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EL CLAVADO





Subía el peñasco con la dificultad vencida por la práctica de todos los días, frente a la muchachada del barrio: Poncho y Chava Apac, (los “Toronjos”), el “Chupetas”, Poli, el “Viruta”, la “Changa”, el “Chocolate” y otros más. El que escalaba el peñasco había terminado de pescar para llevar algo de alimento a su madre, la “Jefa” como la conocían los muchachos del barrio, doña Adelina Ríos, una mujer oriunda del puerto, a quien tres experiencias matrimoniales sólo le dejaron seis chamacos y dos niñas a quienes debía encausar en el duro camino de la vida.

Mientras la ensarta de pescado producto de la pesca del día era mantenida atada a las rocas bajas del acantilado, apenas sumergida para mantener fresco el pescado capturado en las aguas marinas donde rompían impetuosas las olas. El muchacho nativo de aquel hermoso puerto, de escasos quince años de edad, empujado por el acicate de las burlas de los hermanos y amigos enfrentaba el reto de ver cuánto más podía escalar aquel promontorio de treinta y cinco metros de altura. Cuando se reunían en ese lugar había de vencer el límite de ascenso del intento anterior.

Apoyando con mucha dificultad los pies en las filosas salientes rocosas, utilizando las manos y hasta las uñas para escalar, Rogeberto Apac Ríos seguía subiendo, mientras más se acercaba a la cima, más determinación encontraba en su ánimo, ¡Esta vez lo lograría!, no le importaba poner en riesgo su vida, ya no escuchaba el bramido del mar al romper en la hendidura del acantilado, no lo alcanzaban tampoco las gritos de júbilo de sus camaradas y hermanos, pues estos al verlo muy cerca de lograr su objetivo ahora le enviaban gritos de ánimo y lo impulsaban a seguir escalando.

En esos momentos el muchacho sólo sentía el gozo ingenuo de ser mejor escalador que su hermano Alfonso y demás nativos, quienes lo miraban con admiración, otros con envidia. Su hermano con quien había empezado a subir en esa ocasión se detuvo en una saliente a la mitad de la construcción rocosa y miraba con orgullo fraterno como iba subiendo y estaba a punto de vencer al conjunto de rocas esculpidas por la naturaleza en ese recodo de la costa. El viento fresco de la bocana meció el pelo del muchacho cuando éste alcanzó la cima del montículo de piedra, fue como un beso amoroso al hijo de aquella tierra por el esfuerzo realizado.

Cuando Rogeberto se vio en la cúspide del montículo y calibró la altura donde se encontraba, sintió vértigo y se estremeció por el miedo descubierto a destiempo por lo peligroso de la situación anterior, el riesgo asumido con imprudencia. Un resbalón, una piedra desprendida bajo su peso, un error de cálculo al impulsarse con las manos o cualquier otro incidente pudieron provocarle la caída y con ella la muerte. Entonces se postró de rodillas y agradeció a Dios y a la Virgen Guadalupe el haberlo protegido. Mientras desde abajo le llegaban los gritos de sus hermanos y amigos apresurándolo al descenso porque se les hacía tarde para regresar a sus casas. –¡Vamos Roge, empieza a bajar, debemos irnos! -¡Apúrate hermano, si llegamos tarde nos cuerean! -¡Bájate rápidoooo!– –Andalee!

Rogeberto intentó iniciar el descenso, caminó al borde del precipicio, buscó con la mirada un lugar adecuado para empezar a bajar. Como era la primera vez en alcanzar la cima, ahora debería buscar un camino para descender. El tiempo y los gritos exigentes de quienes estaban abajo lo apremiaban, lo llenaban de nerviosismo y sintió mucha congoja al pensar en su madre doña Adelina y los cintarazos que le daría. Observó con respeto la superficie escarpada en busca de una salida de escape para aquella abrumadora situación. Miró casi con horror lo reducido del canal formado entre el peñasco y tierra firme, vio desde la altura donde se encontraba como la ola al entrar impetuosa en el estrecho hacía subir las aguas un buen tramo y luego con el reflujo aminoraba la profundidad del lugar. Volvió a esperar la entrada del oleaje y confirmó su anterior apreciación. ¡Entonces lo decidió! Se lanzaría desde aquella imponente altura justo cuando el agua del mar empezara a invadir el canal, debería de calcularlo muy bien, arrojarse al vació midiendo el tiempo necesario para caer precisamente cuando el volumen de agua alcanzara su mayor altura –tres metros de profundidad– También consideró la fuerza del impulso a tomar en vuelo horizontal para poder librar las salientes rocosas y luego perfilar su caída hacía el mar.

Rogeberto Apac Ríos, después de santiguarse en varias ocasiones y pedirle perdón con el pensamiento a su madre por lo que iba a hacer, esperó el momento propicio para lanzarse al vació. Abajo, sus acompañantes al verlo parado al borde del acantilado adivinaron sus intenciones. Los gritos ahora eran de espanto, de alarma y desesperación. Su hermano Salvador, quien desde muy chamaco tuvo un vozarrón, le gritaba:

–¡Si te avientas te vas a matarrrr, no seas pendejo– –¡Si te matas, te chingo!– Le gritaba como enloquecido.

–¡No te tires cabrón! ¡No lo hagas!– –¡Por favor no lo hagas!– Le decían los otros a gritos.

Una figura humana se recortó en el aire frente a la inmensidad del mar del Pacífico mexicano, primero como el grácil vuelo de una gaviota marina y luego como una saeta para caer en picada y reunirse amorosamente con las aguas del mar tropical. Así un 13 de febrero de 1932, en un cálido atardecer, se vio por primera vez un clavado desde la cima de aquel montículo. Fue Rogeberto Apac Ríos, un nativo del lugar, quien se lanzaba al vacío desafiando a la muerte en un hermoso clavado desde la Quebrada en Acapulco, México, un sitio de fama internacional en donde a partir de aquella tarde se práctica este peligroso y afamado deporte..

Sagitarion


Como un homenaje póstumo y con todo el cariño de un hijo agradecido, al primer hombre que se lanzó en un clavado desde la Quebrada en Acapulco, México. Ese hombre bueno que fue mi Padre de crianza, quien me llevó de la mano en los primeros pasos de mi existencia y luego, con la sapiencia que le dio la edad, supo el momento preciso para dejarme volar lleno de confianza por los caminos de mi vida. ¡Gracias Padre!

Jesús Octavio Contreras Severiano.

Texto agregado el 29-12-2008, y leído por 1099 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
03-05-2009 Erizada tengo la piel con este relato tan estremecedor. Eres un excelente narrador: logras mantener la atención de tu lector, a tu antojo; sabes manejar los sentimientos humanos, a placer. Homenaje hermoso a un gran ser. Estoy de acuerdo en que debes publicarlo en otros sitios, ya que además de hermoso, es histórico. Un abrazo. Sofiama
14-02-2009 Una hermosa dedicatoria.y que valor el de tu padre.Yo cruce un puente peatonal llorando...Saludos ******para ti,para Rogeberto y para los valientes ante un acantilado o ante la vida. anablaumr
03-02-2009 ¡Como es la vida..! pasé mi luna de miel en Acapulco, me impresionaron los Clavados y después de tantos años encuentro este relato que es un gran homenaje a la confianza en uno mismo y con una dedicatoria tan emotiva ¿era tú padre?. Slds. mialonso
28-01-2009 Emocionante relato ... NAIVIV
19-01-2009 No resisití dejar un comentario: Excelente relato, me encantó, y mis respetos, una aportación que debería publicitarse, darse a conocer a los miles y miles de turistas que ven con sorpresa y agrado el clásico espectáculo -deporte, del bello puerto de Acapulco. Saludos cordiales. marxtuein
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