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Me desperté. Y nuevamente esa absurda sensación de que el sueño continuaba, de haber estado soñando que estaba durmiendo y haber despertado dentro del sueño. Los malditos espejos.

Decidí que ya bastaba de tratar de escapar, y que escribiría, inmediatamente, un cuento sobre el tema. Tal vez así desaparecería el malestar de no estar seguro de si estaba dormido o despierto. Ya se sabe que una obsesión suele producir tales desórdenes en el sueño. Encendí la computadora y escribí sobre ese sueño recurrente, hasta donde lo recordaba. Y hasta donde una vaga angustia por una idea tan inquietante me lo permitió.

También la idea era divertida. ¿Qué pasaría si hubiera sido verdad, y en ese momento, hubiera estado soñando que escribía algo sobre alguien —yo mismo— que soñaba que siempre despertaba dentro de un sueño, sin poder despertar en realidad? Una inversión perfecta. ¡Diablos! ¿Y cómo sabía que, en ese momento, yo estaba despierto?

Uno siempre sabe eso. O eso creía. Apagué la computadora y me propuse demostrar científicamente que estaba despierto. Lo que no sabía cómo carajos hacer. Pensé en salir y darme un baño de realidad. El sol brillaba en un cielo despejado, los árboles del parque a donde me dirigí refrescaban el ambiente, la gente iba y venía: una bonita mañana.

Mientras daba vueltas por el parque, pensaba en cómo demostrar que estaba despierto. Descarté el método más sencillo, que consistía en pellizcarme un brazo, por lo de la reflexibilidad: un espectro no se demuestra a sí mismo que es, o no es, espectro. Además, uno puede soñar muy bien que se pellizca. ¿Pedirle a alguien más que me pellizque? Bah, también en los sueños hay otras personas, que no sólo pellizcan sino que golpean o matan. Como en la estúpida realidad. Además, si hubiera pensado que pellizcarme un brazo bastaba, habría estado perdido: también dentro de un sueño, uno tiene la sensación de dolor, aunque sea pequeño. ¿Y si probaba algo más radical? ¿Atravesarme la mano con un clavo, y descubrir después que estaba despierto? ¡Qué estupidez! Además, sólo los locos hacen esas cosas, y yo no tenía la menor intención de descubrir si estaba loco. ¿Arrojarme de un edificio? No: había el riesgo de que muriera sin recobrar el conocimiento, y no tuviera el miserable consuelo de agonizar sabiendo que había estado despierto. Además, en los sueños, la gente también se arroja… ¡Malditos espejos!

Hacía rato que ya estaba sentado en una banquita del parque. El sol de la tarde dejaba el protagonismo a una fresca brisa, y la modorra me iba derrotando. Y de pronto, se me ocurrió una idea: si me dormía, tratando de fijar en la memoria el escenario en que me encontraba, podría compararlo con aquel en el que despertaría. Si yo tenía la sensación, al despertar, de estar en otro lugar, entonces mi paseo por el parque habría sido un sueño; si, por el contrario, despertaba en la misma banca del mismo parque, rodeado de los mismos árboles, entonces, habría estado despierto. Me pareció una idea excelente, y como el sueño igual me vencía, me recosté en la banquita y me dormí.

La caricia de una lluvia menuda me despertó. Al principio, no recordaba dónde estaba; luego, me pregunté qué diablos hacía durmiendo en una banca de parque; finalmente, recordé mi experimento. Después de frotar el agua en mi rostro, para despertar del todo, traté de reconocer el lugar. Una luna magnífica iluminaba —grotesco lugar común— el parque; los árboles a mi alrededor parecían ser los mismos; no había gente, de lo que deduje que debía de ser tarde. Por lo demás, me alegré del éxito de mi experimento: reconocí perfectamente el lugar donde me había dormido; por lo tanto, había estado —y estaba— despierto. Decidí volver a casa y terminar, ahora sí, el relato sobre alguien —yo mismo— que soñaba que siempre despertaba dentro de un sueño, sin poder despertar en realidad, ahora que ya sabía cómo había resuelto su duda: se había dormido en un parque, tratando de fijar en la memoria el escenario en que se encontraba; lo comparaba luego con aquel en el que despertó; y veía que eran el mismo lugar.

Y entonces, recordé un detalle: ese relato ya lo escribí, en la mañana. Está sin terminar en la computadora de una casa a la que no puedo regresar, porque el tiempo se ha detenido en una noche de lluvia, cuyas menudas gotitas reflejan la luz de la luna que refleja la luz del sol. Se ha detenido, porque recuerdo que dejé de escribir justo en el momento en que el protagonista —yo mismo— iba a regresar a casa, a escribir el relato de alguien —yo mismo— que soñaba que se había despertado con la absurda sensación de que siempre despertaba dentro de un sueño, sin poder despertar en realidad, y de cómo había resuelto su duda: se había dormido en un parque, tratando de fijar en la memoria el escenario en que se encontraba; lo comparaba luego con aquel en el que despertó; y veía que eran el mismo lugar. Y dejé de escribir, porque justo cuando estaba soñando que despertaba en la banca de un parque, en la que me había dormido para despertar luego en la misma banca y demostrar así que había estado despierto —antes de dormirme en la banca—, alguien me despertó, y no pude saber en qué acababa el sueño.

Así que aquí estoy, sentado en una banquita de un parque, con el tiempo detenido en una noche de lluvia, cuyas menudas gotitas reflejan la luz de la luna que refleja la luz del sol. ¡Siempre los malditos espejos!

Texto agregado el 07-01-2009, y leído por 230 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-01-2009 Sueño ,realidad O sera que el sueño es mas real aun .Muy bueno me encanto el relato****** SHOSHA
08-01-2009 uy! se enredó bastante todo en un momento. En todo caso me parece una excelente temática. Muy interesante. Saludos! campana
 
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