Matías se levantó temprano ese día para no dormir en la noche.

Hacía una semana que escuchó a su papá conversar con su abuelo sobre los fantasmas de medianoche que aparecían en la sala y pese a que no creía en cuentos, el que lo hubiesen dicho ellos cambiaba la situación.

Ese día se levantó a las 4am decidido a no quedarse dormido como todos los otros días que lo había intentado. Ya no era un niño pequeño, había cumplido 10 años y en el colegio estás a un paso de llegar a la secundaria.

Ese día no varío su rutina. Fue a la escuela como siempre, respondió cuando llamaron lista, escribió su nombre en la hoja del examen, cambió de carpeta cuando la profesora lo vio conversando mucho con Ximena, comió la mandarina que su mamá le mandó de refrigerio, jugó fútbol en el recreo, escuchó atentamente la clase de historia, se rió cuando Nicolás se tropezó al caminar hacia la pizarra, se concentró en la profesora Regina luego que Carlos le avisó que se le veía el brassiere. Pero aun así no dejó de pensar en su aventura nocturna.

Al llegar a la casa no le pareció sombría como esperaba que fueran las casas embrujadas. Hacía mucho sol y se lavó las manos para comer mientras cerraba las cortinas de su habitación para escapar del calor.

La llegada de la noche fue lenta y aburrida. Al final todos se despidieron y lo dejaron solo en su habitación. Estuvo esperando pacientemente y en un momento el tiempo se detuvo, miro hacia el reloj y no reconocía la hora.

Matías abrió los ojos, miró a su mesa de noche, eran las cuatro de la mañana y se dio cuenta que nuevamente el sueño había vencido.