Un Hombre Como Todos
Eugenio Parentela vivió en el barrio de la estación toda su infancia, y hubiera pasado inadvertido, como uno más, de no haber sido por una peculiaridad que, aún ahora, después de toda una vida, me resulta arduo aclarar.
Algún memorioso lo recordará- o creerá hacerlo- pero pocos son los que conocieron el secreto que atormentó a veces y benefició en otras al singular Eugenio.
No teníamos él y yo más de diez o doce años cuando comencé a notarlo; recuerdo que jugábamos al fútbol en un potrero lindante a las vías del ferrocarril y sucedía que los del equipo rival solían hacerle a Eugenio maravillosos pases gol, confundiéndolo- casi siempre-con uno de sus delanteros. Para evitar ser reprendidos fieramente por sus indignados compañeros, los confundidos, solían cobrarle foul, alegando que Eugenio se las había pedido al grito de ";¡mía!";, y Eugenio, una y otra vez juraba que no la hacia, cosa que - me consta- era verdad, porque además, si había algo que Eugenio no sabia hacer era mentir. Por otro lado también sucedía - incluso a mi- que nuestros delanteros le hacían gambetas creyéndolo un defensor contrario. Todo esto generaba una gran confusión y comenzó a despertar mi curiosidad, aún cuando el resto de los pibes prefreían atribuir estas confusiones al descomunal flequillo que ocultaba el rostro de Eugenio.
Cuando comenzamos a concurrir a las primeras fiestas el asunto se tornó algo más grave; Eugenio era recriminado y perseguido por niñas que él juraba no haber visto en su vida, incluso a veces era víctima de severas viabas inferidas por tipos de fama oscura que se alegraban de volver a cruzarse al fin por primera vez con él...;esas fiestas casi siempre terminaban cuando se oía a alguien decir: "sos vos, al fin nos encontramos..."
Pero Eugenio Parentela no era de los que se dejan doblegar por el destino sin querer torcerlo. Con el tiempo fue probando diferentes modos de confundir a los confundidos: se dejó crecer una insípida barba; engordó treinta kilos; se rapó la cabeza;todo era inútil. Por cada cambio que realizaba parecían ser más las personas que lo tomaban por otro:" el gordo Jiménez- la decían- ¡te pelaste!".Probó con mudarse a otros barrios, a otras provincias, pero siempre regresaba a la casa de su madre, que sufría como una Magdalena con los moretones que traía de sus viajes.
Pobre Eugenio. ¿Quién sino él sabe lo que es el dolor y el sufrimiento en esta tierra de azares? Un buen día desapareció. Se tejieron muchas historias distintas pero lo cierto es que el tiempo pasó y nadie supo más de él, tampoco se supo más de casi nadie ya que el tiempo también pasó para nosotros y cada quien tomó por caminos diferentes.
Conseguí un trabajo aceptable tomando fotografías en un semanario que hace poco me envió a cubrir un congreso de mercachifles en Roma. Nunca pensé que tendría la oportunidad de conocer una ciudad como esa, pero mucho menos pensé que volvería a encontrarme- o creer hacerlo- con mi amigo de la infancia: Eugenio Parentela.
El último día de mi visita me decidí a tomar fotografías de la arquitectura de la ciudad. Me adentré en el corazón de Roma, por sus casa más antiguas. Hice muchas tomas de los balcones, hasta que en uno de ellos vi a un hombre que se afeitaba reflejando su rostro en el vidrio de la ventana. Al acercar la lente con el zoom me tembló el pulso: era Eugenio. Quise estar seguro de que se trataba de él, así que silbé con todas mis fuerzas el chiflido - saludo que teníamos con los pibes del potrero, y me sorprendí , no sólo de saber chiflar como antes, sino también de acordarme de aquel viejo código de la infancia. Aquél hombre soltó la navaja al instante y me miró desde el balcón, con su rostro incrédulo. Lo saludé con los brazos abiertos y él me devolvió el saludo con un grotesco corte de manga, al grito de "¡va fangulo!", con un acento inconfundiblemente norteño de Italia.
Aún me dan vueltas por la mente algunas preguntas que tal vez nunca me pueda responder: ¿seria el cansancio del viaje lo que me hizo creer ver a mi desaparecido amigo?¿o la añoranza de mi tierra, por la lejanía?¿acaso hay , como aquí, otros Parentelas en otras latitudes del mundo, por qué no, del Universo, como un eco que los condenara a ser no uno, sino todos los hombres?¿seria el mismísimo Parentela, no más, que harto de su calvario habría encontrado al fin su lugar, es decir un lugar en el que nadie lo confundiera con otro hombre, hasta aquel momento en que , al verme, reconoció su penoso pasado y por eso me insultó y huyó? En ese caso justifico su actitud, y en cualquier otro, también.
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