[...Fue entonces cuando decidí volver a dormir...]
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Con la emoción de domingo en la mañana, aquél que nunca viví en mis años de adolescencia y adultez joven por mis malos hábitos, me levanté, ávido y preciso a prepararme para mi labor. Aquella loable labor que empleaba cada mañana del día siete y que, de ocho y treinta a diez menos quince, traía aquellos recuerdos frescos y en color a mi mente, la que tan necesitada estaba de volver a sentir un poco más que a pensar.
Me dispuse a dar unos pasos hacia mi ventana y abrir lo que unos llamaban cortinas, otros persianas y yo estorbos. Si no fuera por el sol maleducado y entrometido, pensaba para mi, las cortinas servirían unicamente para esconder lo que más amamos y lo que menos infiel nos es, la eterna imagen de unas colinas azuladas, las nubes tristes, el viento escandaloso, etcétera...
Coloqué sobre lo que quedaba de mis años juveniles una bata que no disfrutaba tanto usar. Creo que los años me enseñaron que aquellas cosas que más quería en los veinte y tantos diciembres hoy son las cosas que ya no quiero ver, entre ellas un auto clásico que me ha dejado un tanto inmóvil, una esposa que se ha llevado mis reservas de dinero y de cariño y ropa calientita para dormir cada día cómodamente.
Apresuré a servirme un café de esos que nunca dejé de disfrutar, y entre el aroma a almendra fresca y cuenca del Magdalena que cabe sorprendentemente en una taza, recordé con una sonrisa el breve instante en que la conocí, aquella morena de ojos pardos y curvas de altamar, que en las fiestas de su pueblo entregaría a mi merced un poco más que una sonrisa pero bastante menos que amor. Con el cuerpo me conformo, le dije, si es lo que de ti me atrae, ingenua guajira.
Mientras me sentaba en la vieja mesa de maderas que no sé ni pronunciar, decidía con esmero lo que escucharía para mi labor, si las viejas baladas de Cohen donde pedía cambiar su nombre o la suave voz de Janis sobre el ácido de los mejores tiempos. Como siempre fui cobarde, o mejor conservador, Sinatra me ha bastado para una actividad por los años sobrevaluada.
Empuñé mi pluma verde, la de mi predilección, abrí el bloc enamorado en la página catorce, coincidente con el número de domingos que ocupaban ya mi labor, y me empeñé en desvariar sobre tiempos mejores, mujeres de campiña, música envenenada, tradiciones arcaicas, política internacional, sabor de pasteles en los viejos cafés a orillas del Volga, las traiciones de Kundera, la oferta y demanda, los delirios de Osho, las milicias visigodas o cualquiera de esos temas que suelen tratarse en una usual columna de domingo.
Y mientras más mi mente volaba, y mientras mis pies se despegaban de los pisos agotados de mi pseudo casa andaluza, mis manos realizaban que la labor estaba sorprendentemente hecha. A las ocho y veintisiete, sin oir algún acorde o tomar sorbos caribeños, la columna estaba escrita, mi labor hecha y mi domingo mal usado.
Fue entonces cuando decidí volver a dormir... |