Que las penas del infierno recaigan sobre los amores cobardes
Sobre un medroso querer.
Serán dos lágrimas lanzadas al temporal, dos hojas arrojadas a la amazona, dos suspiros tirados a un tornado, dos sudores que se lo lleva el caudal.

Que los hechizos malignos recaigan sobre un amor temeroso
Sobre un pávido amar.
Yacerán en cada amanecer como cocuyos, después de cada adiós, con cada malentendido, como la pubertad mata los arrullos.

¡Que muera un amor cobarde!,
no tiene derecho a existir, a titularse amor;
el amor no levanta banderas blancas, un amor levanta espada sobre todo enemigo y se abre camino por entre los prejuicios calcinando adversos.

¡Que muera un querer medroso!,
no tiene sentido existir, a proclamarse querer;
el querer no comete ni pide eutanasia, un querer resuena el toque de a degüello y se instala en el campo de batalla liquidándolo todo para sobrevivir.

¡Que muera un amor cobarde! No tiene derecho a llamarse amor.