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Inicio / Cuenteros Locales / AbriL_ML / Ariadna y el noble Caballero

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Cuenta la historia que en una época, no muy lejana, vivía un caballero de noble linaje cuya tristeza conmovía a todos los habitantes del lugar.
Tanto afligía al caballero su callado dolor que el pueblo entero organizaba eventos y fiestas, ornamentaba el reino, convocaban a sus mejores juglares y músicos para alegran con festividades el corazón del noble.
Todo resultaba inútil. El caballero siempre agradecía tanto empeño con una tibia y bondadosa sonrisa.
Nadie conocía el motivo de tanto dolor; sólo se comentaba que una antigua maldición había teñido su vida para siempre con ese sombrío alo de profunda tristeza.
La naturaleza fuerte y altiva en la que fue educado no le permitía llorar; y así fue como sus ojos, que al nacer eran de un color azul intenso, fueron tomando esa tonalidad oscura, que lo transformó en negros azabache.
Sólo en algunas noche estrelladas y sin saber por que, si se lo miraba fijamente, recuperaban ese color original; pero como el fenómeno no se notaba en todas las noches con estrellas, se llegó al a conclusión que otra magia le devolvían su color.
Pasados algunos años; cuentan que un hada llegó a su vida y abrió el candado de su alma entregándole un espejo en donde reflejarse. Así le permitió conocer al caballero el motivo de esa tristeza; en su rostro descubrió el rostro de su ángel, su princesa, carne de su carne que, cumpliendo una vieja profecía, había sido arrancada de su vida y arrojada en una humilde morada en las Sierras que quedaban del otro lado del Reino.
Allí estaba Ariadna, una niña que crecía sin más compañía que un gato que llevaba un listón rojo en su cuello.
Ajena a todo aquel sufrimiento del caballero, sabía sonreír, era feliz a su manera, y estaba tranquila con la certeza que sería rescatada de la soledad en que vivía y volvería a su hogar.
Al ver aquel reflejo en el espejo el caballero sintió que su corazón volvía a latir con fuerzas… allí estaba ella! su princesa, su amor, su niña.
Pero no todo era felicidad; inmediatamente después de formada la imagen en el espejo de su niña apareció la representación de todos los peligros que debía atravesar para llegar hasta ella.
Eran tantas y tan temibles las pruebas que tenia que superar, que atemorizado una lágrima cerró sus parpados y el espejo dejó de proyectar.
Lanzó un grito desgarrador; no había podido retener el recorrido para llegar a las Sierras donde se encontraba Ariadna esperándolo.
Desde aquel día se encerró en su castillo; no veía a nadie; volvía una y otra vez a formar aquellas imágenes del espejo, quería reconstruir fielmente el recorrido que lo llevaría hasta la pequeña.
Así pasaron algunos inviernos sin cumplir su cometido; y al finalizar uno, como anunciando la primavera, una mariposa se posa sobre la ventana de su aposento.
Hipnotizado seguía el movimiento de sus alitas de colores y cuando al fin se detuvieron pudo comprobar que en sus alas estaba dibujado el sendero para llegar a las Sierras.
Había llegado el momento!!!
Llamó a su amigo, su hermano, un caballero llamado Miguel, al único que se atrevería a confesarle todo lo que había en su corazón, con la certeza que lo comprendería.
Así fue entonces… Miguel, sentado bebiendo vino en el patio del castillo, escuchaba atentamente todo lo sucedido.
El hada, el espejo, Ariadna y su gato, el encierro de su amigo… y pensó que tanto encierro estaba enloqueciendo al caballero y justo en ese momento sucedió algo insólito.
Los ojos del noble caballero adquirieron su azul intenso… no eran las estrellas ni sus noches, era Ariadna, su recuerdo el que le devolvía el brillo. Miguel entendió que debía ayudarlo, todo aquello no sólo era verdad, sino que era su destino y felicidad.
Para llegar a las Sierras no bastaba con recorrer un largo y difícil camino, también debía sortear ciertas brujerías y hechizos que constaban de siete eslinces que sufriría en distintos tramos del camino.
Si superaba el dolor podría llegar hasta su pequeña, sino, quedaría en el camino y perdido sin encontrar el de regreso a su comarca.
De las maldiciones esa era una de difícil superación. Recordaba aún con angustia que siendo niño, tuvo que guardar reposo por un eslince que había sufrido al bajar de su caballo. En esos tiempos su madre estaba moribunda, y cuando llego su hora final, no pudo acompañarla por tener que estar confinado en su aposento. Al dolor físico se le sumaba el trauma vivido en su niñez, y aun habiendo estado en situaciones donde se jugaba la vida y la muerte en las guerras defendiendo a su pueblo, enfrentar un eslince era el peor de todos los retos.
Estaba aterrado pero más lo aterraba un futuro sin su niña. Ahora que sabía que estaba allí, esperándolo… se armaría de un valor inhumano, digno de un Dios… nada lo detendría y sino, prefería morir en el intento a una vida sin ella.
Lo conmovía hasta el estremecimiento el imaginar a su princesa sin madre, sola allí, sin más compañía que el gato con listón rojo y no dudo ni un segundo: iría a su encuentro y juntos buscarían a la mamá que toda niña necesita para ser feliz. Ese sería el final del viaje para los dos, transformarse en tres.
Así fue como Miguel y el caballero emprendieron el viaje.
Terribles tormentas debieron enfrenta apenas salidos de la comarca. Las lluvias copiosas y permanentes no le permitían ver hacia delante. El suelo perdía estabilidad para sus pies debido al barro que se formaba más resbaladizo a cada paso. Trastabillo hasta sentir un dolor terrible en su pierna derecha. Sospecho lo peor, pensó en el eslince pronosticado en la maldición y se sintió morir.
Miguel, que estaba preparado, había consultado al brujo del pueblo y éste le preparó una poción mágica hecha a base de las alas de palomas y pétalos de orquídeas blancas que solo podían dar su efecto sanador si pertenecían al Jardín donde la mamá del caballero jugaba con él siendo bebé.
Y funcionó!!
El caballero al sentir el olor que le recordaba a los brazos de su madre y la fuerza de las alas de las palomas que lo ayudaban a erguirse y correr, como cuando lo hacia en los jardines de su hogar, recobró la estabilidad y comenzó a andar como si nada hubiera pasado.
Tan fuerte era la poción que ninguna de las trampas que sucesivamente se fueron dando con la intención de hacerlo trastabillar y caer tuvo efecto.
Sin embargo fue demasiado el tiempo que demoraron en encontrar la Sierras.
Partieron en un verano soleado y caluroso y ya los atrapaba el invierno crudo. No sabía cuando habían comenzado a cambiar las estaciones, solo sentía cada vez más el cansancio y el frío en sus huesos; y las dificultades que evidenciaba Miguel, que luchaba en su interior por seguir a su amigo costándole cada vez más.
Una noche se refugiaron en una pequeña cueva que la naturaleza tallo bajo un enorme árbol de raíces gigantes. Eso los repararía del frío y les permitiría descansar unas horas.
Así amaneció. Un fuerte temporal de viento y agua empezó a mojar sus ropas y así despertaron como sacudidos por un fantasma.
Allí Miguel mira a su amigo.
Con lágrimas en los ojos le confiesa no poder seguir. Sus pies estaban llagados, enrojecidos y ya no obedecían a sus órdenes. Necesitaba detenerse.
El caballero sintió que se aproximaba el final, intentó cargarlo sobre sus hombros y llevarlo a su hogar.
Pero Miguel le recordó lo que el espejo le anunciara: “una vez comenzado el viaje ya no hay sendero de regreso”.
En ese momento, por primera vez, sintió que todo se perdía. Nunca llegaría a las Sierras a encontrarse con su princesa, adiós sueño de una madre… lo único que quedaba era esperar la muerte.
Miguel enfrentó a su amigo. Con las últimas fuerzas que le quedaban junto coraje y con un enojo inusual le grito al caballero recordándole por qué estaban ahí, hasta dónde llegaron… que no se podía volver atrás y que lo único que quedaba era avanzar… avanzar sin mirar atrás, avanzar hasta que la muerte lo abrace en forma definitiva.
Él se quedaría en ese refugio esperando reponer fuerzas, luego lo alcanzaría.
Para reconocer el camino cortó partes de su ropa y se las dio al caballero con el fin de que fuera dejando señales de su paso y así poder ubicarlo.
Tanta vehemencia puso Miguel en sus palabras que su amigo sintió como un golpe directo al corazón que le devolvía los latidos.
Prometió seguir, luchar, Ariadna lo esperaba aún sin saberlo y no sabía que peligros podían acecharla.
Se puso de pie, tomo los jirones de ropa de Miguel y se dispuso a seguir su viaje hasta donde le diera la vida.
Antes de marchar, beso la frente de su amigo, quien saco de su cuello una cadena de oro puro y brillante… poniéndosela en el cuello al caballero le pide que le cumpla una promesa dijo:
- “esta cadena perteneció a mi madre, llévatela y cuando estés junto a tu princesa regálasela. Hazle prometer que sólo se la sacará cuando encuentre a su madre y la deposite en su cuello; por que es el símbolo de unión de padres e hijos”-.
Abrazando a su amigo, el caballero acepta cumplir con el legado, y le promete que él mismo podrá ver la cadena en el cuello de su hija cuando los alcance.
Se despidió de Miguel y emprendió de nuevo el viaje.
Ya oscurecía pero por suerte el viento había mermado su furia, como tratando de darle un respiro y algo de ánimo para seguir.
No se sabe cuanto camino, lo cierto es que cuando comienza a amanecer ve dibujarse claramente frente a él dos caminos.
Ante esa encrucijada debía elegir uno. Después de dudarlo un poco toma por aquel donde el sol comenzada a aparecer en el cielo.
A medida que caminaba lo sorprendía el cambio brusco del tiempo.
El sol calentaba su cuerpo y lo reconfortaba, el viento ya no lo azotaba sino que lo besaba como una suave brisa.
Por un momento cerro sus ojos y sintió todo el abrazo de la primavera en su ser. No era un recuerdo, había empezado la primavera y pensó en Miguel, que pronto lograría alcanzarlo por que los retazos de tela colgados a cada tramo del camino seguirían allí, ya que el viento y las lluvias hubieron de desaparecer por milagro de la primavera.
Ahora le faltaba descubrir si al momento de la encrucijada supo elegir el camino correcto.
La respuesta no se hizo esperar… allí estaban… frente a sus ojos las maravillosas Sierras vistas en el espejo que reconoció al instante.
Estaba cerca!!
Al corazón le costaba mantenerse en su sitio.
Con lo que le costo llegar hasta ahí, su cansancio, sus miedos… no entendió bien pero una mágica fuerza lo llevo a correr, como si viniera de un largo descanso.
Corría y se reía de si mismo… estaba cerca, estaba ahí.
Entonces se detuvo de golpe, como si un brazo divino lo obligara a parar. Recupero el aliento; fue entonces cuando se vio cara a cara con aquel gato del listón rojo.
Si era él!
Estaba tan contento que no sabe si lo imaginó o realmente sucedió, pero el gatito le sonreía y le pedía que lo siguiera.
En silencio lo hizo, ya sin correr… simplemente caminaba tras el felino que de tanto en tanto giraba su cabeza para ver si el caballero seguía ahí.
Y fue entonces, que frente a sus ojos, aparece la cabaña con una niña en el umbral que, sentada con su rostro entre las rodillas, lloraba desconsoladamente.
No había duda, era Ariadna, era su niña!!.
Se acercó muy despacio como para no asustarla; le preguntó por que lloraba.
Sin que la niña levantara la vista, le responde: por haber perdido a su único amigo, un gato que la acompañaba desde que nació y al que le había colocado un listón rojo para identificarlo siempre.
El caballero, que llevaba al pequeño felino en sus brazos le pregunta: -es este?-.
La niña por fin levanta la vista y es entonces que dice: -eres tú… quien estaba esperando, quien me hablaba en mis sueños, quien jugaba conmigo y me abrazaba cuando me sentía enferma o triste… tú a quien siempre espere!!-
El caballero rompe en llanto y abraza a su hija: -si mi amor, soy yo-
La niña lo mira directamente a lo ojos, que eran de un hermoso color azul, como su cielo y maravillada le responde: -se quien eres, te estaba esperando…- y tomando su mano lo lleva dentro de la cabaña.
Una vez ahí el caballero no podía dar crédito ni a sus ojos ni a sus sentidos.
Hermosas orquídeas como cuidadas por el mejor jardinero de palacio rodeaban todas las ventanas. Su perfume envolvía cada rincón. Palomas revoloteaban con la tranquilidad de quien vive en si nido. Todo aquello le recordó a su madre, y a la poción que Miguel le había dado contra los eslinces. Allí recordó a Miguel y su promesa.
Sentó a Ariadna sobre sus rodillas y entonces le hablo sobre su amigo. Con ademanes lentos y suaves, corrió su cabello y colocó la cadena en el cuello de la niña que lo miraba con una eterna sonrisa en su rostro, así le explicó cuando podría sacársela y por qué.
Le contó lo que pasaron juntos para llegar hasta ella, y que pronto se reuniría con ellos.
Entre relatos y mimos comenzó a oscurecer.
Allí Ariadna repara en que su gato no había entrado; y volviendo a tomar a su padre de la mano, salieron al umbral de la cabaña a buscarlo, justo donde lo habían dejado.
Allí estaba mirándolos a ambos… Ariadna quiere acercarse y el gato comienza a hacer movimientos extraños.
Se contorsionaba y daba vueltas en si mismo.
Atónitos Padre e hija miraban la escena.
Entonces el gato comienza poco a poco a transformarse… aparece como por arte de magia divina un bello ángel que les dedica una celestial sonrisa.
Con vos suave le habla a Ariadna y le explica que era la hora de despedirse. Era su Ángel de la guarda quien la había protegido hasta que llegara su padre. Ahora juntos los dos debía emprender una nueva búsqueda, era la de su mamá… que como ella antes, los esperaba. Inmediatamente desapareció.
En su sitio quedó el listón rojo que antes fuera el collar de su gato, solo que en él había tallada una fecha: 14 de abril.
Ambos entendieron que esa fecha significaba algo especial… pero que sería un nuevo enigma a descifrar. Hasta que ese día llegara, tendría la misión de contener su cabello a la altura de la nuca, con un moño como el que tuvo su gato todos esos años de compañía mutua.
Ya la noche era oscura, y ambos entraron a la cabaña… fue entonces que unos golpes en la puerta los sobresalta interrumpiendo el silencio.
El caballero abre la puerta y del otro lado Miguel lo sorprende con un fuerte abrazo… con vivas y alegría, emocionado completamente por que al fin su amigo había terminado su búsqueda…
Entonces el caballero lo mira directo a los ojos y le dice: -“no mi amigo, ahora debo empezar otra, solo que esta vez me acompañara Ariadna… debemos completar su felicidad, ahora vamos en búsqueda de “mamá”-”.

Texto agregado el 06-01-2009, y leído por 251 visitantes. (2 votos)


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