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-Era un mundo feliz.
Claro que no a lo Huxley, aún tenía a mi familia, todos mis libros favoritos, mi colección de estampillas etc., etc., pero al menos yo era feliz…

-Lo era, realmente?

-“lo era?”, no sé, pero ahora lo extraño. Extraño el pasado y mi mundo. Quizás estoy en un sueño macabro, sé que debería intentar ser feliz, la gente me sonríe al pasar, como si supieran algo mío, que yo no sé.
“quizás son cosas mías”.

No puedo evitar sentirme así, si todos me observan, si voltean sus terribles caras cuando paso, y si siento que el aire que escurre por mi cabeza es más denso, como si el viento me susurrara un consejo o una burla...

-Y…no ha pensado en suicidarse?

-Me habrá visto las huevas… Qué clase de pregunta es esa?

-Remítase a la pregunta, por favor…

Luego todo se tornó negro, o rojo, y los ojos que me miran cuando camino, se abrieron más de la cuenta, estaban ahí, sin pupilas, y sólo me quitaban la vista cuando los miraba, estaban en el techo, estaban en los cuadros, en los diplomas, en las ventanas, en mis zapatos…en mi mente.

Era una sinfonía de muerte sin música de fondo, la caída del diván cuando lo volteé, que cayó en mi bemol, los libros al botarlos uno a uno, do-re-mi-fa-sol, do-re-mi-fa-sol, y los gritos de la secretaria que no podía abrir la puerta, en un agudo do sostenido mayor. Pero lo que mejor acompañaba esta negra orquesta era mi risa, no podía evitar reírme, esos ojos me acordaban a mi hija, y la voz del psicólogo que se iba desvaneciendo, el perfecto final, un fade out acabado a la maestría del mejor director de orquesta.

No sé por qué me molesté tanto, tampoco sé si de verdad estaba molesto, necesitaba verlo en el suelo, necesitaba desnudarlo, ponerlo de espaldas, y clavarle todos los alfileres que tenía sobre el escritorio formando “Nera”.

“Por qué tenía alfileres un psicólogo, en su escritorio?”
Y con esa pregunta en mi mente, corrí como si esos ojos me azotaran con látigos invisibles, abrí la puerta y derribé a la secretaria que seguía gritando igual de agudo, pero de a poco bajaba el registro. No me interesó mucho el que cayera al suelo, aunque vi los alfileres que tenía en su escritorio…pero debía correr, probablemente la policía venía en camino.
Luego de adentrarme al caos de la ciudad, al ruido de los autos, y a la indiferencia de la gente, lo sabía…ya no tenía que correr, jamás me encontrarían, nunca di una dirección, y mis manos ya no tienen marcas luego de que las quemara.

“Ya no siento miedo”.

Perdí esa capacidad, o nunca la tuve, creo que lo más cercano fue cuando leí En la Cripta de Lovecraft, o cuando me quedé atrapado en el ascensor a los 10 años. Los ojos nunca me asustaron, creo que me gustan, me acostumbré a vivir así después de que mi hija muriera. Me gustan más que la gente, y sus ojos engañosos. Son más reales, más sinceros. Aunque sean mis mejores enemigos.

“No entiendo”.

-Disculpe…señor…disculpe, me puede decir la hora?

-Pero claro señorita, son las…9:37 PM, y una dama tan linda debería decirme Ariel.

-Como el nombre de la Sirenita.

“JA!”

-O como el servil mago en La Tempestad, o el ídolo moabita.

-Claro, claro... Bueno muchas gracias, no mucha gente se detiene tan amablemente en la vereda.

-No me ha dicho su nombre, y yo no le he dicho que quisiera volver a verla…


Al otro día su olor a podredumbre me agobiaba, ya casi no le quedaba sangre…y los ojos parecían complacidos al ver mi departamento pintado de rojo, bueno al menos lo que me alcanzó para pintarlo. Formé palabras, dibujos y garabatos. Iba a ser un gran día, tenía Crimen y Castigo listo para leer, y nada más que hacer en todo el día.

Creo que estoy convertido en un ocioso. Me siento solo, ya que unos ojos no son compañía, no me hablan, ni me aconsejan.

“o sí?”

Estoy solo, y qué hago, mato. Vuelvo siempre al mismo lugar, vuelvo siempre a la misma palabra, siempre a las mismas “miradas”, quiero salir de esto, pero estoy haciendo un bien. Soy para esto, y por esto haré mi existencia retornar todas las veces que pueda al mismo punto. Por hallarse el sentido, por ella.
Todo está reducido a un grano palpitante, a mi mano sin huellas digitales, a mi cuerpo hambriento de algo, a mi pieza con ojos irresolutos y cobardes.

Y no hay peor enemigo que el cobarde, porque no sabe cuándo retirarse y es capaz de sacrificarlo todo sin pensar en las consecuencias.

Texto agregado el 06-01-2009, y leído por 364 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
21-01-2009 Excelente historia, muy bueno el perfil del personaje y una mención especial para el párrafo donde los ojos se posan hasta en el techo y para el recurso sonoro que envuelve la escena siguiente. Me encantó, che. Saludos. Jeve. Jeve_et_Ruma
09-01-2009 jejeje!!! muy bueno me gustó aunque muchas veces pareciera que están hablando dos voces distintas o la niña y su conciencia .... judith13
08-01-2009 huuuuyyy !!!... GENIAL ... anlin
08-01-2009 Tu texto me cautivó desde el inicio. Es un monólogo intimista de un sujeto que rebota de una pared a otra en el cuarto oscuro de su identidad difusa. Te mereces, a mi juicio, más de cinco estrellas que te observan desde arriba. ZEPOL
 
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