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Tarín Del Valle, Balmaceda 1215, Santiago de Chile- Octubre 2006.

Una veterinaria soy yo y aunque me cuesta reconocerlo, lo estoy contando.
Amo a los gatos, los perros y las arañas. La verdad es que me encantan las arañas, sobretodo las de rincón. Su veneno las conduce a lugares de carnes llamados humanos, donde el alma y espíritu de los hombres son solo fanfarronadas. Ellas son superiores, se convierten en la clara manipulación del rey de la naturaleza. Es por eso, que si pudiera escribir, lo haría sobre las arañas, ¿algún día podré?
Hace tres meses un amigo (con ventaja), nombró un centro cultural llamado Balmaceda 1215. Que me importa a mí, le contesté, pero insistió. También me dijo que era para menores de 21 y que eso no importaba, ya que mis 27 años de edad no se notaban y sería fácil mentir. Siempre ocultan la edad en ese lugar.
Recuerdo cuando iba en el segundo mes del taller de literatura y Felipe Sabat leía su gran cuento sobre un enorme gato negro que caminaba por la ciudad y que se quería comer a todos los que escribieran acerca de él. Muy buenas críticas recibía, pero cuando llegó mi turno de evaluarlo me paré con una sobresaliente rabia que se convirtió en dos segundos en un combo. Como se le ocurría contar sobre un gato. Eso me pasaba por mentir, jamás les dije que era veterinaria y tampoco que era una asesina.

Me fui al baño del 5º piso de Balmaceda 1215, saqué la sustancia T 61 que mató a mi gato ciego, Ojos Oscuros lo llamaba yo, ¿cuando iba a pensar que saldría de mi casa? El no podía, su incapacidad en los ojos lo limitaba a permanecer encerrado en la jaula cuando yo no estaba. Culpa mía, yo no le puse candado, pero le puse la inyección letal para que descansara, ya no soportaría su cuero arrancado de los pequeños huesos, se desangraba y gritaba de dolor .Yo soy una profesional, no puedo guiarme por los sentimientos de posesión, era necesario que su alma abandonara los pelos negros que le permitieron ser, y digo alma porque los animales sí que tienen alma, los humanos no.

Estaba a punto de inyectarme lo poco que quedaba de veneno, pero me arrepentí. Entonces miré el basurero negro que estaba al lado del Water, boté la inyección y cuando volví a la clase, nadie me miró. Agarré el cuaderno y me puse a escribir, o sea intenté escribir, se fueron todos y seguía sin poder escribir. Odio la literatura.




Texto agregado el 26-12-2008, y leído por 70 visitantes. (1 voto)


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