Yo antes era un cascabel, Rebeca. Cada dos palabras te tiraba un chiste. ¿Pero sabés qué fue lo que me arruinó? El pelotudo de mi cuñado. Sí, Rebeca, el forro de tu novio. Perdoname que te lo diga así, pero yo si fuera el presidente o alguien importante, pondría límites en el ingreso a la educación universitaria pública. Sí, lo digo por él. El que quiere estudiar y perder tiempo por jobi, todo bárbaro, pero que garpe, loco. Acá soy yo el que banca el futuro ejército de abogados, psicólogos y diseñadores de indumentaria mediocres. ¿Me querés decir, Rebeca, para qué mierda el país necesita psicólogos? ¿Me querés decir? Cada vez hay menos químicos, menos ingenieros, menos geólogos, de esos que te sirven para saber dónde hay agua o dónde hay petróleo. Y en cambio, ¡nos llenamos de psicólogos mantenidos! Tu novio es el ejemplo clave del cáncer de esta sociedad. ¿Son los ladrones? No. ¿Son los narcos? No. ¿Son los violadores? No. Porque tanto los ladrones, como los narcos y los violadores podrían ir derecho a la cárcel si esto funcionara mejor. ¿Pero quién va a meter preso a un estudiante de psicología? ¿Eh? Esto es un problema que hay que arrancar de raíz, Rebeca. Acá hace falta espíritu nacionalista, que se comprometa con las necesidades reales del país, que busque el bien de todos y no la propia comodidad, y no el propio orgullo de refregarnos en la cara el título inútil que nosotros mismos pagamos. ¡La puta madre que nos re mil parió a todos! Decile a tu novio que deje ya esa carrera y se ponga a hacer algo por nuestra gente. Si se chupa una pija en vez de seguir gastando mi sueldo por lo menos va a hacer feliz a alguien. Perdoname, Rebeca, perdoname, pero me agarran palpitaciones de hablar del infeliz de tu novio. Vos sabés cómo me pongo cuando me sebo. Vení, acercate. Contame cómo la pasaste ayer con la tía. ¿Estaba bien la tía? ¿Preguntó por mí? A la pelota, ¡mirá el techo! Ahí arriba, un murciélago se mueve. ¡No! ¡Son dos! ¡Y están garchando! Dale, traé la cámara que les sacamos una foto, dale.