Para todos solo hay una Luna, para todos solo hay un gran amor, para todos hay solo una estrella y, sin embargo, somos un individuo.
El eclipse azota la noche, se adueña de ella, de su penumbra. La muerte del crepúsculo hasta el inicio del alba, de un nuevo comienzo para mi espíritu y, siento miedo, temor de aquello que conozco tanto y a la vez me es tan extraño, como anhelado y aun así aborrecido, sin saber por qué, como negando parte de mí, de mi esencia.
En mi habitación todavía laten los sollozos de tu ausencia, repercuten en mi alma y, deseo estar junto a ti, adicto a ti. La espada y la cura. Es obvio que te extraño, todavía más que no te puedo olvidar; dame la vida o aduéñate de ella, toma mi muerte. No eres mi Lázaro. Ángel de alas rotas, vuelas encima, dentro de los recuerdos, presionando la voluntad y no dices nada. Eres silencio, infinito y eterno.
Autónomo por fuera, totalmente heterónomo por dentro, dependiente de ti y, sigues aquí, en cada letra, palabra o quien quiera, una frase cualquiera ¿amor? ¿Desamor? ¿Odio? ¿Alegría? tantos nombres que te definen a mi manera y ninguno es tuyo, ni uno solo. Te marchas, jamás te siento cerca. Voltea una vez, déjame tocar tu rostro, secar las lágrimas que en mi mente adorno para ti. El momento perfecto que nunca me has dado.
Y sonrío a la gente, en el espejo me sonrío, para enmarcarlo en un rostro que se pudre por dentro, como la rosa que ama al Sol y sucumbe ante su calor, a la falta de agua, como yo a la falta de ti, de tus fantasmas, ilusiones que ciertamente nunca me pertenecieron, creer que sí fue el veneno justamente bebido, sin querer engañándome, tomar tu cariño y hacerlo mío, falsamente, me hirió sin cura alguna.
Maté los sueños, en este mi efímero poema, con sabor a ti, escrito con mi sangre, manchado con mis lágrimas, firmado con un: te amo.
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