17 de mayo. Fecha exacta en que dejé la prisión por matar a un par de malandras.
Recuerdo todo muy claro: estocadas, cuchillos, luces, la perra de la esquina llorando por la pérdida de Mauricio uno de los asaltantes, y bueno mi encarcelamiento, un poco injusto a decir verdad, ya que sólo cumplía con mi deber de guardián, pero los verdes jamás lo comprendieron y en un santiamén me vi detrás de la reja ubicada al interior del carro.
Fueron días difíciles lo que viví ahí dentro. Mis compañeros de cuarto, todos presos desde hace años, me dieron un recibimiento digno de lo que llamaban “asesino de los más malos”. Escupos e improperios que prefiero reservarme, fueron el pan de cada día por una semana, hasta que por fin uno que otro comenzó a relacionarse “en buena conmigo”.
-Eres un cachorro guapo- me dijo Pancracio, conocido travesti del lugar.
-Si que eres de los malos-, replicó Pitufo, el más enano de nuestro cuarto.
- No soy un asesino, sólo cumplí con mi deber de guardián-, respondí.
Un día, cuando ya por fin me acostumbraba a la indigna pocilga que teníamos por pieza, escuché que voces hacia mí se acercaban.
-Me parecen realmente conocidas- reflexioné.
-¡Ese es mi Terrie, mi querido perrito Terrie!- dijo la voz.
Me di vuelta y la reconocí, reventando de emoción la reconocí. Era Francisca, mi dueña desde que me compró en la tienda de animales tiempos atrás.
El carcelero abrió lentamente la reja y yo, con mi cola de pastor alemán dando vuelta incesantemente, corrí hacia ella, le puse un buen languetazo y la invité a tomar café, para recobrar el tiempo que habíamos perdido desde que la salvé de la comilona que dos doberman querían darse con ella el 5 de mayo del 2005, cuando caí en la perrera municipal por matar a un par de malandras.
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