Vuelve a anudarse su batín. Fuma insistentemente de su pipa. Las manecillas del reloj parecen no tener prisa, está pendiente a cualquier indicio de que su espera ha terminado. En el silencio de la noche cualquier ruido que se produce lo pone alerta, cualquier sonido podría ser el golpe seco que espera. Atento a la puerta. Viernes. Lluvia. Silencio. Nervios. Mira una y otra vez por debajo de la puerta, pero ningún sobre se desliza bajo ella. Nada. Sigue esperando. Aún no son las 12.
Se sienta en su sillón. Un minuto. Dos minutos. Vuelve a levantare. Da vueltas en círculos alrededor de aquellos metros cuadrados donde se cobija. A lo lejos puede oír como suenan las campanas de la torre del cementerio. Las 12. Tras la última, la señal esperada, pasos acercándose hacia la casa, haciendo crujir la gravilla que rodea la entrada con cada uno de ellos. Y los golpes. Tres golpes lentos esparcidos en tres segundos. Abre la puerta detrás de la cual esperaba ansioso. Agazapada entre las sombras pudo verla, una figura menuda le entrega su carta. Sin palabras. Sin mediar miradas. Tan solo un intercambio de papeles. Una carta, un billete. Y ambos desaparecen del plano visual del otro.
Ahora que la calma ha vuelto, se relaja sobre su sillón mullido. Aspira el aroma que la carta desprende y, con sumo cuidado, la abre desplegando ante su atenta mirada el papel que en ella se esconde. Rellena la copa de vino, y comienza su lectura.
Querido XXXX:
Tal vez esta sea mi última carta. La última vez que hacia ti me dirija, que intercambiemos noticias. No intentes responderme, pues puede que tus palabras se pierdan entre la niebla. Cuando leas esta carta, ya estaré muy lejos desde donde estas líneas te escribo. Si vivo, nadie podrá conocer mi paradero. Habré cambiado de nombre y de aspecto, y ni siquiera tu podrías reconocerme. Si muero, me encontraré sepultada entre las olas del mar junto a algas y peces.
Esta noche emprenderé la huida de esta sucia mazmorra donde me tienen presa. El preso de la celda de al lado ha muerto y su cadáver será arrojado al mar en tan solo unas horas. Tengo miedo. El frío agarrota mis manos y apenas si puedo sujetar bien la pluma para seguir escribiéndote. Pero a pesar de todo, te sigo sintiendo a mi lado, y se que vas a estarlo en todo momento, como lo has estado siempre. No quiero que llores por mí. Seguro que estaré bien, tal y como lo planeamos.
No me llevaré nada conmigo, no quiero guardar nada de esta vida, salvo tus cartas. No puedo dejarlas atrás. No puedo abandonarlas. En ellas está escrito todo. En ellas se encuentra mi confesión a través de tus palabras. No quiero que te relacionen conmigo, por eso no iré a buscarte. Te echaré de menos y cada momento de mi nueva libertad lo dedicaré a recordarte. No como somos ahora, sino como eramos antes, cuando aún las tinieblas no habían rodeado nuestras vidas. Cuando podíamos disfrutar de la luz del sol. Antes de que nos arrebataran la libertad de soñar despiertos.
Quizás hallamos hablado de cosas banales, o callado más de lo que debíamos. Quizás hayamos desperdiciado ese tiempo que nos regalaron. Quizás no supimos aprovechar los bailes, las risas, los besos, los excesos. ¡¡Teníamos todo el tiempo del mundo!! Pero ese tiempo ya se ha terminado. Expiró cuando nos separaron. Y ni siquiera estuve a tu lado para poder estrecharte la mano. Ni siquiera pude dejarte una canción con la que recordarme. Tan solo en clandestinidad pudimos amarnos sin tocarnos. Encerrada en estas cuatro paredes, tus cartas eran el único consuelo que me quedaba, la única ventana hacia el mundo exterior, la única forma de seguir soñando, de alentar las esperanzas de que este día llegara. Y ahora que por fin se presenta ante mí, temo que la despedida sea eterna, pero ha de ser así. Si llegaran a relacionarte conmigo, podrías correr la misma suerte que yo, son demasiados crímenes los que he cometido, y no quiero que te identifiquen como mi cómplice.
¿Recuerdas el último día que nos vimos? ¿El momento en el que nos separaron? Fue la única vez que no estuviste a mi lado, pero no te lo reprocho. ¿Cómo podría hacerlo? ¡Aquel ajuste de cuentas nada tenía que ver contigo!. Tan solo yo, bajo la complicidad de la luna, tenía que acabar con su vida, y como una más de aquellas múltiples sombras que se extendían por doquier, fui abriéndome paso por las calles vacías. Si, se que no debí dejarte durmiendo. Sé que no debería haberme marchado sola, pero no me arrepiento de haberte dado una nueva oportunidad con la vida, de no haberte condenado al mismo destino que he soportado durante años.
Puede que nunca llegues a comprenderlo...¡¡Pero tenía que hacerlo!!! No podía esperar más. Era mi turno. Y tenía que aprovecharlo. "Volveré pronto" dije como despedida junto a un fugitivo beso, y ya no supiste más de mi salvo por estas cartas, a través de las cuales tan solo intuías lo que estaba pasando. Ahora, antes de desaparecer del todo, quiero contarte lo que sucedió aquella noche en la que encarcelaron mi cuerpo y rasgaron mi alma, al mandarme tan lejos de tu lado.
Como te decía, había luna llena aquel día, y era la única luz que alumbraba las calles. Las sombras eran múltiples y yo podía difuminarme sin problemas entre los recovecos que la ciudad me ofrecía. Buscando a mi víctima, sosteniendo el arma bien apretada en el bolsillo. Cuando por fin pude localizarlo, esperé el momento idóneo para que el disparo fuera efectivo. Para que la bala recorriera certera el camino hacia su pecho. No fallé. No me quedé a ver como se desplomaba sobre el suelo, ni esperé a que la sangre brotara de su cuerpo dejando secas sus venas. Fugitiva. Sin nombre. Sin rostro. Sin destino. Deambulé con el miedo pegado a los talones, buscando un sitio donde refugiarme, donde sus secuaces no pudieran encontrarme. Pero lo hicieron. No pienses en trajes de uniformes, esto poco tiene que ver con la ley. Me rodearon con sus coches en aquel callejón sin salida. ¡¡Quién iba a decirme que aquellos pasos me llevarían a la muerte en vida!! Acorralada. No corría ni un soplo de viento. Comenzaron a sudarme las manos. Mi respiración se volvió agitada y el terror fue reflejándoseme en el rostro. Estudiaba cada una de las vías de escape y ninguna de ellas parecía viable. Al final la perdición había llegado. Decidí asumir el riesgo y correr a mi suerte. No fue fácil tomar la decisión, pero tenía que intentarlo. Mis pies se separaron de mi mente y emprendieron la carrera.No pude llegar muy lejos antes de que aquellos seres vestidos de negro se interpusieran en mi camino, antes de que aquella pesada piedra se desplomara sobre mi cabeza. Un golpe seco me hizo caer al suelo antes de perder el conocimiento.
Cuando desperté, me encontraba encerrada entre estas cuatro paredes. Mi aturdimiento me impedía pensar. Pasé días en la oscuridad, desorientada y perdida. Hasta que aquella que día tras día portaba mi comida, en un alarde de generosidad me obsequió un día con una pluma y unas cuantas hojas, camufladas en la bandeja que sostenía mi alimento.Fueron las cartas, escribirlas hizo que consiguiera mantenerme cuerda. Muchas de ellas no te llegaron, y en numerosas ocasiones fueron convertidas en un tachón que nada decía, en papeles arrugados que se deformaban entre mis manos. Aún así, escribirte me abría esa ventana inexistente de la que mi celda carecía.
No soportaba imaginarte encerrado en la incertidumbre. Mi corazón no podía abarcar el peso de que pensaras que te había abandonado, que me había olvidado de ti. Gritaba en sueños tu nombre, no paraba de trazar planes que pudieran ofrecerme una válvula de escape, hasta que un día, después de muchas letras malgastadas, ella volvió a ofrecerme su ayuda. Aun no comprendo como llegué a fiarme de ella cuando ni siquiera me fiaba de mí misma. Pero me quedaba tan poco que perder que, en un arranque de desesperación le di tus señas para que fuera a buscarte, para que mis palabras pudieran llegar a su destino. Yo, tan solo esperaba la muerte, pero ella....aún no comprendo porqué se ofreció a ayudarme, porqué decidió asumir tantos riesgos....Cuando esta noche abandone mi celda, será lo único que eche de menos de este decadente antro...
Así comenzó esta clandestina correspondencia. Al principio, no quise decirte nada de mi paradero. "Estoy bien" decía en cada una de ellas, y te contaba las múltiples peripecias vividas en primera persona, aunque solo existieran en mi cabeza, aunque solo fueran palabras inventadas por la esperanza que dibuja la desidia. Me respondías, y con cada una de tus letras, dejaba escapar una lágrima. Con cada trozo de alma que dejabas atrapada en el papel, se separaba un trozo de la mía. Cuando la locura me invitó a su baile, cuando el vitriolo me miró con ojos acechantes, allí estuviste tu para salvarme. Fue cuando comencé a contarte mi historia. Fue cuando empezaste a comprender el porqué de todo esto. Gracias a ti, rechacé esa invitación que se me tendía, y seguí luchando por la vida. Por escapar de este mísero lugar que me tenía atrapada dentro de mí misma.
Ahora que ha llegado el último momento, ahora que por fin voy a intentarlo de nuevo, tan solo me queda darte las gracias, por tu tiempo, por tus desvelos, por cada vez que despertaste a mi lado, por no seguir mis pasos cuando tuviste que quedarte parado. Gracias.
Por haberme entendido cuando ni siquiera yo misma me entendía.
Por recorrer a mi lado uno a uno los eslabones de la cadena que iban dando forma al tiempo. Gracias.
Por cada una de las noches que amanecimos en nuestro rincón bebiendo cerveza tibia, de nuevo, gracias.
Y antes de marcharme, antes de emprender mi nuevo camino, antes de despedirme, de decirte adiós para siempre, tan solo me queda decirte que te mando esta última carta, que me gustaría que leyeras esto, por quererme más de lo que merezco, porque siento que te lo debo.
Un beso.
Luna
Se crispan las manos, la copa resbala esparciendo el líquido restante sobre la alfombra, el vino derramado deja su huella sobre un corazón que ha dejado de latir. En su cara se desdibuja una sonrisa que camufla la ansiedad. Sus brazos cuelgan sin vida, por fin descansa.
Al otro lado de la ciudad, en la deriva de las mentes perdidas, un ataud es arrojado al mar.
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