Después de once años, vuelvo a Adrogué.El viaje en tren me va subiendo la ansiedad.Estaciones conocidas van pasando una detrás de otra, viejas, olvidadas.Sin embargo, en los bordes de las vías todavía florecen las campanillas azules que se llevaban mis ojos cuando era chica.
Bajo y voy directo a la plaza.¿Porqué será que en la mente todo es más verde?. Me siento en un banco a juntar pedacitos de memoria.Las hamacas, el edificio alto de la esquina, las citas con el chico de turno.También junto coraje para ir a casa de la abuela.Tengo que buscar algo de ropa para llevarle al hospital.
Recorro el centro buscando negocios que ya no están.Las veredas también parecen diferentes,más angostas.La gente está apurada y me lleva por delante.Es rara la sensación de ya no pertenecer a un lugar.De conocerlo a fondo, y no sentir esa familiaridad de antes.
El frente de la casa de mi abuela sigue igual.Es un chalet con techo de tejas rojas,con un pequeño jardín.Mis hermanos y yo disfrutábamos del fondo, un paraíso de árboles frutales que trepábamos a escondidas, haciendo enojar a mi tía, que tenía la teoría de que los árboles se arruinaban.Por supuesto que subíamos igual, en las horas de la siesta, tratando de no romper ninguna ramita por las dudas.
Siempre sentí que los árboles revivían cuando tenían un chico en las ramas.
Parada debajo de la parra, siento el olor familiar a dulce de frutas del patio de la abuela.Las ramas de los ciruelos se doblan por el peso de las ciruelas violetas, con la pulpa color naranja y sabor a miel.
A lo lejos, la higuera con sus ramas retorcidas está rodeada de moscas y abejas.
Arranco unas moras, sin darle importancia al color morado que tiñe mis dedos y seguramente mis labios.El pasto está alto, las plantas crecen libres y las hormigas se dan un festín.Parece que en el jardín todos se dieron cuenta que nadie los vigila.
Entro a la casa, para terminar rápido con el encargo y poder sentarme un ratito a descansar.
Abro las ventanas para sacar el olor a naftalina y muebles viejos.Detesto abrir cajones ajenos, siento que escapan fantasmas que no es bueno dejar salir.
Elijo un camisón color durazno y ropa interior de algodón, también una toalla nueva y un talco de rosas que seguro la va a hacer sentir mejor.Me siento en su cama a doblar la ropa; debajo mío la cama tiembla.El aire se detiene y se que ya no está en este mundo.No hace falta que atienda el celular, ella encontró la manera de hacerme saber de su partida.
Guardo de nuevo la ropa en su lugar, acariciándola, dejando caer una lágrima sobre los encajes.
Cierro las ventanas de su casa, me despido del jardín de mi infancia, que de golpe se quedó sin movimiento y sin perfume . |