Sin contar el tiempo transcurrido, sin hacer mención de los espacios, la distancia y el olvido, te has marchado definitivamente, esta tarde lo he sabido. Cuando tres meses de recuerdos siguen siendo siempre tres meses de absurdo olvido, reparo en lo efímero que se ha vuelto todo con el paso de esas doce semanas que siguen corriendo.

Has desaparecido por completo, te has esfumado, como las ganas del viento de levantar tu falda, o de la briza de olfatear en tu cabello mojado, o de mis manos de arañar tu espalda, porque el sol te sigue dando en la cintura, y en la cadera que te quema mientras bailas por las noches, viendo de frente la luna lastimera que algún tiempo compartimos.

Por fin, aunque suene malamente como si lo deseara, has dejado escapar de tus manos el recuerdo prisionero de lo que nunca debiste tomar tan de repente, y ahora buscando otras cuerdas atar te encuentras, es el mundo que gira en el sentido adecuado, cierto de que es ya buen tiempo de empezar de nuevo lo que se había estancado, pausado hace parece medio minuto.

Es el tiempo en que no te he recordado, la tarde reveladora del día de ayer en que no te pensé en absoluto, y las noches que le precedieron en que sin sueño, dejé de recordar tu nombre compuesto. Ya no me oprimen tus manos el pecho.

Ahora que te has ido y ya no recuerdo qué fué lo primero que me regalaste, doy vuelta a esta pasta para cerrar el pesado libro de los recuerdos que desvanecidos se han marchado suficientemente lejos como para no extrañerles, y es el día que amanece al día de hoy, que no tendré dónde dejar más hijos muertos y textos marchitos.