A la Mujer Invisible
Aquella mañana tumbado sobre su cama, todos los sentimientos que había logrado desterrar se escabulleron de nuevo dentro de mi atribulado ventrículo izquierdo (parte importante de mi vesícula torácica conocida vulgarmente como corazón). Para ser fiel a la verdad, debo confesar que no fue tanto que se “escabulleran” sino que yo les había dejado la puerta entre abierta a propósito. El punto es que aquella mañana (no “esa” ni “una” mañana, sino “aquella”; siempre he creído que aquella/o es más contundente) volví a caer en sus garras. Posiblemente el término “garras” no sea el más apropiado, pero “brazos” me parece demasiado cursi, así que a falta de otra palabra me conformaré con “garras”.
Garras. Garras como con las que un león perezoso de la sabana africana se rasca la barrigota, mientras aguarda a que la leona retorne al cubil con el sustento diario. Garras como las de un tigre que salta a través de un aro ardiente, impulsado por el látigo infame del domador de circo. O garras como de tigresa. Sí, eso es: como de tigresa que juguetea tiernamente con sus indefensas crías y un segundo después suelta el zarpazo para desgarrar y penetrar implacable la piel de todo lo que se le cruce por su camino. Entonces decía que el pusilánime de su narrador cayó de nuevo en aquellas garras, sus garras. Y cómo evitarlo.
Encontrábame tumbado sobre su cama reflexionando sobre la inmortalidad del cangrejo y otros trascendentales temas, cuando proveniente de la habitación contigua, materializó su figura de sílfide diabólica, contoneando su dulce y respingado trasero, el cual se dejaba espiar tímidamente a través del diminuto camisón estampado con mamertos querubines de ojos dopados.
- Buenos días (bostezo) ¿Cómo dormiste? (bostezo prolongado).
- No me puedo quejar – respondí.
- ¿Te cuento mi sueño?
- Mmmh – contesté con falsa indiferencia (¡Me puedes contar hasta las pecas de la espalda si quieres, reina!)
- No. Mejor no. (¡Ah reverenda cabrona! Si hay algo que me revienta las entrañas es que empiecen y luego se echen para atrás)
- Ahora me cuentas – dije con voz juguetona.
- Bueno – continuó – Está bien. Soñé que cogíamos.
(Llantas rechinando, vidrios rotos y madrazo de cráneo contra el volante).
- ¿Mmmh? – atiné a mujir harto elocuente.
En este tipo de situaciones he descubierto que de toda la gama de reacciones posibles, mi organismo sólo es capaz de seleccionar una: el apendejamiento total. Y quién piense que soy un imbécil por reaccionar de esta manera, lo reto a que escuche imperturbable una declaración de tal magnitud. Por lo que respecta a “soñé que cogíamos”, dicha frase entraba a ocupar el quinto lugar de mi top five de “declaraciones de tal magnitud”...
...5to. lugar: “soñé...”
...4to. lugar: “estoy embarazada” o en su defecto “no me baja”.
...3er. lugar: “¿se nos puede unir mi amiga?” (esto es más una pregunta que una declaración, pero como es mi top five, incluyo lo que me de la gana).
...2do. lugar: “mi nombre es Raquel” (dicho con voz en extremo cavernosa y después de unos cuantos tragos y besos de lengüita).
...1er. lugar: “creo que ya te encontré la próstata” (resultado de la lectura del artículo La próstata: El Punto G Masculino).
- Soñé que cogíamos.
- ¿Mmmh?
(Pausa).
(Obligada imagen mental del acontecimiento quimérico).
(Reanudación de la casual conversación).
- ¿Mmmh? ¿Cómo estuvo?
- Que soñé que cogíamos.
- Sí, eso ya lo entendí (ya hasta me lo imaginé). Pregunto que... cómo estuvo.
- Me sentí mal.
(Llantas rechinando. Vidrios rotos. Fierros retorcidos y doble madrazo de cráneo contra: volante y asiento). Ahora resulta que hasta en sueños sufro de disfunción eréctil.
- ¿Tan mal me movía?
- No tontito (risita y mini-bostezo). Me sentí mal porque soy una pésima persona. Sólo me dedico a usar a los demás y no te quería... no te quiero lastimar. (Úsame y luego tírame si quieres, pero al menos pruébame ingrata pérfida, romántica insoluta).
En este momento del relato, es pertinente aclarar que nosotros nunca habíamos cogido (me refiero a ella y yo, no a usted y yo). Nuestra historia se remontaba atrás tiempo a simples cachondeos fajestuosos y reportes orales, interrumpidos por complejos de culpa emanados de su persona (su persona de ella, no su persona de usted) y causados por la existencia de un tercero en discordia: su novio de ella. (¿Ya les había contado cómo me revienta que la gente se eche para atrás a la mera hora?) No vale la pena contar las condiciones previas a dichos cachondeos ni la situación entre ella y el susodicho novio. Confórmense con saber que lo que empezó como amistad degeneró en... degeneró. Dejémoslo así.
Continúo.
- Úsame y luego tírame, pero al menos pruébame ingrata.
Mientras hacía gala de mi amor propio, las imágenes mentales no paraban de circular en mi mente: misionero, chivito al precipicio, perrito, carretilla, flor de loto, molino de viento. You name it.
- (Risita y pasito pa´lante) Yaaa. Tú no quieres eso. (Otro pasito. Caricia delicada sobre mi pecho) – Vamos a acostarnos otro ratito ¿no?
(Rechinón de llantas. Vidrios rotos. Fierros retorcidos. Gritos histéricos y triple madrazo de cráneo contra: volante, asiento y güevos)
- Mmmh...
...Y volví a posar mi cuerpo sobre el colchón (olvidé aclarar que me había levantado inmediatamente después del “buenos días”; siempre me levanto cuando una mujer entra en la habitación). Y allá iba ella conmigo. Tres meses después de nuestra última sesión de cachondería y fajestuosidad y luego de mi firme propósito de no volver a caer en sus garras, nuestros cuerpos eran separados por tan sólo dos centímetros de colchón, unos boxers de rombitos azules y un camisón estampado con querubines mamertos y dopados. (¿Ya les había contado lo nervioso que me ponían esos querubines con sus ojos de heroinómanos pervertidos y las ganas que me provocaban arrancarlos de su cuerpo?). ¡Dos centímetros! ¡¿Qué chingados se hace con dos centímetros de algo?! ¡Nada! Es cómo lo que se puede comprar con dos pesos en estos días: un chicle masticado, un cuadrito de papel de baño usado, un recordatorio materno por parte del cuidador de coches y 5 segundos de celular para avisar que vas a llegar tarde al trabajo porque no encuentras las llaves de las esposas.
Acostada boca arriba, metió la mano bajo el camisón (¡pinches querubines con suerte!), dibujó una sonrisa de satisfacción y cerró sus ojitos pispiretos. Al principio, yo odiaba esa sonrisa de Changa Plana (o Mona Lisa como le llaman los puristas), pero después de algún tiempo había aprendido a descifrarla con alto grado de precisión. Intuyendo entonces sus maquiavélicos pensamientos, hice acopio de toda mi fuerza de voluntad y me repetí el firme propósito de no caer en sus garras. (¡Santo, santo! Contra la lujuria, castidad...). Como el objetivo expresado había sido dormir “otro ratito”, cerré los ojos y volteé la cara con dirección a la pared para evitar su mirada de Medusa que, seguramente, me la convertiría en piedra al instante (y para colmo yo había olvidado mi espejo en mis boxers de corazoncitos).
Esto de cerrar los ojos y darle la espalda no funcionó por mucho tiempo. Con un movimiento natural de “estoy buscando la posición adecuada para caer en los brazos de Morfeo”, a los treinta segundos mis ojos se posaban de nuevo sobre su rostro de ángel caído cubierto por aquellos cabellos castaños que le llegaban al hombro desnudo. Mis párpados se abrían y cerraban intermitentemente esperando encontrar su mirada. Al fin, ella también los abrió y se acomodó de lado, colocando su nariz a dos centímetros de la mía. ¡Dos centímetros! ¡¿Qué chingados se hace con dos centímetros de distancia?! Pues eliminarlos dirá la mayoría. Durante un instante (que como bien pudo durar 3 segundos, pudo durar 10 minutos) mi mente se debatía entre aprovechar el momento y hacerla mía o ser fiel a mi “firme propósito de no caer de nuevo en sus garras” (¡que chingue su madre el propósito!). Pero aquí tienen que mi fuerza de voluntad fue mayor que los deseos primitivos (¡pinche maricón!). Y de nuevo cerré los ojos y no dije nada. Incluso logré dormitar por algunos minutos.
En ese estado de vulnerabilidad mental, recordé claramente la llamada que me había hecho a las 10 PM la noche anterior, donde me pedía entre lágrimas y mocos que fuera inmediatamente a su lado. Al llegar a su casa, la encontré ahogada en un mar de llanto y después de calmarla le fue posible explicarme que (sollozo) había (sollozo) terminado definitivamente (sollozo) con Miguel (sollozo y berreo prolongado). Así que el motivo de mi presencia aquella mañana tumbado sobre su cama (de visitias), no era otro que el de descansar luego de siete horas de consolarla, animarla y soltarle toda una sarta de frases prefabricadas que uno usa en momentos como éste.
Un leve y casi imperceptible movimiento del colchón me sacó de mis recuerdos y al voltear a verla, noté que estaba nuevamente boca arriba y con la mano metida bajo el camisón. La diferencia era que esta vez tenía lugar un extraño movimiento bajo las sábanas. Mis ojos no podían creer lo que veían.
- ¿Qué haces? pregunté estúpidamente.
- Me estoy (jadeo) masturbando - contestó. (Rechinón de llantas. Vidrios rotos. Fierros retorcidos. Gritos histéricos. Auto volcado: triple fractura expuesta de fémur, contusión craneal, hombro dislocado y volante enterrado en la ingle).
- ¿Mmmmmmhhh?
- (Jadeo)
Y entonces ya no pude más. Eliminé los dos chingados centímetros de distancia, retiré gentilmente la sábana de su cuerpo, coloqué gallardamente mi mano sobre la suya y empecé a besar su cuello; ella no opuso resistencia (sonrisa de Changa Plana). En esas andaba cuando al que le emanaron los complejos de culpa fue a mí. No podía evitar pensar que me estaba aprovechando de su estado vulnerable y que eso no era lo correcto (¡maricón, y más maricón!). Dejé de besarla, reestablecí los dos centímetros de distancia y mascullé:
- No puedo hacerlo (¡triplemente maricón!).
- ¿Mmmh? – ahora fue ella la que mujió.
- Que no puedo hacerlo.
- Sí, eso ya lo entendí, pero por qué.
- No es lo correcto. Tu estás vulnerable y no es lo que quieres en verdad.
- Por eso te quiero – y me dio un beso en la mejilla.
Se levantó. Me echó una última mirada de Medusa y salió de la habitación dejando una estela de su perfume como único recuerdo de su visita...
...Lo siento, pero no puedo mentirles. Ese hubiera sido el final si esto fuera una cursi y moralina historia hollywoodense (o si en verdad fuera un imbécil pocos huevos y maricón). Lo que en verdad sucedió fue lo siguiente:
Dejé de besarla, reestablecí los dos centímetros de distancia y mascullé:
- No puedo hacerlo.
- ¿Mmmh? – ahora fue ella la que mujió.
- Que no puedo hacerlo.
- Sí, eso ya lo entendí, pero por qué.
- No es lo correcto. Tu estás vulnerable y no es lo que quieres en verdad.
- ¿Y quién chingados preguntó que es lo correcto? No seas puto y síguele cabrón.
Y así, por primera vez en mi vida ante una “declaración de tal magnitud”, no caí en el apendejamiento total. Y así también, aquella mañana tumbado sobre su cama, la “declaración de tal magnitud” que ostenta el primer lugar de mi top five, ingresó con un torrente de felicidad y alegría.
- Creo que ya te encontré la próstata.
- ¡¡¡¿¿¿Mmmmmmmmmmmmhhhh???!!!
|