Un hombre escribe una carta a un amigo. Con las prisas, al anotar las direcciones se equivoca y pone la dirección de su amigo en el remitente y la suya propia en el destinatario. Mientras tira la carta el buzón se percata de este hecho, pero ya es demasiado tarde. Al día siguiente la carta llega a su buzón. El hombre la saca del sobre y decide añadir un par de lineas más a su amigo. Al ver la carta se queda blanco. Escrito con su letra, en la carta no pone nada de lo que había escrito él ayer. Buscando una explicación coge el sobre arrugado y lee la dirección. La dirección indicada es la de su amigo (y no la suya propia como él creía ayer).

“No puede ser”, piensa.

En ese momento un duda cruza por su cabeza. El hombre busca un espejo y se mira en él. La cara que se refleja en el espejo no es la de él si no la cara de su amigo. Hace una última comprobación, saca un papel y escribe unas lineas: la letra que escribe tampoco es la suya, coincide exactamente con la letra de su amigo. El hombre aturdido y excitado ante tan fantástico hecho decide contárselo a su amigo. Así que aprrovecha el papel y le cuenta la historia. Con las prisas, al anotar las direcciones se equivoca y pone la dirección de su amigo en el remitente y la suya propia en el destinatario. Mientras tira la carta el buzón se percata de este hecho, pero ya es demasiado tarde…