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Primavera
El sol resplandece sobre el pasto húmedo. Me envuelve la brisa perfumada de azares, naranjos y laureles. Aspiro el aroma extasiado. Estoy volviendo a mi hogar después de tantos años. No puedo evitar recordar el día que partí de mi pueblo querido. Me fui detrás de ti, enceguecido de lujuria, avaricia y amor. Me ofrecías el mundo, todo lo que solo hubiese tenido en sueños. Creí cada mentira que salía de tu embriagante boca. Arremetí contra todos y todo para lograrte. Tarde me di cuenta, para mi desgracia, lo caprichosa y artera que eras, nunca vi ser tan infame. Rodeada de tanta belleza, eras un ángel, pero un ángel de pecado. Me dejé llevar por el empalagoso teatro que montabas en mi corazón. El día que partí maté mi dicha y mi fortuna. Pisotee las lágrimas de mi madre y de mi padre, mis viejitos que eran mi único tesoro verdadero, los desprecié por ti. Hoy vuelvo con la esperanza de encontrarlos. Espero que todavía vivan y puedan perdonarme.- "Pero si solo encuentro su sangre sobre la tierra juro por mi alma que vas a preferir quemarte viva antes de volver a verme"- pienso. Mientras voy por el camino no puedo evitar ver lo grandes que se han puesto los eucaliptos, de inconfundible follaje blanco y alargadas hojas. Cuando me fui apenas si eran unos retoños buscando desesperadamente el cielo. Ahora son el hogar de pájaros y refugio de peregrinos. Todo está radiante. A medida que me acerco a mi casa, voy recibiendo el saludo de los lapachos blancos de mi madre. No conocí mujer mas obsesionada por la primavera como ella. Recuerdo que cuando niño solía verla cultivar flores y árboles para cada estación. El jardín de mi madre nunca conoció la soledad del invierno, ni la desolación del otoño. Mis ojos siempre tuvieron vida y color a su alrededor.

Ya puedo distinguir mi casa, ¡mi casita! y no puedo contener las lágrimas. Doña estela sale a mi encuentro, prometió cuidar de mis padres cuando partí. Visiblemente conmovida solo logra decir -"¡ay, Albertito!, ¡ay hijito!" -Respondo a su cariño con un fuerte abrazo. Entonces apabullado miro a la bella mujer que está incrédula apoyada en el marco de la puerta, los años no han pasado para ella. Es mi madre que apenas si puede contener el aliento. Corro presuroso y la levanto por los aires loco de felicidad-" pensé que no te encontraría"-dije a sus oídos-"sin embargo yo siempre tuve la certeza de que ibas a volver"-me respondió mientras tocaba mi rostro. Pero es imposible no notar la ausencia del robusto hombre que sobre sus hombros solía sacarme a pasear. Mi madre adivina a quien buscan mis ojos con esmero y finalmente me cuenta que mi padre ha muerto hace no más de un mes. Trata de consolarme -" no te culpes hijo, en los últimos tiempos su salud era cada vez más frágil, es lo que pasa cuando llegamos a viejos"- pero no puedo evitar pensar que si no me hubiera ido el quizás estaría aquí. Al cabo de unos días resuelvo algunos asuntos que mi padre había dejado pendientes y que mamá no entendía. Creo que aunque nunca me lo dijo mi llegada fue un alivio para ella. Y así me fui quedando.

Llegó el verano, luego el otoño y finalmente un triste día de agosto, el día más helado y cruel mi viejita enfermó. Se había pasado todo el día en el jardín con sus árboles y flores, tal vez acalorada por el trabajo se quitó el abrigo y en la noche sufrió las consecuencias de su imprudencia. Llamé al doctor del pueblo pero su diagnóstico no era muy alentador, me dijo que antes de mi regreso ella lo había consultado por unas dolencias en sus huesos y el resultado de los análisis reveló en aquel entonces que tenía cáncer y desde Julio había abandonado el tratamiento-" tendremos que hospitalizarla Alberto, no me gusta nada su estado"-pero ella se negó rotundamente a salir de la casa, en el fondo sabía que no duraría mucho. Dios sabe cuánto le rogué para que fuésemos al hospital pero no hubo caso. Su agonía se prolongó un par de días másy después se me fué. Antes de que me dejara le pregunté por qué no se había cuidado, por qué habia abandonado el tratamiento -" porque el último recuerdo que tendrías de mi sería el de un árbol desnudo, seco y maltrecho y yo quería dejarte la primavera"-fue su respuesta.
Han pasado los años desde aquella tarde y sus palabras calaron tan profundo en mi alma que desde entonces llevo su estación preferida a cada aspecto de mi vida, es mi modo de tenerla siempre junto a mí.

Hoy volví a encontrarte, pero solo puedo perdonar tu ingratitud y dejarte atrás así como, un día, mi madre dejó para siempre el invierno.

Texto agregado el 04-01-2009, y leído por 152 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
07-01-2009 Hermoso y triste relato, muy bueno. margarita-zamudio
 
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