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El día había sido muy caluroso y la tarde vino arrastrando un viento fresco, mi hermano David y yo nos sentíamos cansados de ayudar al abuelo David López en las labores de arreglar su huerta, pero luego sentados en los bancos del patio respirábamos el fresco de la noche, entonces el abuelo dejando correr los recuerdos comenzó a contarnos esta historia, que le fue relatada por el propio Ortega.



En los meses que antecedieron a la guerra con Chile, José Ernesto Ortega saboreaba las supremas delicias del amor, compartida con Teresa una hermosa trigueña de la provincia, que fue pretendida al inicio por Ramón Correa, pero ella sentía mas atracción por Ortega, su compromiso se estaba consolidando, cuando la guerra y los acontecimientos posteriores desorganizaron la relación.



Ortega y Correa fueron enviados al sur, estuvieron en varios combates y fueron de los pocos que contemplaron admirados el morro de Arica y el heroísmo de Bologñesi, muchos yacían en el desierto de Atacama, victimas de las balas, la sed, la fatiga y el hambre, el día de la batalla de Arica los contó entre los bravos soldados, Correa fue herido malamente, y ortega fue tomado prisionero y enviado a chile, el tratado de paz y la perdida de nuestra Arica y Tarapacá, lo repatrió en una nave inglesa que recalaba en el Callao, y decidió regresar al pueblo en el trayecto se encontró con Ramón Correa y Cesar Terry, que después de sanar sus heridas participaron también en la campaña de la Breña.



Entonces Terry les comunico que la provincia entera los aguardaba para recibirlos como héroes, Terry herido en una escaramuza nocturna sufrió la amputación del brazo, Ramón Correa por su lado a ordenes de Cáceres en Huamachuco nuevamente había recibido una andanada; y tu Ortega que cuentas, estas gordo por lo visto no te han tratado mal los Chilenos, Ortega hizo un largo silencio, que fue olvidado al sentir a pleno pulmón el fino aire de la tierra caldeada por el sol, sentían la dicha de haber sobrevivido y estar rodeados de la verde sierra acogedora de sus correrías infantiles.



Una multitud bulliciosa los recibió, el pueblo les daba la bienvenida oficial con una sencilla ceremonia cívica, un pesar secreto taladraba el corazón de Ortega, la vista de la hermosa Teresa, su emoción al verla y abrazarla lo hundieron en una angustia asfixiante, voces familiares lo llamaban, manos amigas lo tiraban en todos los sentidos, de pronto apareció la destacada figura de un anciano, venerable reliquia de la las guerras por la independencia nacional, que vio desembarcar a don José de San Martín en la bahía de Paracas, y haber peleado al lado de Santa Cruz y Salaverry, también con Vivanco y Castilla, el hombre de avanzada edad abrazando a Correa le dijo fuerte, me dicen Ramón que te han partido el pecho como a mi en el Condorcunca; si don Cosme respondió Correa, vea usted y con orgullo entreabrió la casaca dejando al descubierto una pavorosa mancha de cráteres, varios gritos de horror corearon su jactancia; a Terry se le veía nítidamente la amputación del brazo derecho, entonces dirigiéndose a Ortega le dijo, me dicen que tu también tienes tu condecoración.



En ese instante Teresa, orgullosa del ser amado separo ampliamente la camisa, y solo se veía el tórax sin ningún rasguño, ella entreabrió aun mas con ansiedad sin hallar rastro alguno de costuron, Ortega parpadeando como ausente, cubrió su desnudes en un acto maquinal, intentando decir algo, pero no consiguió articular palabra, echose a andar con pasos de sonámbulo a través del tumulto de gente que le abrió paso, entre un silencio fúnebre que fue roto por varias voces que le gritaron impostor, impostor.



Ortega agobiado bajo su infamia, atravesó toda la plaza con la muerte en el alma, una sorda desesperación se apoderaba de el, meditaba en como decirle a toda esa multitud, su verdad, arrojarla como una pedrada, como mostrar con dignidad la cicatriz de la virilidad extirpada por los Chilenos, eso nunca.



Y como dice el poeta "matrimonio y mortaja del cielo baja" Teresa esa calida fruta campesina se caso con Benito Molina, una familia acomodada de Pariamarca, y así pasaron los años pisando como paquidermos y ladrando como zorros locos, la lucha entre el califa del milagro y el héroe de la resistencia los encuentra a Correa y Ortega enfrentados en distintos bandos, las montoneras Pierolistas y las tropas Caceristas.



El 17 de marzo el día de la coalición, en la terrible entrada a Lima por Cocharcas, Correa en la torre de la iglesia y Ortega por Matute, durante los horrores de esos días en que millares de cadáveres se pudrían en las calles de la gran capital sin sepultura, por el cierra puertas de la revolución, Ortega era un suicida, tirándose a que lo mataran para borrar de su mente esa palabra impostor, que le taladraba el alma y que era su drama de celibato y vergüenza, pero las balas que lo hirieron, ninguna fue mortal.



Y entonces concentraron su contienda en las peleas de gallos, el Belmonte por Ortega solo criaba carmelos, y el Joselito por Correa solo criaba ajisecos, eran rivalidades sin odios, solo una pugna que daba sabor a la vida de los pueblos de la sierra, después Ortega fue elegido alcalde de Canta y Correa de Obrajillo, y siguieron compitiendo sanamente, alentados por su raza, sus pugnas a la antigua, como lo hacen los hombres honorables.



Así llego la nieve de los años, y los encontró paseando como amigos y empezaron a vaciar sus remembranzas de mas de medio siglo, te acuerdas de la guerra pregunto Ortega, y de la coalición responde Correa, entonces se vivía, que tiempos aquellos; la juventud que viene recuperara esas tierras arrebatadas por los Chilenos, confiemos en ellos, la paz que ofrece el campo amparo sus almas fatigadas de recuerdos, y entonces Ortega le dice a Correa, ya viviremos poco, pero antes que me llame el ultimo toque de queda, debo decirte que te he detestado, porque te estimo mucho, y porque tu opinión y solo la suya me ha importado en este mundo, por eso quiero decirte que yo nunca fui un impostor, y le confeso lo que callo por mas de 50 años; Dios mió Ortega que injusticia si me lo hubieras dicho antes.

Días después don José Ernesto Ortega, se enfrentaba a la muerte serenamente, como un gran señor, un ataque al corazón agarroto su pecho, don Ramón Correa cuando se entero se puso en camino para acompañar a su buen enemigo, el caballo en el que viajaba se le desboco, perdió pie y cayo arrastrándolo, setenta años, únicamente la lucha los había sostenido, porque el esfuerzo, el trabajo y los sacrificios hacen a los hombres como a los pueblos; viejos de antes, hombres de América.

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Texto agregado el 03-01-2009, y leído por 222 visitantes. (0 votos)


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