Lokillo es enorme. Sus dientes sobresalen y el pelo hirsuto le da un aspecto siniestro. —es bueno— me digo una vez más. A través de la ventana se mira la sombra del aguacate y al lado hay una casona de cien años. La dueña duerme y mi amigo, no tarda en llegar. Tamborileo los dedos y me sacudo unas moronas de pan que se han adherido a mi piel.
Todo empezó hace dos semanas cuando nos quedamos sin plata. Ahh, recuerdo que Loquillo era una ardilla para ir de rama en rama. Yo, bajo el árbol, atrapaba los aguacates. La señora que nos rentaba, cuando salía con su carrito para hacer sus compras miraba los frutos y decía "será posible que no madure alguno”.
Las galletas saladas, la canela y los aguacates se terminaron. El último golpe lo dimos hace cuatro días a un supermercado.¡ Loquillo es genial! Su gabardina la convierte en una bodega y almacena de todo como si fuese un tolo loche. Ya en el cuarto sacó de sus bolsillos: unas sardinas portuguesas y un tinto chileno, esa noche cantó tangos y con un fémur dirigió la novena sinfonía de Bethoven.
Han pasado tres días y casi no he comido, pero cuando limpiaba encontré escondido un pan blanco francés, que seguramente Lokillo esscondió . “ se lo quiere comer todo, pensé.” No pude resistir y primero fue una porción, luego otra y cuando me di cuenta sólo había huellas de la pieza. Loquillo comprenderá, me digo.
La señora trastea en la cocina y él pronto llegará de la Biblioteca. Yo miro como el viento azota las ramas y el cielo transparente se ha cubierto de polvo viejo. Puedo salir antes de que aparezca, pero creo…uf, ya llegó.
— ¿Dónde está el pan que tenía guardado?
¡Diablos! ese loquillo tiene pisadas de gato. Disimulando el miedo con una cara indiferente le digo: me lo comí.
— Hambreado, cabrón, hijo de puta. Ve rezando, te florearé la boca, para que aprendas a respetar.
Le veo la furia en su frente y arremete como toro bravo, lo esquivo, rebota, titubea, lo monto y sobre sus hombros le grito en la oreja: tenía hambre, se vuelve con más furia, me tira al suelo y me dice: ¿y tú crees que yo no, pendejo? Casi me tiene, pero lo evado. Ahora como luchador se me tira a los pies y caigo, sube arriba de mí, desesperadamente pataleo y cae un florero y la señora de la casa grita ¡Teléfono!, ¡teléfono! Afloja el cuerpo y me dice “te salvaste pendejo” pero ahora regreso. Me paro y le digo:ha de ser tu Cipriana, la que te ve la cara de cornuto.
Al volver me dice: Es para ti.
Cuando regreso, está en la esquina, parece un gladiador y antes de que mueva un párpado le digo: peinate, te llevaré a cenar, la tía Gila nos invita. Después de la cena, me dio unos dólares que le pedí para unos libros. Pasamos a una vinatería y compramos un tequilita y en el cuarto, Loquillo cantó tangos y volvió a dirigir a la sinfónica de Londres tomando como batuta el fémur, que utilizábamos para el estudio de la Anatomía.
De la gabardina sacó algunos postres, unos maníes y un buen pedazo de jamón serrano.
Loquillo, es feo, enorme pero tiene un corazón lleno de sensibilidad. Canta tan bien los tangos que Carlitos Gardel le estará aplaudiendo de algún lugar.
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