Si no hubiera retrocedido.
La vida que sigue sería más emocionante viéndolo todo de cerca. Y es que creando un espacio pequeño, donde el sonido de la respiración es cotidiano, el abrir los ojos, cae en lo inmediato permanentemente. Y todo es más simple y llevadero.
No hay nadie alrededor, sólo la imagen deformada de mi astigmatismo mental, reflejada con poca luz sobre un momento de llanto aletargado pero impotente. Si se hace lo que hago, es posible llegar a sentir que ni lo reflejado existe.
Es difícil y es fácil. Lo difícil es mantenerse, con el cuerpo de mis treinta y cinco, totalmente horizontal sobre este espejo reclinado con bordes cortantes, lo fácil es quedarse quieto, como si nada de lo todo que tengo por hacer, fuera importante.
Debe ser el hastío. Ese envenamiento prematuro cómplice y autodestructivo que marca la inocencia, la hace retroceder y la enumera con facilidad. Todo ello en un mundo de cinco ideas clave, que más bien son clavo agujereado y mohoso. Los mismos clavos que me fijan al piso.
Pero como todo está plagado de una sincronía inusitada, más allá de la fuerza de la melancolía, retrocedí empezando por los pies picosos, aquellos que provocaron el dolorcillo de rodillas que me hizo girar el torso, colocar las palmas de las manos casi a raz de un corte sorpresivo, y pasar el único ojo seco que tenía aquella noche, por la esquina formada entre el espejo aquél y el primer dibujo ya borroso de la loceta fría y vieja del piso de mi departamento. Luego de ello la ventana, una silla de esas de siempre, una ciesta inmerecida, la consecuente desconexión y de nuevo a esta vida, que sinceramente, no se si es más alucinada, que la que viví de cerca, sobre el espejo, viendo cada detalle de mis pupilas agitadas, reventadas y exfoliantes. |