Querida mamá.

"...¿Te fijaste cómo mueve su cadera el viento, y sus ojos desnudos, y sus brazos largos que con finos dedos muerden el polvo y arrancan de cuajo las raíces de los árboles vigorosos o añejos?
Así me dejaste tirado en el suelo pudriéndose mi madera y mis ramas verdes que agonizan lento.

Me abandonaste ¡Si madre querida! - es que yo ya he crecido.
Fuiste el amor de mi vida ¡Te deseaba tanto!, como a ninguna mujer luego.

Lograste seducirme e inducirme a ser tú amante de tiempo completo -era sólo un chico - ocupando sin tapujo alguno aquel lugar en la cama a tú lado, el que dejara vacío papá desde que cayera muerto.
Hoy madre las cosas serían bien distintas, soy un enfermo total, acabado.
Arruinaste mi vida, no hay para mí tratamientos, ni amores apasionados…"

Pedro arrojó violentamente la notebook contra el techo de la habitación, esta rebotó y cayó contra el tapete con un sonido seco. El escrito inconcluso de Pedro a su madre fue un preludio.

Miró fijamente el suelo, como si con la mirada solamente pudiera unir los pedazos de su computadora destrozada, él hubiera querido ser la computadora. ¡Qué alivio hubiese logrado!, perder su unidad, ser montones de basura sin ningún sentido.

Acto seguido tomó impulso, abrió la puerta ventana y voló al vacío desde le sexto piso.

Céfiro sopló en ese instante como nunca. El suelo se vio tapizado por unos que otros troncos pequeños. Un improvisado manto de hojas cubrió a Pedro.

Maia.