A la casa de la señora muerte nadie entraba jamas. O al menos quien sea consiente y arriesgado puede hacerlo, asumiendo las posibles consecuencias fatales de la visita. Nosotros no la topamos en nuestro camino en el domingo de paseos por la villa. Nos estremeció su fachada un poco vieja, carcomida por los años; el sol de siglos y siglos y la lluvia que aun no se disipa en estos tiempos. Nos detuvimos en ella, como si esta fuera una excusa de contemplación durante unos minutos ;manuela, que no creia en cuentos de terror ni mitos sobre casas embrujadas, se acercó a la puerta y sin pensarlo dos veces tocó en ella : el corazón de los demas y del mio se sobresaltaba de extrañas ansiedades.
Dio un golpe mas, y del interior se escuchó pasos que se acercaban a la puerta y hacia nosotros. Un crujido de llaves desintegró de lleno nuestros corazones en panico ; la puerta se entreabrio y por ella una mano palida, vieja, y un rostro desfigurado y despellejado de dejó ver. Manuela, credula, y poco esceptica pregunto por la dueña o huespedes, y si seria posible un recorrido por tal extraña casa en sus interiores. La anciana afirmó con la cabeza y dejó que las puertas se abrieran de par en par, dejando relucir su pobre y misera carne cubierta en un vestido sucio y viejo como su vida misma. Cada quien, como pudó, se llenó de coraje y de valor; uno en uno fuimos entrando. Manuela parecia divertida en cada parada, en las pinturas y en los retratos que se exponian en los inmensos corredores. En uno de ellos un oleo calaverico de un humano (mujer) nos hizo detener no para admirarlo, mas bien para ver el parecido que tenia con la extraña anciana que se dispuso a nuestro recorrido