Lucia nació un doce de Febrero a la seis de la tarde en punto, después de cinco horas de trabajo de parto. La madre soltera añoraba un varón pero el destino quiso que fuera hembra. El cobarde de su padre se encontraba, a estas alturas, bastante lejos. Nació dueña de poquitas cosas: un enterito, una toallita y lindos ojitos. A medida que iba creciendo la realidad se hacía más dura. Siempre faltaba dinero. Entonces aprendió a dejar sobras para la noche, a cuidar la ropa que recibía de sus primos con gran alegría. Pero su madre se sentía superada por los problemas y por una razón o por otra se desquitaba pegando ferozmente a la niña. Lucia sabía que ella trabajaba duro y la perdonaba. Para que no se enoje dejó de jugar porque cuando jugaba a veces se ensuciaba y mamita tenía que lavar su ropa y bañarla. No quería agregarle preocupaciones. Se volvió invisible. Todos alababan lo bien criadita que estaba, " ni se la escucha a esta criatura", decían. Pero los comentarios positivos se volvieron atroces para la niña. Su madre pensó que iba por buen camino. Cada error pequeño era motivo de paliza. Cuando comenzó la escuela no sabía cómo relacionarse tenia la infancia dormida. Había madurado de golpe. Despreciaba a sus compañeros tan despreocupados por los problemas de la vida, siempre llorando por cosas tontas, derrochando las moneditas, desperdiciando las hojas de los cuadernos, atrincherados hasta el fin en la hora del recreo, de donde volvían al aula totalmente sucios y desprolijos. Es que Lucia había aprendido a no ser egoísta, ella debía cuidar el esfuerzo de su madre aún cuando su madre no lo valoraba porque siempre sus problemas eran tan grandes. Todos los días le pedía a Dios que la ayude a ser una buena niña para conformarla. Pero eso nunca pasaba. Una noche lloró en silencio mirando al cielo, "si me hubieses hecho varón quizás mi mamita me querría" pensaba con los ojos llenos de lagrimas, "tu tampoco me quieres por eso me dejas sufrir así". Desde esa noche Lucia no volvió a hablar con Dios. En la adolescencia su madre pensó que debía tener una relación de amistad con su hija y al intentarlo se encontró con una extraña. Una persona fría y vengativa, lejos de ser la niña dulce y sumisa que con tan poco amor había criado. Y en la adultez la distancia entre ellas fue cada vez más grande, a tal punto que mucho antes de que su madre muriera, Lucia se presentaba como huérfana. Finalmente un día eligió olvidar. Se prometió no pensar más en las cosas que no tenían solución, pues los golpes ya habían sido dados y el dolor sentido no podía ser borrado. Se paró frente a la tumba abandonada de su madre y le pidió perdón por no haberla llorado antes, por haberse marchado sin mediar palabras, por no haber respondido sus cartas llenas de arrepentimiento, por haberle negado el último abrazo… Pero a pesar de sus buenas intenciones, no podía engañarse, había esperado demasiado.
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