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Amapolas


“La felicidad no es más que un momento.
Y en la vida hay todo tipo de momentos.
Hay cosas que sólo ocurren una vez.
La idea es estar despierto.”

Valeria Acuña.

*

- Un Capuchino grande.
- Un Mocachino con canela.


Lejos. Esa es la mejor palabra para describir su cercanía. Suena paradójico, pero así es.
Romina esta en una café sentada al costado de la calle sola, sin ninguna compañía, mientras que Francisco está detrás de ella, espalda con espalda, de la mano con Ignacia.
Sus vidas nada parecidas, diferentes, una blanca y la otra negra, pero sus corazones y destinos los mismos.
El aire esta húmedo y helado, luego de una intensa lluvia.

“Su mano está helada, su sonrisa brillante y hermosa como siempre y su mente en otro lado .Esto debería quedar aquí, como un final feliz, como la escena perfecta de una pareja que aparentemente se ama y decide ser feliz por el resto de la vida. Pero sé que eso no podría suceder y que las películas de romance siempre mienten descaradamente en sus finales. Lo bueno de que todo quedara congelado en esta idílica escena, es que no tendría que correr el riesgo de cometer errores, menos de lastimarla intentando terminar lo nuestro”

- Ignacia, Ignacia.
- Ah?... perdón amor, estaba en otra. ¿qué me decías?
- Te preguntaba por lo que me dijiste hoy en la mañana ¿qué era? No lo escuche, estaba un poco dormido.
- Que llegaría tarde a la oficina si me quedaba un rato más en la cama.

Miente.
Por las mañanas cuando despierta y ve a Francisco dormir le dice al oído: “Juro que te amaba”, con la esperanza de que cuando se entere de su traición tenga presente que verdaderamente ella lo había amado y la perdone.

“Miente ¿por qué siempre lo hará? Sé que me amaba. Eso lo sé, porque hoy la veo y la siento lejana. Y sé que en parte tengo la culpa de esta situación, porque a pesar de amarla, mi mundo ya no es ella, de a poco la he ido alejando de mí y el hecho de que ya no me ame es solo la consecuencia de mis actos. En realidad, para ser franco, ya no la amo, y no se si la llegué a amar.”

El mesero, un tipo joven de unos 20 años y un poco gordo, se acerca a Romina con una bandeja un par de tazas pequeñas llenas de café y con una pequeña galletita junto a la cuchara, algo muy típico de estos lugares.

- Su café señorita. ¿desea algo más?
- No, gracias, así esta bien. Sólo una pregunta.
- Dígame.
- ¿Ha venido un joven alto, pelo castaño y ojos verdes? Que viste un…
- ¿Usted es Romina?
- Sí, soy Romina.
- Tengo algo para usted, se lo traigo de inmediato.
-
“Estuvo acá, pero ¿porque no me esperó? ¡Que extraño!”

El mesero ahora se acerca a Francisco.

- Su mocaccino con canela. ¿Desea algo más?
- No, gracias.


Ignacia y Francisco no se hablan. El silencio en el que están sumergidos los tiene paralizados dentro de sus pensamientos.


“¿Cómo le digo que estoy con Carlos? No podría soportar este engaño: su esposa engañándolo con su mejor amigo. No se hasta cuando voy a soportar estar en esta condición.”

“¡Porque no me habla! Se debería sincerar conmigo y contarme que pasó con el amor que antes sentía, el por qué de nuestra distancia. Si yo tuviera una respuesta intentaría decírselo, aunque sea por medio de señales. Las palabras a la cara nunca han sido mi estilo, específicamente ese tipo de palabras y confesiones que pueden quebrar al otro, que pueden provocar un eterno sentimiento negativo contra mí, esos sentimientos que no cambian con el tiempo ni que dan la posibilidad de ser modificados. Ciertamente podría definirme como el tipo cobarde, que solo desea que salgan rosas de su boca. Me encantaría tener el ímpetu que tienen algunos para sincerarse sin el miedo de consecuencias. Sobre todo las malas. Carlos tenía razón cuando hablamos ayer, soy un maldito gallina”

- Esto es para usted.

Una amapola roja entrega el mesero a Romina.
Ahora lo entiende todo.
Mientras contiene las lágrimas toma su cartera y la flor. Luego camina hacia la calle y detiene un taxi.

Francisco siente un olor que le trae sensaciones conocidas.
Sonríe.
“Amapola. ¡Qué aroma! Me recuerda a… Romina”

Inmediatamente francisco se da vuelta para ver de donde provenía el olor. Pero se percata que no hay nadie. Solo ve que la puerta de un taxi se cierra para luego partir.





**


La lluvia golpea el techo y el viento deja un susurro en las ventanas de la casa de Francisco.
La casa es grande, como para una familia con muchos hijos y mascotas. Tiene hermosos árboles que le dan un toque de calidez al patio y a la casa completa.

Ignacia está en la ducha. Corta el agua y sale.
El espejo está empañado. Su mano mojada lo limpia y en el se reflejan sus rojos ojos.
Ha estado llorando.
Continúa llorando.
Se tapa la boca y deja caer su cuerpo desnudo al suelo, mientras un llanto silencioso, prohibido y doloroso se atrapa entre sus manos.

“Otra vez. Otro día y este dolor aún me lastima el alma. Y me lastimara hasta que no reúna el valor de dejar a Francisco. ¡Como hago para mirarlo a los ojos y decirlo lo que he hecho durante estos últimos meses y mas aún, decirle que estoy embarazada.
Sé que una parte de él se da cuenta de todo, sobre todo por lo distante que estamos.
No puedo decir que no lo ame, sí, hubo un tiempo en que lo amé, pero me di cuenta muy tarde que el matrimonio no era lo que yo esperaba.
Creo que no fue lo mejor, no debimos correr ese riesgo. Lo mas lamentable es que dejamos pasar mucho tiempo desde que esto se deterioró y ahora toda decisión de hace mas difícil.
No se donde quedó esa Ignacia valiente, capaz de todo, capaz de enfrentar lo que la vida pusiera en su camino.
Quizás algo de amor me queda por Francisco sino seria capaz de dejarlo y listo, se acaba el problema. Pero no puedo, eso es lo que mas me duele de esto, el no poder enfrentarlo y seguir viviendo esta mentira.
La verdad es que no me arrepiento de amar a Carlos. Sólo me arrepiento de hacerlo de esta manera, a escondidas.




Francisco duerme.
Ignacia se sienta en la cama y lo mira.
Esta vestida y un poco de maquillaje cubren sus parpados hinchados.
Se acerca a la oreja de Francisco.
Duda.
Sus ojos se vuelven a humedecer.
Susurra. “Juro que te amaba”
Contiene el llanto.
Toma su bolso y se va.
La puerta de la habitación se cierra y Francisco abre sus ojos.



Son las 5 de la tarde y Francisco ha terminado de dar clases en la universidad.
Camina hacia el estacionamiento mientras saca su celular.

- Ignacia ¿Cómo estas?...sí, ya salí... oye, ¿juntémonos a tomar un café en Lastarria antes de ir?... bueno, a las 6 entonces. Adiós.


“Esta es la oportunidad para que me diga que es lo que sucede. Sé que tiene algo que decirme, porque no hay duda de que algo pasa. Esto ya no resulto. Hoy la relación debe terminar.”


La calle Lastarria se ve siempre hermosa cuando ha llovido, todo tan solitario, húmedo y la calle mojada le da ese toque que suelen tener las películas antiguas y al igual que en ellas, en este lugar las palabras, los pensamientos y hasta los sentimientos son respetados y considerados arte.


Francisco se acomoda en una silla con vista hacia el sur de la ciudad. Saca su notebook y decide matar el tiempo mientras llega Ignacia, revisando su correo y las próximas pruebas que debe realizar.

Un hombre se para a la entrada del café y mira hacia adentro, como buscando a alguien.
Es un hombre alto, pelo castaño y ojos verdes que tiene en una mano una flor y una carta.

Francisco lo mira.
Algo en él atrae su atención. Es la flor que el hombre lleva; es una amapola.

“esa flor… ¿Cómo se llama?..., ya ni me acuerdo… ¡Amapola! ¡Eso es! Es la flor que tenia mi abuela en su jardín. Hace años que no veía una.”

Esteban, el hombre de la amapola mira extrañado a Francisco, éste lo ha mirado fijamente.
Esteban camina hacia un mesero.

- Hola. Sabes que en media hora más va a llegar una joven que se llama Romina y quiero saber si ¿tu le entregarías esto por favor?
- Sí, no hay problema. ¿de parte de quién es?
- De Esteban.
El mesero recibe $2.000 del hombre de la amapola, quien se va rápidamente del café.
Francisco lo sigue con la mirada.


Con tacos finos, comprados en Buenos Aires, unos pantalones apretados y un chaleco de lana gruesa verde, se ve caminando a Ignacia desde lejos en dirección a la mesa en la que Francisco está.
Ignacia tiene un caminar acelerado, sus brazos se mueven constantemente, ya sea para arreglarse el largo pelo, para mirar la hora o para buscar su celular y revisar las llamadas.
Llega a la mesa de su esposo y lo saluda con un frío beso. Se sienta junto a él y alcanza a decir sólo un par de palabras cuando el celular de Francisco la interrumpe. Mientras él habla la mujer tras suyo habla con el mesero.

- Un capuchino grande, por favor.

El mesero luego de anotar el pedido de la joven, da vuelta la hoja de su libreta y se acerca a Francisco, quien también hace su pedido.

- Un Mocaccino con canela.

Romina, la joven de melena sentada detrás de Francisco, se quita los audífonos y enciende un cigarro.
Ahora sólo espera.



***


- Por plaza Italia hacia arriba, por favor- dice Romina.
- Ok – el taxista responde mientras pasa una luz verde.

Romina mete sus manos a los bolsillos de su blanco abrigo, las esconde del intenso frío.
Lleva la mirada pegada al cielo. De repente una sonrisa asomo en sus labios y sus ojos brillaron. Piensa en él, ha pensado todo el día en él.
Ahora busca su celular en su cartera y ve que Esteban no la ha llamado.
Vuelve a mirar las húmedas calles de Santiago.

“No lo voy a llamar. Si tiene algo que decirme me llamará. Tendrá que hacerlo, algo tendrá que decirme después de esto.
Una amapola y su ausencia.
¿Por qué lo habrá hecho? Si ayer estábamos muy bien. O quizás esto no significa lo que yo creo que significa, aunque lo dudo. Ambos teníamos demasiado claro qué pasaría el día en que uno le regalara una amapola al otro.
En cuanto vi la flor me acorde de ese día en el bus cuando nos veníamos a Santiago.

- ¿Qué tienes ahí?- me dijo mirando mi mano escondida detrás de mi espalda.
- Un regalito- le dije mientras estiraba mi mano hacia él. Era una amapola. Él sólo sonrió.
- ¿una amapola?, debes quererme harto para regalarme esta flor.
- ¡Tonto!, si yo te amo, por eso quiero darte esta flor en señal de mi amor. Ya no creo como antes en que esta flor ayude a tener el amor eterno, sólo toma este regalo en señal de mi gran amor- lo besé y luego le dije- el día que tu me la devuelvas, esto ya habrá terminado.
- Olvídalo- me dijo- esta flor nunca te la voy a devolver.

¡Cuán débil son las palabras cuando uno las recuerda!, parecieran no tener la fuerza del momento en que se dicen, auque sean palabras tan importantes como las de amor.
Me dijo que olvidara que algún dia me devolvería la flor, pero no lo olvide. Las cosas que dan miedo nunca se olvidan. Y aunque lo hubiera olvidado de todas formas esto sucedería, no sé porque lo siento así, pero siempre lo presentí.
A pesar de que lo amo y que siento unas ganas de llorar enormes por lo que me hizo, hay un sentimiento que no permite que las lagrimas salgan. Es este sentimiento que surgió ayer cuando vi a Francisco en la librería. No entiendo por qué, pero a pesar de que este casado, me alegra haberlo visto. Bueno, en realidad, la alegría no es sólo por haberlo visto, sino porque me di cuenta de que aún siento algo por él.”




Mientras tanto en Lastarria el mesero que había atendido a Romina sale corriendo del local con una carta en la mano, luego se detiene desilusionado, ella ya se ha ido.


Francisco se ha quedado pensativo, perdido en sus pensamientos… y un poco feliz.

Ignacia ahora fuma un cigarro. Tiene la mirada en otro lado, sumergida en sus pensamientos… y un poco triste.

- ¿Compraste algo?- pregunta Francisco.
- ¿El regalo?
- Sí, no lo habrás olvidado, sabes que a Carlos aún le gustan los cumpleaños con regalos.
- No lo olvidé. Le compre algo que le va a encantar: un libro con la vida y obra de Monet.
- ¿Cómo sabes que le gusta Monet?- pregunta Francisco, algo perplejo con el regalo de Ignacia.
- Tu me contaste una vez ¿no te acuerdas? Es la única forma de que yo sepa, si yo casi ni hablo con Carlos, es tu amigo.

Ha vuelto a mentir.

“Miente otra vez. Si nunca le he hablado de que a Carlos le gusta Monet, además ni siquiera yo lo recordaba”


Lo que siente y piensa Francisco mientras mira los ojos de Ignacia es algo que esperó sentir desde que había vuelto a ver a Romina, el día anterior. Una espesa y a la vez fresca sensación de libertad siente en su interior, al tiempo en que intenta visualizar en Ignacia, la sonrisa que Romina le regalo cuando la vio.
Estuvo esperando desde mucho tiempo, algunos 5 a 6 meses, cuando la relación comenzó a ser insostenible, una señal clara, como la que acababa de suceder, de que efectivamente estaba con Carlos.
Hace un par de días había encontrado un test de embarazo. No se había alarmado tanto por la posibilidad de que ese hijo fuera suyo, sino de que fuera de otro hombre y más aún de que fuera de su mejor amigo.

“Carlos, mi amigo de toda la vida, un verdadero traidor.
En este momento, quisiera golpearle la cara y decirle unas cuantas cosas. Decirle, por ejemplo, que lo que más me duele es el engaño de mi amigo, no tanto el de Ignacia.
Es a él a quien yo le conté que al parecer ella me engañaba. Y quien iba a imaginar que era él quien, luego de hablar conmigo, se la tiraba.
Hoy es su cumpleaños y no quiero destruir eso. Espera un hijo y su vida comenzará desde hoy. Y sé que aunque no haga nada en venganza, él de todas formas recordará esta traición, su hijo se encargará de eso.”

Una vez arriba del auto y camino a la casa de Carlos, Francisco e Ignacia solo escuchan la música del auto y el ruido del limpia parabrisas. Ha vuelto a llover en la ciudad.

Francisco es quien rompe el silencio.

- ¿Carlos lo sabe?
- ¿Saber qué?- Ignacia lo mira fijo.
- Que va a ser padre.

Ignacia piensa en negarlo todo, sin embargo ha esperado mucho por una ocasión así.
Al mismo tiempo que comienza a sonar Luciano Pavarotti en la radio ella habla fríamente.

- ¿Cómo lo sabes?
- Creo que fuiste un poco evidente en ciertas ocasiones. Como lo de Monet por ejemplo, el test de embarazo en el basurero del baño, las salidas sin explicación y eso que me decías al oído en las mañanas. Yo siempre he despertado antes que tu. 3 años de casados y no lo sabes. ¡Que decepción!- dice francisco con un dejo de ironía.
- No sé qué decirte…
- Sí sabes. Uno siempre sabe que decir. Lo que pasa es que no te atreves.
- ¡Perdóname!
- Perdonar… que palabra más abstracta. Una vez lo pensé y creo que es la palabra más cínica que hay, porque finalmente nadie perdona ni menos olvida. Lo que hacemos es asumir y ahí esta el dolor.
- Yo sé que puede ser difícil perdonar, pero yo…
- Tú no lo sabes.
- Intento ponerme en tu lugar, Francisco.
- Ni así lo lograrías.
- Yo también he sufrido, Francisco - Ignacia se ve un poco alterada - todo esto ha sido enormemente difícil para mi. no tener el valor para terminar con este matrimonio, de decirte a la cara que estoy embarazada de tu mejor amigo…
- No lo repitas, solo me di cuenta de eso.- Francisco mira fijamente la calle, en ningún momento ha mirado a Ignacia- mira Ignacia, yo en realidad no se bien que siento, si rabia, pena, desilusión o hasta alegría, lo que si sé es que esto terminó en el mejor momento, aunque quizás no de la mejor forma.
- Yo nunca quise que esto terminara así.
- Uno no siempre elige los finales de las historias, Ignacia.

Silencio.
Ignacia llora mientras mira la calle.
Francisco sólo maneja. Se ve frío, parco y distante.

- Lo que quiero que sepas y tengas claro Francisco es que sí sentí algo por ti. Sí te ame y sí quería una vida contigo.
- Pero eso ya no vale la pena saberlo.
- Claro que vale la pena. No fueron 3 años perdidos.
- ¿No te parece que fueron años perdidos? Perdóname Ignacia, pero yo creo que sí. Asúmelo, no estábamos conectados. La verdad es que fuimos mas felices durante el pololeo.
- Es una pena que pienses eso.
- Es una pena la cantidad de tiempo que nos mentimos creyendo que éramos felices.
- Yo sí fui feliz, Francisco.
- Sí, te vi feliz.

El auto queda perfectamente estacionado entre otros 2. Apenas el auto se apaga Ignacia habla.

- Francisco, por favor, no hagas nada, es el cumpleaños de Carlos.
- No pienso hacer nada. Sólo lo saludare y luego me iré de sus vidas y yo comenzaré con la mía.

Entran a la casa y mucha gente fuma y bebe con mucha alegría. Entre la multitud se ve a Carlos muy feliz.
Ignacia es quien se acerca primero, lo abraza fuertemente y le habla al oído. La expresión de la cara de Carlos cambia rotundamente mientras mira a Francisco, quien se acerca y esperando que Ignacia se aleje de Carlos habla:

- Déjame darte un abrazo para terminar con esto luego.

Carlos, perplejo, acepta el abrazo apretado y caluroso de su amigo.
Ambos se separan y sin ninguna palabra se saca el anillo y se lo entrega a Ignacia. Luego se pierde entre la gente.

- Tengo que hablar con él- dice Ignacia.
- Hablemos los 2 con él, será mejor.
- No, no, déjame a mí.


Ignacia comienza a buscarlo y luego de mirar entre la gente dentro de la casa llega a la calle y ve que el auto de él aún está estacionado. Piensa que ha salido a caminar y decide esperarlo en la casa.



****

La librería es amplia. Es un lugar calido donde la gente recorre con comodidad cada estantería de libros, música y películas.
Romina se ve indecisa, tiene 2 libros en su mano. Finalmente se decide por llevar ambos libros y, además, una película. Se acerca a la caja y pide que los envuelvan en un papel dorado.

Francisco lleva caminando mucho rato por Providencia mirando las vitrinas de las diversas tiendas. Mientras observa un libro que le ha llamado la atención divisa dentro de la tienda la imagen de una delgada mujer de melena, la cual lo deja sin movimiento.

“¿Romina?... sí, es ella. Pero, ¿cuando habrá llegado a Santiago?... se ve tan… mujer.”

Francisco entra lentamente a la tienda y se acerca a romina y le habla.

- Romina.

Romina gira la cabeza y ve a un hombre de su porte, joven y muy atractivo. Lo reconoce inmediatamente.
- ¡Francisco!- le da un abrazo apretado- tanto tiempo sin verte.
- Sí, ya 5 años sin hablarnos ni nada. Pero tú ¿cuando te viniste a Santiago?
- Me vine hace como 6 meses. Salí de la U y con mi pololo nos vinimos a trabajar.
- ¿estay pololeado?
- Sí. Pero llevamos 8 meses recién. Y tu estas casado por lo que veo- romina apunta el anillo de la mano de francisco- ¿cuanto llevan?
- Llevamos 3 años.
- Siempre supe que serias el primero en casarte. Porque tenías muchas enamoradas en Viña.
- Pero tu también tenias hartos enamorados, no te olvides de esos que te andaban llorando- romina sonríe.
El hombre de la caja le habla a romina:
- señorita su caja.
- Gracias.- mira a francisco mientras acomoda se acomoda la cartera al hombro- ojala estés bien, fue genial volver a verte.
Romina lo besa en la mejilla.
- cuídate mucho. Cuando nos volvamos a ver nos tomamos algo.
- Ok. Adiós.

Francisco la mira caminar. Se queda quieto sonriendo. Se acuerda que no necesitaba nada de esa tienda por lo que sale y continúa su camino.





*****



Romina es una de las primeras en llegar a casa de Carlos.

- ¡Romi! ¿Cómo estas?
- Bien, con mucho frío. Te traje un regalo ¡Feliz cumpleaños!- romina le entrega una caja envuelta en un papel dorado.
- ¡Gracias!- dice Carlos. Ahora mira seriamente a Romina- supe lo de Esteban. Traté de que no lo hiciera pero no pude. ¿Como te sientes con todo esto?
- ¿Con que?- confusa
- ¿No recibiste la carta de Esteban?
- No, para nada. En el café en que nos íbamos a juntar sólo me entregaron una flor que él me dejó. Era una amapola.
- ¿Una amapola? Y ¿Por qué una amapola? Son más bonitas las rosas.
- Sí. Pero lo que pasa es que cuando nos vinimos de Viña le regalé una con la esperanza de que durase harto tiempo. Para mi las amapolas representaban eso cuando era chica, la eternidad del amor, así que quise jugar un poco con eso y regalarle una y ver que pasa. Pero hoy cuando supe que me había dejado esa flor entendí todo. Aunque aún no hablo con él, sé lo que me quiso decir.
- Él se fue, Romina - dice Carlos apenas ella termina de hablar.
- ¿Se fue? ¿A donde?
- A Canadá. Me contó que le ofrecieron un trabajo importante y una de las condiciones es que debía irse esta semana y ya sabes como es de impulsivo.
Se supone que en la carta te pide que lo entiendas, que estará por poco tiempo allá y luego, quizás, podrían vivir los 2 en Canadá…


“Segunda vez que me pasa lo mismo. Quizás eso de regalar una amapola sea mala idea. Definitivamente dejaré de hacerlo.”

Carlos continúa hablando.

- …pero tienes que estar tranquila, Romi, cuando vuelva pueden hablar y ahí ves si te vas con él, porque en realidad…
- No, ya no hay vuelta atrás. La verdad es que no quiero estar con alguien que sea capaz de dejarme por un trabajo y, sobre todo, sin avisarme. Le enviare un e-mail. ¿Puedo subir a tu habitación a enviarle un correo?
- Sí, sube. El notebook está encendido.
- Ok. Apenas termine bajo.






******



El último abrazo con su amigo de toda la vida había sido frío, distante, lleno de rabia y agradecimientos por hacer todo más fácil. Francisco nunca se hubiera atrevido a terminar la relación. Se consideraba muy cobarde para este tipo de cosas y, por suerte para él, este tipo de situaciones siempre habían estado bajo el dominio de otras personas.
Decidió caminar entre las personas que coreaban una canción en ingles, para él desconocida, y salir al patio de la casa, en el cual una gran piscina reflejaba la gran luna llena que adornaba el cielo. Pretendía estar no mas de unos minutos ahí, pues sabia que las fiestas de Carlos siempre terminaban en la piscina con los invitados en el agua y mas de alguno desnudo gracias al efecto del alcohol o, en otros casos, algunos intentando seducir a las chicas bajo el agua, aunque la piscina estuviera sucia después de un largo día de lluvia.

Se sentó en una banca frente a la piscina y comenzó a mirar el cielo estrellado que contenía una gran luna llena. Esto le trajo recuerdos muy gratos de su niñez en Viña del Mar cuando vivía junto a su abuela. También le recordaba a Romina, su vecina durante 19 años con quien al terminar las largas tardes de caminata o juegos junto al mar solía mirar el atardecer y cómo la luna aparecía en el cielo, mientras atrapaba de silencio la gran playa.
Ahora el recuerdo de Romina lo hacia sentir bien, sobre todo al pensar en la posibilidad de estar juntos y recuperar aquel tiempo que nunca se sintieron capaces ni valientes de vivirlos juntos. Él sabia que ella lo quería tanto o mas como él a ella, pero ambos, por miedo a que su amor terminara como el de sus propios padres; con infidelidades y otras cosas, se habían ocultado muchos sentimientos que eran tan evidentes y claros como las estrellas que cada noche observaban.

Entre el silencio en que intenta sumergirse Francisco, surge una voz delicada y algo tímida.

- Solíamos hacer esto juntos ¿te acuerdas?

Francisco sonríe. No es necesario que mire para saber quién es la persona que acababa de hablar. Lo tiene más que claro: es Romina.

- Sí, me acuerdo. Lo hacíamos después de andar en bicicleta toda la tarde- dice mirando las estrellas.

Romina se acerca a francisco y se sienta a su lado. Se miran y sonríen.

- ¿Te acuerdas que hacíamos mientras andábamos en bicicleta?- pregunta Romina.
- Sí, claro. Regalábamos amapolas a las parejas en la playa. Pensábamos que tenían el poder de hacer el amor eterno. Hoy pienso en eso y no lo creo.
- ¿Malas experiencias?
- Relaciones extrañas, diría yo.
- Me di cuenta que estas sin anillo. ¿terminaron?, ¿ o es sólo…
- Terminamos.
- ¿Y, que tal?
- ¿Qué cómo me siento?
- Si.
- Bien y mal. ¿Y tu pololeo? ¿Cómo va?
- También terminé.
- ¿Y? ¿Cómo te sientes?
- Bien y mal.
- Estamos iguales. Otra vez. ¿No te parece extraño que estemos por segunda vez en la misma situación? La primera vez fue en viña. Tú y yo con el corazón roto.
- Sí, y nos consolábamos conversando mientras mirábamos el mar. No creo que sea extraño. Juntos nos sentíamos bien, además nadie me conoce como tu y a ti nadie te conoce como yo.

El silencio inunda el espacio mínimo que hay entre Francisco y Romina, quien ahora mira la piscina y las luces que en ella se reflejan.

- Me alegre mucho cuando te vi en la librería, no te imaginas cuánto.


Francisco habla con la mirada fija en el rostro de Romina. Ella ahora también lo mira.
No sonríen, solo se miran fijo, como queriendo recuperar tantas miradas perdidas.
Francisco la abraza por la cintura y la lleva hacia su cuerpo quedando muy cerca, tan cerca que su respiración se acelera y se mezcla con la de Romina.
Se rozan los labios, pero no se besan. Escalofríos de deseos recorren el cuerpo de romina, quien quiere besarlo, pero no quiere volver a perderlo.
Francisco decide ir más allá, decide sentirla aún más cerca. Con sus labios roza los labios de romina, sus mejillas, sus ojos, sus orejas, luego el cuello. No besa, sólo toca con paciencia, calma y locura reprimida.
Desde el cuello comienza, ahora, a besarla hasta llegar a la boca de ella, la cual espera ansiosa que los labios de Francisco acaben en una gran beso apasionado y tierno, y entre mas tierno más delirante.
Cuando se separan vuelve el silencio. Vuelven a ser dos.
Francisco ahora rompe el silencio.

- ¿Te acuerdas que mi abuela nos regalo una amapola cuando niños?
- Sí, aun la tengo en un libro. ¿Por qué? ¿Ahora crees en eso del amor eterno?
- Mmm…- sonríe. vuelve a besarla. Esta vez es un beso apretado y silencioso- no sé, pero podríamos ver que pasa si lo intentamos.
- Con una condición.
- ¿Cuál?
- No más amapolas. Que queden sólo en nuestro recuerdo. La verdad es que no me han resultado algunas relaciones cuando he regalado o me han regalado una amapola. Además no quiero que esto acabe pronto. ¿bueno?
- Bueno. Entonces tendré que ir solo a viña, a visitar a mi abuela.
- No es necesario. Podemos ir juntos.


Francisco acerca la cintura de romina y la besa.
La besa otra vez.
La vuelve a besar.
La besa hasta agotar el espacio de tiempo en que esperaron volver a besarse.

FIN


































Texto agregado el 09-01-2009, y leído por 140 visitantes. (2 votos)


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