En los llanos suramericanos abundan las bandadas de loros; no es raro verlos pasar en gran número, a respetable altura, volando sobre nuestra cotidianidad, chillando en quien sabe cuantas lenguas.
Se sabe además que estas aves psittaciformes pueden llegar al centenar de años y pasarlos medianamente airosos y saludables.
Innumerables loros son atrapados y victimados en el mercado negro de supuestas mascotas cada día, cada semana del año. Los compradores al cabo perciben que la inteligencia de estos loros no suele creerse hasta que se atestigua.
El siguiente es el relato de tres longevos loros llaneros, bajo las sombras de un enorme molle, pródigo en frutos de gran atracción para las aves en general y los loros en particular. Las bayas de este árbol maduradas naturalmente, llegan a ser muy ricas en alcohol y no es raro ver consumidores en franco desmadre plumífero.
“Toda mi sabiduría la obtuve de las lecturas y la discusión académica rigurosa... ¡ejem! Si me permiten decirlo, el Doctor emérito Joaquín en su impecable carrera universitaria fue una luz para mi alma, que aunque encerrada en este particular cuerpo emplumado, considerado mero animal, brilla de idéntico modo que la de los hombres, las mujeres o los corderos del campo” se pronunciaba un agachado loro de anciana edad, conocido por haber sido vendido como mascota ochenta años atrás, a un joven que con el tiempo llegó a ser decano de medicina de la universidad de la región.-
“Lo que yo sé, por mi parte, lo aprendí viajando: viajé por toda la tierra posible; probé de todo, amé cuanto pude, sufrí cuanto me tocó...” Dijo otro geronte loro, esforzándose en no atorarse con los tiernos frutos del molle que los albergaba. –Efectivamente, se sabía que desde muy pichón, este preciso loro hizo de su vida un eterno volar de rama en rama, de selva en selva, de ala a ala, de dicha a tragedia, de abundancia a pobreza, de fama a infamia.-
“Yo, no me moví jamás más allá de esta mi selva maltratada, nunca estuve en contacto con los hombres más de lo estrictamente necesario, no leí nada (no se leer de hecho), no conocí a mas loros que mis vecinos y mis polluelos siempre fueron con la misma lora que murió años atrás... creo no haberme aburrido, creo no haber logrado trascender ninguna fantasía, pero ¿saben que? No me arrepiento para nada...” Este tercer loro entradísimo en años no mostraba admiración ni pesar, su cansada mirada reflejaba convencimiento.
Los tres loros siguieron filosofando y cuando el efecto del alcohol de molle llegó a su punto culminante, luego de discutir muy acaloradamente, llegaron a un acuerdo en extremo sabio: “La fuente de sabiduría no es leer ni viajar, ni aislarse; esta está en todas partes, pues nada procede de la ignorancia.”
Luego de cantar como gorriones, silbar como mirlos, gritar como garzas, durmieron los tres en una sola rama por mas de doce horas, al cabo de las cuales, luego de estrecharse las alas, cada loro se despidió y fue a continuar su existencia.
Lastimosamente al discutir de sabiduría, los hombres tenemos demasiado que aprender de los loros.
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