(Escrito para el Reto 16 – consigna: “El hombre del Sombrero Panamá” max. 450 palabras)
El Deseo de un Alma Pura
El torpe tartamudear y la corvada postura de Almita emergieron muy de niña de su complejo de inferioridad por una leve deformidad en la pierna izquierda, lo que jamás desentonó con los horrores de la villa miseria, que consumieron a sus padres y devorarían su pureza si no fuera por el piadoso cobijo de una vieja tía abuela.
La vieja solterona que prodigó su vida sobre “Las Tablas”, la llevó consigo por primera vez, a sus diecisiete años, al viejo teatro de barrio de telón raído y paredes pintadas de humedad, que no pudieron opacar en sus ojos el resplandor que emanaba ese joven actor sobre el escenario. Su esbelto porte varonil rematado con un impecable sombrero panamá, lo hacía aún más perfecto que el propio Bogart en esa ingeniosa versión teatral de “Casa Blanca”
La anciana vio con asombro y placer la reacción en Almita, y muy cortésmente, después de la función, entre felicitaciones y halagos lo invitó a tomar el té en su vieja casona de Belgrano
El romance floreció inocente y comenzaron a noviar a la vieja usanza, tardes de té y luego algunos mimos en el discreto jardín.
Como un elixir, el amor la irguió radiante, ahuyentando el complejo y la tartamudez.
- Abuela. Siempre soñé con ser normal, pero la humilde ternura de Edgardo me dio más que eso, ¡me hizo la mujer más dichosa del mundo!
-Ves que es cierto mi niña - le respondió la vieja emocionada y orgullosa – tarde o temprano los ángeles siempre le conceden un deseo a las almas puras como vos.
Moviendo sus contactos la anciana presentó al joven con una afamada productora de espectáculos, lo que pronto desencadenó en el lanzamiento de la obra en el teatro más importante de Buenos Aires.
La noche de estreno, subiendo vigorosa los dos pequeños escalones a la puerta del camerino de Edgardo, Almita entró emocionada sólo para encontrarlo enredado en un apasionado beso con la bella empresaria. Su espíritu cayó al piso junto con el ramo de flores.
La mujer sonriendo soberbia se marchó hacia la sala, y Edgardo, como si nada, al fin se sacó crudamente la careta.
-Mirá renguita. Ni se te ocurra reclamarme nada, porque más que pagos están los contactos que me hizo la vieja, por todos esos asquerosos besos que tuve que darte.- el cuerpito de Almita se empequeñecía al encorvarse – Así que “tartajita”, sólo deseame suerte y quedamos a mano.- y acomodándose compadrito su sombrero panamá, le dijo saliendo del camerino.- Si es que una pobre ignorante como vos sabe como se desea suerte en el teatro.
-Sssí- obedeció sollozando sumisa - Rororómpete uuuna pipierna.
El seco ¡Crac! y el desgarrador grito se oyeron casi al unísono.
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