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Carmen esperaba impaciente, recostada contra el marco de la puerta, intentado lacerar la pared vieja con sus uñas cansadas, la luz del sol se arrastraba despacio pero infrenable devorando lentamente la sombra que carmen usase como refugio, el bochorno ecuatorial sofocaba sus octogenarios pulmones mientras el sudor impregnaba su rostro de un sabor salado y amargo, de esperas prolongadas y ermitañas. El golpetear sordo y constante de la lejana manecilla del antiguo reloj de madera rojiza y olvidada, retumbaba imponente en el prolongado silencio de 25 años de espera absurda e infructuosa. Y a pesar de que el retorno de Carlos se hacia cada vez mas irracional e improbable, cada día despuntado el meridiano, Carmen se levantaba despacio de la mecedora, caminaba lentamente como apiadada del tiempo, se aferraba al cayado heredado de la madre, abría de par en par la puerta de la vieja casa, se apoyaba en marco roído y desgastado de uso excesivo y se preparaba a ver el atardecer que le traería a casa el hijo amado.

Las tres manecillas del viejo reloj, se encontraban juntas en vertical postura, señalando altaneras, la posición del sol al medio día, una brisa suave pero constante caía con desgano, formando diminutos riachuelos a la margen de las rectangulares y anaranjadas materas, que Carmen trajese de lejanas tierras en épocas remotas de aventureras juventudes; Carlos miraba embelesado el lento fluir del agua, mientras balanceaba su cuerpo sobre la cansada butaca, ubicada al lado del ventanal derecho de la casa de los abuelos(nombre con el cual Carlos siempre se refiriera a la casa de carmen que a una ves fue la de la abuela).
Carlos sostenía una extraña risita entre sus pálidos labios, no retiraba la mirada del arroyuelo ni por un instante; no hablaba, no suspiraba ni maldecía; cuando Carmen le preguntaba sobre cualquier tema, Carlos se tomaba unos instantes y luego daba una respuesta tan clara, sencilla y cotidiana que no dejaba la menor duda sobre la paz, tranquilidad y normalidad del estado mental de este; debido a lo cual Carmen se sentía cada día mas lejana y distante de su hijo, a pesar de que este permanecía en casa todo el día, era como si fuese un extraño que alquilase una habitación o peor aun Carlos paresia un recuerdo latente pero quimérico.
Carmen bien recuerda aquella tarde Octubre, una de tantas otras tan normal y cotidiana la lluvia suave pero imperecedera, Carlos mirando por el ventanal absorto y distante, el olor del guiso, rico en tomates impregnaba toda la casa; las necias manecillas marcaban las doce; momento en el que Carmen recordara a Carlos Andrés (el padre); el que muriese dos años atrás el mismo día a esa precisa hora…Carlos paresia no recordarlo seguía su día inmutable, pasivo, apartado; no obstante en un arranque de actividad que carmen ya no reconocía en su hijo. Carlos se levanto del butaca camino hacia la puerta miro a carmen y solo dijo ya regreso.
Carlos camino por largo rato pensativo y meditabundo, pateaba despacio una pequeña roca, que encontrase en el angosto camino que salía del la casa vieja en dirección al pueblo... y en aquel preciso instante tomo la decisión; partiría, partiría lejos y de inmediato, la verdad era que ya no lo soportaba mas, ni un solo día mas…dos, eran exactamente dos los años que llevaba viviendo esta vida al borde de la locura, dos años seguidos en los que Carlos cada tarde cuando en el reloj de la sala las malditas manecillas marcaban las 12 en punto, sin excepción alguna hablaba con su madre su amada Carmen, y no solo hablaba sentía el olor de sus comidas escuchaba su actividad en la cocina tal y coma era siempre a pesar de que Carlos Andrés y Carmen (sus padres) llevasen exactamente dos años de haber muerto en la casa de los abuelos.

Texto agregado el 04-01-2009, y leído por 242 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-01-2009 Magnífico relato. Te sigiero revisar algunos detallitos de ortografía para darle más brillo a tu narración. Me encantó la historia. susana-del-rosal
04-01-2009 Estupendo relato, felicidades. ***** JAGOMEZ
 
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