La oscuridad de la noche se disipa, parece que Brígida, una mujer madura , no de mente sino en años transcurridos, años de traiciones y desamores. Ella ha dañado su organismo, con su amargura y sus rabias. Lágrimas tragadas en soledad cuando poseía orgullo. Suceptible a cualquier palabra, al silencio, a las miradas. Esperándo al que la abandono y que ya no la debe ni recordar. Se liberó de sus niñerías. La puerta de su cuarto anoche la dejaron bien junta, para oírla si llamaba. Acostada en su cama Brígida ha despertado de madrugada, aletargada, le pesan los brazos, no sabe si es por el sueño o cansancio. Recuerda el drama de anoche. Tenía fuertes dolores y no le creían y las piernas agarrotadas e imprecaba contra todos, llamando a la Muerte que no venía a buscarla cuando ella se lo suplicaba de corazón y no era la primera vez. Brígida creía que ya no podía ni quería vivir tanto tormento, con tanto peso inmerecido en su vida.
Sintió que la puerta se abría lentamente y pese al inmenso desgano se sentó en la cama, el terror la poseía y sin saber como recuperó las fuerzas. Por segunda vez la puerta se abría un poco más y el olor a cera inundó la habitación. Se bajó de la cama y exclamó: Perdón, señora Muerte, se que es usted, ayer la llamé tanto y no vino. Y ahora...Y ahora le suplico que se vaya . Voy a portarme bien, recibiré mis medicinas, por favor no me lleve ahora. No quiero. No la quería molestar, yo la respeto mucho.
La puerta gemía suave.
Bruscamente se bajó de la cama y sin sentir dolor caminó rápido hacia la ventana y la abrió para escapar. No pudo hacerlo. La muerte la estaba esperando ahí y le recibió en sus brazos.
La última traición, gritó con pena Brígida, antes de caer al suelo
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