Se levantó.
Desarrugo los músculos, se limpio, sacudió sus ropas, la arena abrazaba al cuerpo y le pinto la mirada. Sus ojos vestían un rojo diabólicamente espiritual gracias al polvo que lo pinto todo.
La cabeza le dolía, un hormigueo le esculcaba los sesos, le dolía.
Miro sus manos, a pesar del barro que las cubrían eran hermosas, quizás muy hermosas para pertenecerle, a lo mejor eren de su vida pasada; se reviso cada parte de su alta anatomía, nada faltaba pero le dolía. Sentado observaba las luces de las casas que le miraban desde lejos, respiro hondo y profundo, el aire le araño por dentro, estaba vivo, eso parecía, le dolía.
Sentía un hambre caníbal extremadamente inmensa como para embolatarla con suspiros; requiso los bolsillos y que limpios estaban no parecían suyos, el polvo se olvido de ellos, le dolía.
Quiso levantarse, poner a trabajar sus perezosos pies, pero no respondían; las horas pasaban, se estrellaban en el y seguían un poco despeinadas pero nada decían, le dolía.
Un rostro se abría paso en el empolvado cerebro, algo decía o eso parecía, se reía, el solo sabía que dolía.
La garganta completamente seca ahoga el aliento, las ganas de gritar, ¿pero gritar que? Los grillos arrullaban el silencio, aquel silencio sepulcral que parecía estar muerto. El viento soplaba y soplaba le desordenaba el pelo entonces estaba vivo, eso parecía, le dolía.
La desesperante imagen en su cabeza no salía, bailaba, giraba, se caía, se paraba, dolía y dolía.
Porque aun le perseguía si horas atrás la había esparcido por ahí, la había dejado para siempre amarrada a la eternidad al ayer, le dolía.
Para que recordar, ya paso, se acabo, pero ahí esta la imagen con rostro negro mojando la memoria, entrapando el recuerdo. Lo que antes fue estilaba un placentero lamento, un pegajoso olor que manchaba el pavimento, le dolía.
Dolía y como un putas estar allí sentado, mirándose, contemplando su cuerpo dormido, arropado de miedo y esa imagen ahí, con cara de gueva, con mirada de lastima. Se tocaba, tocaba su cuerpo ahora frió y completamente muerto, se miraba en sus ojos perdidos, vacíos, se reflejaba en ellos intentando inyectar una migaja de vida; solo dolía.
¿Quien cuidaría su cuerpo ahora que estaba tan sinceramente muerto?
Quizás la imagen en su cabeza, esa que le robo la cordura y le obsequio una bondadosa bala, la cual se alojo sin vacilar en su cabeza, esparciéndola en la arena y a pesar de estar escondido bajo la falda de la muerte le perseguía.
Allí estaba él y su cuerpo; los recuerdos pegados al suelo y la imagen estampada en ellos.
Porque nadie le dijo que morir traía sufrimiento, a lo mejor no estaría ten muerto, en fin él solo sabia que dolía y dolía.
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