunidad, recorriendo los campos cercanos al borde celestial. Al verla allí, Fausto se acercó a ella sin ningún pudor. La tomó con una fuerza desconocida por Debra y le abrazó apasionadamente. Fausto sentía con detalle todo su cuerpo, cada centímetro, tratando de gravar hondamente en su memoria el olor, el cabello, el cuerpo, la sensación de los senos de la mujer contra sus pectorales, el lábil peso de ella.

- ¿Qué te pasa, mi señor? – preguntó Debra muy extrañada, mientras el abrazo la dejaba casi sin aire – Pareciera que una gran angustia te perturba. ¿Qué es amor? ¿Qué es?

Algunas lágrimas comenzaban a brotar de los ojos de Fausto, quien tenía el presentimiento de que sería la última vez que tendría la oportunidad de tener a su Debra entre los brazos.

- ¡Fausto! ¡Fausto de mi jardín! ¿Qué terrible cosa me has hecho, a un padre tan bueno que no merece esta afrenta? – la voz interminable, de infinita autoridad. Era Dios ante los amantes prohibidos. Fausto levantó la mirada al cielo, con los ojos llenos de lágrimas, como buscando alguna ayuda divina ante su mísera situación. Mas ¿a quién acudirían las víctimas asechadas por Dios?

Fausto volteó a ver a Dios, mientras Debra, confundida y aterrada, empequeñecida de repente, cayó de rodillas, presintiendo el terrible castigo que le esperaba.

- Padre – Dijo Fausto, con la voz cortada por el dolor de saberse descubierto y por el temor de saberse castigable ante Dios – Heme aquí, ¿Qué excusa puedo inventarte? Ya lo sabes todo. Sé que lo sabes. Te he ofendido gravemente y aquí está a prueba – señaló a Debra, quien comenzaba a llorar aterrada ante la presencia de Dios, que se acercaba. Detrás Suyo la luna parecía oscurecer el cielo, como creando una penumbra nocturna a su alrededor – Esta mujer que ves aquí ha sido la causa de mis desvíos, la causa de mi cambio de actitud. Un día mi curiosidad me ha hecho bajar a lo que queda del mundo y he visto el infierno. Vi el sufrimiento terrible de los hombres condenados y encontré entre todos ellos, por caos, a esta mujer, que he traído conmigo. La he protegido, le he dado refugio y la he conocido. Lo confieso, ¡Ha sido mi mujer y yo he sido su hombre! Padre, ella es Debra, así he decidido que se llamaría, evocando a aquella Debra de mi vida terrenal. Debra es mi pecado, allá y aquí.

Y Dios, indignado, observaba a Fausto de pie firme sobre la tierra, mientras Debra se abrazaba a su pierna, como si fuera una columna, llorando amargamente y sin atreverse a levantar la mirada para ver a Dios.

- Has de saber, Fausto, que ante tan terrible insulto, no quedará otra cosa sino castigarte ejemplarmente, en público y frente a todos en el Edén, para que conozcan tu afrenta y la vergüenza se haga de ti. Que se sepa que has conocido los viejos placeres de la carne y que por eso, el silencio de mi parte hacia ti será causa de tu gran dolor. La noche volverá al Edén y será por tu culpa.

- Yo acepto cualquier castigo que impongas sobre mí. Toma mis carnes y desgárralas, tomas mis huesos y quiébralos. Toma mis ojos y sácalos de mi cara. Pero sólo hay algo que me preocupa terriblemente, Padre, y es el destino de ella, el destino de Debra. ¿Qué harás con ella?

- ¿Qué haré yo con ella? No hay nada que hacer con ella. Será devuelta al infierno a donde pertenece y eso será todo.

- ¿Devuelta al infierno? – Fausto se abalanzó sobre Debra, tomándola entre los hombros con sus fuertes manos y cubriéndola con su cuerpo, como tratando de protegerla – Pero Padre ¿Por qué devolverla? ¿Es que acaso no sería eso demasiado cruel? No es su culpa nada de lo que ha pasado, ella es sólo una mujer indefensa, una condenada que ha sido centro de mis desvíos, pero aún así no quiero que sufra a tal extremo de devolverla al infierno.

- Nunca se puede ser demasiado cruel con un condenado. Cuanto más cruel seas con ellos más santa es la labor que cumple el infierno. Allí, aunque en tu mente humana lo veas terrible, son más santas las serpientes y demonios que les atormentan que los hombres mismos, así que no hay crueldad que sea posible sobre ella que sobrepase algún límite.

- Pero Padre, ¡Por favor! ¿Es que acaso no es posible el perdón? Perdónala, lo suplico por ella, que no puede, pues mírala, está tan aterrada que ni puede hablar.

- ¡Ni siquiera ella misma sería capaz de tal pedido! No hay perdón posible para ella. Ella me ha ofendido en su existencia terrenal y se ha merecido, por lo tanto la condena eterna. Es mi orden y así se cumplirá. Este breve período de descanso que a tenido es un favor muy grato que tú le has hecho, pero nada más.

- Pero Padre, te increpo de nuevo y te suplico que me perdones por ello, pero ¿No es la eternidad un castigo demasiado grande para una falta cometida en la Tierra? ¡Es la eternidad! ¡La Eternidad! ¿Qué falta tan grave pudo cometer cualquier ser humano en su vida como para merecer el infierno por la eternidad? ¡Ni el violador de niños, ni el asesino de su propia madre merece un castigo tan hondo! Hasta ellos llegan a un punto de sufrimiento tan elevado que su deuda queda saldada. Padre, ¡Perdónala, por favor! ¡Ya ha sido más castigada de lo que merece!

- ¡Imprudente! – Dios se mostró por primera vez enojado ante Fausto, atemorizándolo, pero sin hacerlo aún abdicar en su empeño de intervenir por Debra – eso es algo que decido yo. Las deudas con migo no se saldan jamás. ¡Yo soy inflexible e intransigente! ¡Soy inhumano, si me quieres juzgar así! ¿Cómo no ha de ser así? ¡Yo soy Dios, no soy un hombre! Mientras mi eternidad persista, persistirá también mi castigo a quienes se han atrevido a ofenderme sin haberse arrepentido a tiempo.

- ¡Pero Padre! – Fausto se lanzó más sobre Debra, abrazándola con mayor fuerza – que no sea sólo por ella entonces. ¡Hazlo por mí!

- ¿Qué dices, Fausto? ¿Qué dices?

- ¡Yo la quiero, Padre! ¡La quiero! – Ya totalmente retorcido sobre su mujer, sobre la hembra que era centro de todos sus deseos, Fausto lloraba amargamente, como Debra – El dolor de saberla sufriendo me haría tanto daño a mí como a ella. Perdónala por sus culpas Padre y mi perdóname por esto.

Dios se llevó las manos a la cabeza, mientras observaba a Fausto proteger a su querida Debra. La consternación de hacía de Él y hasta alguna lágrima quería brotar de sus ojos.

- Hablas ahora de amor, hijo mío. ¡Qué locura la del amor de los hombres! ¿Por qué el amor entre ustedes es tan imprudente e insano, si yo les he dado un don tan caro? Ustedes usan sin control y sin criterio eso que yo les he dado y lo convierten en una absurda tontería. ¡Cómo un hombre divino le da amor a una condenada! ¿Pudiste superar las tentaciones en la Tierra, pero en el Cielo se te hacen irresistibles? ¡Qué insanidad hay entre los hombres!

Luego del fuerte reclamo de Dios, un momentáneo silencio sepulcral. Todo se detuvo, toda la brisa, todo el cantar de los animales, todo movimiento hasta en as nubes y el silencio se hizo de todo de una forma tan absoluta que la desesperación misma de Dios se hacía palpable.

- Vas más allá de lo que yo puedo controlar, porque les he entregado a ustedes absoluto poder para controlar sus corazones, por eso no voy a intervenir sobre ese amor. Sin embargo, quiero preguntarte, hijo mío. ¿Es que acaso tú me quieres a mí?

- Claro, Padre, claro que te quiero. Sabes que te quiero profundamente.

- Pues entonces tendrás que decidir entre los dos amores que te atormentan y escoger sólo uno de ellos. En mí, bien lo sabes, tendrás paz, perdón, amor y felicidad eterna. Jamás levanté mi mano para hacerte daño, pues eres un hijo fiel y muy grato y por eso eres un hombre salvo. Pero debes saber algo importante, querido hijo, si decides que tu amor por ella es mayor que tu amor por mí, deberás irte con ella al infierno y vivir un castigo agónico por toda la eternidad. Padecerás el nadar en mares de lava que te queman la piel y los órganos internos y que de repente se convierten en roca sólida, que te inmovilizarán durante años, mientras insectos terribles comen tu carne lentamente. Luego, serás recreado para ser congelado en un infierno invernal, en el cual serás atravesado por demonios de hielo, que te violarán con penes que congelarán todo dentro de ti. Ellos luego halarán hacia fuera y te sacarán violentamente por el ano tus órganos internos y sentirás como todos han sido desgarrados y quedas allí, inmóvil, con tu diafragma vacío y sangrante. Y luego serás lanzado al infierno de fuego nuevamente y después al infierno de roca y nunca faltará un infierno que te atormente más que el anterior. Estarás en el infierno, pero será producto de tu amor. La mayoría de los hombres están allí por las mismas razones. Escoge hijo mío, elige ahora.

Tan duras palabras, tan terrible amenaza, hizo que Fausto observara con asombro a Dios y comprendiera su imposible gravedad e inflexibilidad. Toda justicia y todo amor abdicaban ante Él, pues, finalmente, ¡Él es el amor y la justicia!

- ¿No merece mi súplica ningún caso, aunque sea, un segundo de pensamiento tuyo? Padre. ¡Por favor! Te lo suplico.

- ¿Crees que harán mella en mis oídos las súplicas de un hombre? ¡Millones me suplican todos los días y los escucho a cada instante! Describen su dolor y me expresan su terrible arrepentimiento. Y sé que están arrepentidos de verdad, genuinamente. Mas sin embargo, no hacen abdicar mi voluntad vengadora y no cedo ante su dolor. No me conmueve su sufrimiento, que sé que es inconmensurable y terrible. ¿Cómo voy a ceder ante un dolor pequeño e individual como el tuyo, cuando no es más que un capricho? Haz tu elección ahora o la haré yo cuando mi paciencia termine.

Fausto bajó el rostro y lloró a la Tierra. Miraba una flor debajo suyo, mientras trataba de sentir el palpitar de Debra, a quien abrazaba fuertemente. Por primera vez le pareció ver la tristeza en el Paraíso, pues la flor aquella que veía era tan triste y llena de una melancolía tan absoluta que lo embargó todo en algún momento en el Cielo. Sentía revivir aquellos momentos angustiosos en los que renunciaba a la Debra de la Tierra justo por seguir a Dios, una fidelidad que le costó toda una vida de recuerdos tristes y melancólicos.

- Hijo, recuerda por todo lo que pasaste en la Tierra – Insistió Dios, esta vez con una voz dulce y compasiva, buscando influenciar en Fausto – ¿Estas dispuesto a sufrir durante la eternidad por esta mujer? ¿Qué es lo que te ha dado ella? Sólo te ha dado algo de placer unos días, algo de plenitud sexual y eso es todo, lo mismo que te dio esa mujer en la Tierra. Pero ahora que conoces esta felicidad que yo te doy ¿Renunciarías a ella por esto? Y si eso no te convence, no pienses entonces en la felicidad que yo te doy, sino en el sufrimiento que te hará padecer el infierno. ¿Te vas con ella al infierno? ¿Te vas?

Fausto escuchaba y lloraba por lo que sentía era una gran desolación. Levantó por fin sus ojos y miró un instante a Dios, como tratando de reconocer en Él a ese Padre tan bueno que pensó sería. Su mente volvió al infierno e imaginó lo que se sentiría perder sus privilegios de hombre salvo para sufrir allí eternamente. Cada sádica escena, cada terrible tortura mordía su cerebro con un terror tan absoluto que le desconcertaba y por más que intentaba buscar en Dios la bondad que tanto se le adjudicaba, no pudo encontrarla. Sin embargo, sabía bien que no era en sí mismo un héroe. Había sufrido en la Tierra por la otra Debra. Renunciar, pensaba, no es tan terrible como padecer. En dado caso, la esencia de la salvación es la obediencia y la sumisión absoluta.

Olió a Debra profundamente y levantó su rostro para verla por última vez. No habría querido verla cubierta de lágrimas, pero no podía ser de otra forma, pues ella era una simple mujer imperfecta, quien padece su destino terrible. No le dijo nada, solo se levantó de allí y la dejó. Ella, desorientada, anonadada e inmóvilmente desesperada, observaba como Fausto renunciaba a ella para ir junto a Dios, sin haberse despedido siquiera.

- Padre – Dijo finalmente Fausto ante Dios – Ves otra vez que te soy fiel. Sufro terriblemente, pues me conoces, amo la pasión carnal y la deseo profundamente, pero sé que con ella te ofendo terriblemente y por eso renuncio. Y amo el amor esencial de esta mujer y quisiera llevarla conmigo todo el tiempo, a toda hora, pero ya ves, te soy fiel de nuevo a ti y solo a ti. ¡Aplaca mi sufrir, entonces, que muero!

- Mi querido Fausto, ven a mi lado y camina junto a mí. Te prometo que nada de esto recordarás y todo este dolor que te abruma será un silencio sin sentido en tu memoria, que no despertará penas ni llanos y menos todavía despertará deseos de correr o condenar. Tu elección ha sido sabia y yo sabré recompensarte.

Dios tomó a Fausto por un hombro y lo dirigía hacia el bosque, de vuelta a su hogar, mientras le acariciaba la cabeza con cariño. Sin embargo, tan humana como era, indomable e imperfecta, Debra llevó su mensaje desde el infierno hasta Fausto.

- ¡Fausto! – Le gritó iracunda en su abandono – Impúdico y perverso, tú, lleno de cobardía. ¿No te atreves a voltear y darme la cara una última vez? – Fausto no soportó aquello y giró su cuerpo hacia Debra, mirándola. Serpientes negras desde el abismo se aproximaban hacia ella, pero antes de ser presa expresaría toda su indignación.

- No voltees – le dijo Dios, pero ya era tarde.

- Tú has ido hasta el infierno y me has sacado de allí. Me has traído a estas tierras santas y sin dolor. Me dijiste que me protegerías de todo mal y de todo daño. Pero es que ahora el peor de todos los daños eres tú. Me has dejado ahora presa de los demonios y me regresas al infierno en tu voluntad y te vas llorando por lo que sufres en tu interior. ¿Pero, me has mirado a mí? ¿No te despides, por lo menos? ¿Tan insignificante eres en tu esencia de hombre salvo? No llores por no tener todo lo que quieres, pues es una cosa o la otra la que puedes poseer. Tú vas a tu paraíso tan preciado y tan hermoso, a olvidarme, a ser cubierto por un manto divino que te tapa los ojos, irás a actuar, cuando todo olvido no es más que un fingir apresurado para no ser víctima de este Dios, que te acorrala en sus amenazas. ¡Tú lloras por ti! ¿Y yo? Volveré al infierno a sentir los destrozos de los hierros ardientes en mi piel, del hielo al llegar a mis pulmones, de la piedra al atravesar mi corazón. Yo voy al abismo de fuego, a caer en un mar de lava y a nadar entre serpientes de veneno tan potente que me matan durante la eternidad. Soy yo quien va a tener que olvidar solo con el paso del tiempo, sin esperar un manto divino que me haga caer en un sueño de olvido. Tú, ya al llegar a tu casa en un rato no sabrás de mi, pero yo, al recordar tu amor perdido, el paraíso en su grandeza y su gran belleza, la fresca sensación del agua y el sabor de la comida tan añorada ¡Sufriré más por siglos! ¡Tú has multiplicado mis penas! No recuerdes más a la Debra de la Tierra ni dirijas más tu mente a mí, la Debra de los Infiernos, pues nosotras andaremos por el averno, sufriendo las consecuencias de haber cometido nuestras faltas. ¡Más seremos libres más que tú aún porque habremos vivido por lo menos una vida pecaminosa a nuestras anchas! Porque tú, Fausto, eres un preso sumiso. Y peor que cualquier otra cosa sobre la tierra, eres un cobarde.

Fausto cayó sobre sus rodillas, llorando amargamente, mientras veía a las serpientes apresar a Debra y arrastrarla de vuelta hacia el abismo. Ellas destrozaron las finas ropas que vestía y arrancaron parcialmente su cabello, motivo de su vanidad. Mordieron su piel, que sangró a borbotones, mientras ella gritaba de dolor. Al final, desapareció en el barranco, silenciándolo todo nuevamente para siempre. De nuevo, todo era santo sobre el Cielo.

- Perdóname, Debra – balbuceó tristemente Fausto mientras lloraba - ¡Perdóname!

- ¡No pidas perdón a una condenada! – Reprendió Dios de inmediato – Por más verdad que escuches en sus palabras, recuerda, todo lo olvidarás y de nuevo, toda la razón seré yo, toda la verdad seré yo y todo el amor seré yo. ¿Qué consuelo puede ser más perfecto?

Dios levantó a Fausto del suelo y le hizo caminar nuevamente hacia el Paraíso. Antes de olvidarlo todo, imaginó a Debra cayendo al infierno de la memoria y él se vio yendo al infierno del olvido.

Texto agregado el 10-01-2009, y leído por 89 visitantes. (1 voto)


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