La crisis hormonal ataca de nuevo no importan los pucheros plaguicidas que aturden a patéticas teorías, pues hay esta deformando todo, aplastando razones, quemando esas huellas de cartón diseñadas para no dejar rastro de esta reincidente realidad.
Esta tregua de mentira juega a las escondidas, se introduce en la sangre intentando no herir la susceptibilidad, contaminando al ADN y generando un enorme daño estomacal, pero que va nada puede ser peor o mejor quien lo sabrá, en este malévolo juego todo es sudor, llanto y un infinito hasta luego y en el momento menos pensado reaparece perfumado, oliendo a nuevo.
¿Y que hacer? Sacudir la silla para darle lugar al reencauchado, a esto tan infinitamente similar a lo que fue pero que no será nunca jamás, porque la inestabilidad lo apadrina. No existe nada tan falso y a la vez tan real como la fiebre que genera esta pandemia de emociones, es como una historia de reencarnación donde los caprichos visten falda y pantalón, pero no definen cual es mejor y saltan de aquí para allá aplanchando, arrugando, probando y probando. Pobre destino, siempre detrás acomodando todo, poniendo orden donde la ley y las reglas se dueblan, se estiran, se malcrían.
Pero pica-rasca y el sarpullido nace, al flotarlo mágicamente un millar de símbolos brotan, pero ninguno sirve o al menos no para este juego y otra vez a perdido el tiempo, sumándole un chichón a la desesperación; un reproche bendito hace su aparición, quiere una licencia, una zona de distinción, sus ojeras son tan grandes que opacan esta confusión.
¿Y que hacer? La pregunta zumba y rebota, queda esparcida en el aire, las hormonas parecen que perdonan, que quieren diálogos de paz, pero vienen armadas cargadas de manías viejas y botas para patear soluciones color rosa. La calma se vence, se tira los cabellos, se rasga las vestiduras, no hay remedio y la cicuta se acabo, pero no todo esta dicho, habrá algo por hacer, a lo mejor anestesiar la quietud y suministrar una enorme dosis de credibilidad; quizás la dieta de palabras surja efecto, para inventar un caricaturesco final, sin pataletas, sin puños con tan solo un “Y comieron perdices”, y caritas felices aquí y allá, pero eso solo lo solucionara el dolor diarreico agudo que sufre la gran válvula reguladora quien desde su infinita misericordia podrá otorgar perdón, paz y alivio.
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